He podido ver, por fin, el documental Palabras para un fin del mundo, dirigida por Manuel Menchón y aprovechando la emisión que hizo La 2 de RTVE hace unos días. Con ella puedo completar el artículo que publiqué el pasado de 22 de mayo con el título "Unamuno y su muerte, en el centro del debate". En esa ocasión me centré en el libro La doble muerte de Unamuno y el artículo "Ramón Mercader en Salamanca: a propósito del documental Palabras para un fin del mundo". El primero de esos trabajos ha sido obra de José Luis García Jambrina y Manuel Menchón, realizado como una ampliación de la película, pero también, en cierta medida, como una respuesta al artículo duramente crítico que el historiador Severiano Delgado Cruz le dedicó al poco de su salida en las salas de cine.
¿Qué puedo decir por mi parte del documental? Sobre su contenido, poco más tengo que añadir, en la medida que lo que aparece ya está recogido en el libro. Tampoco mucho más sobre lo más propiamente cinematográfico, tanto en la forma, incluyendo el lenguaje cinematográfico, como en la estructura. Aun así, he percibido dos partes diferenciadas. O, si se prefiere, puedo distinguir, de un lado, el cuerpo principal de la narración acerca de una visión y/o interpretación de la personalidad política de Unamuno y, de otro, una especie de epílogo cuando trata el asunto de la muerte del intelectual bilbaíno/salmantino.
En la primera de esas partes se resalta su espíritu independiente, que le llevó a lo largo de su vida a no casarse con nada ni con nadie siempre desde una visión liberal de la vida, en su sentido más amplio, y el empleo de la palabra, y con ella de la razón, como principio rector en las relaciones humanas. Sin embargo, como ya señalé implícitamente en mi artículo, el director de la película y su colaborador en el libro posterior hacen un tratamiento demasiado edulcorado de su comportamiento durante los meses de guerra, precisamente donde ponen un mayor énfasis. Siendo cierto que su posicionamiento fue cambiando a medida que se fueron sucediendo los acontecimientos, no lo es menos lo sorprendente de su apoyo a los golpistas, hasta el punto que les aportó una buena dosis en la búsqueda de una legitimidad que necesitaban. Sus principales protagonistas tenían unas trayectorias políticas y profesionales que eran las antípodas de lo que Unamuno defendió siempre. E incluso, cuando Unamuno ya había percibido el alcance de sus formas de acción, todavía siguió mostrando ciertas esperanzas sobre el papel que podían jugar los militares con el fin de poner orden.
La segunda parte, o lo que he llamado como una especie de epílogo, es lo que resulta más novedoso dentro de lo que hasta ahora se ha publicado sobre Unamuno y, así mismo, lo que ha provocado las reacciones más furibundas. Como se sugiere que la muerte física pudo haber sido provocada por los mismos que lo utilizaron en los primeros meses de guerra y con posterioridad, desde los círculos de la derecha mediática ha sido considerado algo así como una provocación. En el caso de Severiano Delgado Cruz, nada sospechoso de pertenecer a ese espectro político, lo que resalta es la ausencia de pruebas. Y con papel relevante en el episodio de esa muerte aparece Bartolomé Aragón Gómez, un personaje entre oscuro y enigmático. Testigo de lo que ocurrió, porque estuvo en el momento y el escenario de la muerte, desapareció en los acontecimientos que la sucedieron y hasta de la ciudad donde trabajaba como profesor. Uno más de esa pléyade de falangistas que actuaron para apropiarse de un mito.
Me mantengo, pues, en lo que escribí en mi artículo antes referido. Unamuno, como ser humano, no estuvo exento de contradicciones. El problema ha venido cuando en los meses finales de su vida dio un giro radical en lo que había sido su trayectoria anterior. Otra cosa es el precio que tuvo que pagar por haber mostrado sus dudas ante quienes apoyó desde julio de 1936. Para Manuel Menchón y José Luis García Jambrina pudo ser la clave para conocer el origen de sus dos muertes. La primera, la física, como una posibilidad, una conjetura, una hipótesis...
En fin, un Miguel de Unamuno que fue genio y figura hasta la sepultura.