Ocurrió en la ciudad de Tulsa, situada en el estado de Oklahoma, en la parte central de EEUU, al oeste de la cuenca del Mississippi. Todo se inició un 30 de mayo, desde un bulo basado en una falsedad, cuando un joven afroamericano fue acusado de agredir sexualmente a una joven blanca. Desmentido el hecho por ella misma, no fue óbice para que la noticia se expandiera como un reguero de pólvora. Detenido al día siguiente y a punto de ser juzgado por un tribunal local, sufrió el linchamiento de una jauría de racistas energúmenos.
Lo que vino después, que duró hasta las primeras horas del día siguiente, acabó convirtiéndose en una verdadera masacre: más de 3.000 personas fallecidas; miles resultaron heridas, de las cuales más de 800 pasaron por los hospitales; hubo más de 8.000 detenciones; alrededor de 1.250 viviendas quedaron arrasadas; numerosos negocios fueron incendiados o saqueados; más de 10.000 personas acabaron huyendo de la ciudad...
¿Quiénes fueron las víctimas? La población afroamericana, negra, con piel oscura, descendientes de esclavos y esclavas. Las mismas personas que en varios estados y numerosas localidades estaban sometidas a las malditas leyes discriminatorias del Jim Crow, y que sufrían una violencia permanente, entre abierta y soterrada. Habitantes del barrio de Greenwood, situado en el norte de la ciudad. Trabajadores y trabajadoras, comerciantes, personal de oficinas de negocios, sus hijos e hijas...
Y como verdugos, centenares -o quizás algunos miles- de personas de origen europeo, de piel clara, miembros del Ku Klux Klan, racistas, supremacistas blancos... Contaron con el apoyo de las fuerzas policiales y hasta de avionetas privadas que lanzaron proyectiles, dinamita y bombas incendiarias sobre las gentes indefensas y sus casas.
Una historia más de las tantas vergüenzas de un país que se sigue presentando ante el mundo como el campeón de la libertad y la democracia. Pero que sigue protagonizando sucesos, más o menos conocidos, en los que las gentes con el color oscuro de su piel, humildes en su inmensa mayoría, son las víctimas. El mismo país donde los supremacistas blancos campan libremente, haciendo ostentación de su poder y su violencia, muchas veces impunes ante las autoridades.
Una historia muy desconocida en los libros. He consultado varios de los que tengo en casa sobre EEUU (de Howard Zinn, Carl N. Degler, John D. Wallace, Andrés Linares, Theodore Draper, Josep Fontana...), pero en ninguno aparece lo ocurrido hace un siglo en Tulsa. Ha sido estos días cuando he conocido su existencia. A través de un artículo de Amy Goodman y Denis Moynihan, publicado ayer en Rebelión; completado con una entrada de la revista anarquista mensual Todo por hacer, que se ha publicado hoy; y de un reportaje en formato de vídeo realizado por Carolina Chimoy, aparecido ayer en la red electrónica.
Han ido pasando los años, hasta cumplirse un siglo. Y en medio ha estado el silencio. Porque ha sido una historia apenas rememorada. Ya apenas quedan testigos. Van aflorando más cosas. Se habla de fosas comunes. Pero queda mucho por seguir investigando.
(Imagen: https://www.todoporhacer.org/masacre-tulsa/).