Llevo días en una vorágine de fallecimientos y acabo de enterarme de otro, no en mi entorno familiar, sino, en esta ocasión, del mundo literario: el de José Manuel Caballero Bonald. Alejado ahora de mi casa, donde podría haber consultado los libros que leí de él, voy a remitir a una entrada que le dediqué hace casi nueve años, con motivo de la concesión del Premio Cervantes: "Cordura y coherencia en José Manuel Caballero Bonald".
En ella mencioné a sus dos libros leídos: Ágata ojo de gato, muy valorada y la preferida por el propio escritor; y su recopilatorio completo de poemas Somos el tiempo que nos queda, que sigue siendo para mí uno de los libros de cabecera en la poesía. Dos libros sólo, pero de los que extraje una sensación mucho más que agradable.
Mi conocimiento de Caballero Bonald se hunde a mis años de juventud, en las postrimerías de la dictadura, a través de la revista Triunfo. Enseña del antifranquismo y de la que era ávido lector pese a mis 16, 17 ó 18 años, en esa publicación semanal podíamos más que informarnos de lo político y de lo cultural. Y en esto último era donde nos ofrecía su sabiduría, incluida la relacionada con el mundo del flamenco, del que, como buen jerezano de origen y sentimiento, hacía gala.
Se nos ha ido un referente literario, pero también ético. Sensible siempre con los momentos que le tocó vivir, en 2013 lo hizo con el sentimiento de indignación que se extendió por el país, encallado en ese régimen atiborrado de corrupción, inmovilismo político, privilegios y desidia social. Y es que, a la pregunta de un lector sobre si estaba indignado, contestó con un rotundo "Desde que nací".
Reciente es el poema "Bienaventurados los insumisos", cuyo contenido nos lleva a lo que ha sido una constante coherencia a lo largo de su vida:
Ni la
justicia con sus manos ciegas,
ni la bondad
de ojos efímeros,
ni la
obediencia entre algodones sucios,
ni el rencor
que atenúa
la
desesperación de los cautivos,
ni las armas
que arrecian por doquier,
podrán ya
mitigar esas lerdas proclamas
con que
pretenden seducirnos
aquellos que
blasonan de honorables.
Quienquiera
que merezca el rango de insumiso
descree de
esa historia y esas leyes.
El poder de
los otros
nada sino
desdén suscita en él.
Ha aprendido
a vivir al borde de la vida.
Y de 1954 data "Mi propia profecía es mi memoria", en cuyos dos versos finales nos dice:
Mi propia profecía es mi memoria:
mi esperanza de ser lo que ya he sido.
(Imagen: Público, 2013).