Es el poeta palestino más conocido y reconocido. Con frecuencia se refieren a él como el poeta nacional. Nació en 1941 en el seno de una familia campesina, en la aldea de Birwa. Situada en la región de Galilea, en el norte de Palestina, siendo niño se vio obligado a formar parte de esa multitud de palestinos y palestinas que tuvieron que abandonar sus hogares ante la mirada atenta del ejército sionista. La aldea, como tantas otras, fue arrasada. Era 1948 y acababa de constituirse el estado de Israel, que se apropió, entre otros territorios, de Galilea. Y, como la otra cara de la moneda, se inició para la población palestina al nakba [el desastre].
La población palestina de esa zona se refugió en su mayoría en el vecino Líbano, si bien la familia de Muhmad Darwish pronto regresó a Galilea, residiendo durante en varias aldeas de una forma clandestina. Con el paso de los años fue completando sus estudios, que alternó entre su Galilea natal y el Líbano de acogida. Siendo muy joven se afilió al Partido Comunista de Israel y acabó dedicándose profesionalmente a la actividad periodística, lo que compaginó con la literaria. Trabajó en la revista Al Fayr [La Aurora].
Conoció la persecución política y llegó a estar varias veces encarcelado durante la década de los años sesenta. Desde 1970 tomó el camino del exilio, residiendo en varios países, como la URSS, Egipto y Líbano. Formó parte de la estructura alta de la Organización para Liberación de Palestina, desarrollando sobre todo actividades culturales, donde acabó siendo de hecho su máximo responsable. En 1996 pudo regresar a Galilea, donde visitó a su familia, si bien acabó fijando su residencia en la localidad de Ramala, dentro de Cisjordania, uno de los dos territorios que forman parte de la Autoridad Palestina. Allí dirigió la revista Al Karmel, que sufrió el saqueo del ejército israelí en una de las tantas agresiones que se suceden contra la población palestina y sus infraestructuras, instituciones y obras. Enfermo de corazón, falleció en 2008 en un hospital del estado de Texas, en EEUU.
La obra literaria de Darwish es muy extensa y nunca dejó de viajar por el mundo para propagarla y hacerlo también con la causa de su pueblo. Una traductora de sus poemas al castellano, María Luisa Prieto, ha escrito sobre él: "Hombre laico y moderno, refinado y elegante, Darwish
es un palestino de diálogo, aunque su voluntad no se doblegue fácilmente ni
esté dispuesto a hacer concesiones humillantes".
Leer algunos de sus poemas nos acerca un poco a su obra literaria, pero también a las pulsiones del contexto que le tocó vivir desde su más tierna infancia. Darwish no deja de ser una de las voces de un pueblo sufriente, el mismo que estos días está siendo víctima de la enésima agresión por parte del estado de Israel.
Para nuestra patria
Para
nuestra patria,
próxima
a la palabra divina,
un
techo de nubes.
Para
nuestra patria,
lejana
de las cualidades del nombre,
un
mapa de ausencia.
Para
nuestra patria,
pequeña
cual grano de sésamo,
un
horizonte celeste... y un abismo oculto.
Para
nuestra patria,
pobre
cual ala de perdiz,
libros
sagrados... y una herida en la identidad.
Para
nuestra patria,
con
colinas cercadas y desgarradas,
las
emboscadas del nuevo pasado.
Para
nuestra patria cautiva,
la libertad
de morir consumida de amor.
Piedra
preciosa en su noche sangrienta,
nuestra
patria resplandece a lo lejos
e
ilumina su entorno...
Pero
nosotros en ella
nos
ahogamos sin cesar.
La niña / El grito
En la
playa hay una niña, la niña tiene familia
y la
familia una casa.
La
casa tiene dos ventanas y una puerta...
En el
mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan por
la playa:
cuatro, cinco, siete caen
sobre la arena.
La niña se salva por poco,
gracias
a una mano de niebla,
una
mano no divina que la ayuda.
Grita: ¡Padre! ¡Padre!
Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.
El
padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,
no
responde.
Sangre
en las palmeras, sangre en las nubes.
La
lleva en volandas la voz más alta y más lejana de la
playa.
Grita en la noche desierta.
No
hay eco en el eco.
Convierte
el grito eterno en noticia rápida que deja de ser noticia
cuando los
aviones regresan para bombardear
una casa con
dos ventanas y una puerta.
Pasajeros entre palabras fugaces
Pasajeros
entre palabras fugaces:
cargad
con vuestros nombres y marchaos,
quitad
vuestras horas de nuestro tiempo y marchaos,
tomad
lo que queráis del azul del mar
y de la
arena del recuerdo,
tomad
todas las fotos que queráis para saber
lo
que nunca sabréis:
cómo
las piedras de nuestra tierra
construyen
el techo del cielo.
Pasajeros
entre palabras fugaces:
vosotros
tenéis espadas, nosotros sangre,
vosotros
tenéis acero y fuego, nosotros carne,
vosotros
tenéis otro tanque, nosotros piedras,
vosotros
tenéis gases lacrimógenos, nosotros lluvia,
pero
el cielo y el aire
son
los mismos para todos.
Tomad
una porción de nuestra sangre y marchaos,
entrad
a la fiesta, cenad y bailad...
Luego
marchaos
para
que nosotros cuidemos las rosas de los mártires
y
vivamos como queramos.
Pasajeros
entre palabras fugaces:
como
polvo amargo, pasad por donde queráis,
pero no
paséis entre nosotros cual insectos voladores
porque
hemos recogido la cosecha de nuestra tierra.
Tenemos
trigo que sembramos y regamos con el rocío de nuestros cuerpos
y
tenemos, aquí, lo que no os gusta:
piedras
y pudor.
Llevad
el pasado, si queréis, al mercado de antigüedades
y
devolved el esqueleto a la abubilla
en un
plato de porcelana.
Tenemos
lo que no os gusta: el futuro
y lo
que sembramos en nuestra tierra.
Pasajeros
entre palabras fugaces:
amontonad
vuestras fantasías en una fosa abandonada y marchaos,
devolved
las manecillas del tiempo a la ley del becerro de oro
o al
horario musical del revólver
porque
aquí tenemos lo que no os gusta. Marchaos.
Y
tenemos lo que no os pertenece: Una patria y un pueblo
desangrándose,
un
país útil para el olvido y para el recuerdo.
Pasajeros
entre palabras fugaces:
es
hora de que os marchéis.
Asentaos
donde queráis, pero no entre nosotros.
Es
hora de que os marchéis
a
morir donde queráis, pero no entre nosotros
porque
tenemos trabajo en nuestra tierra
y
aquí tenemos el pasado,
la
voz inicial de la vida,
y
tenemos el presente y el futuro,
aquí
tenemos esta vida y la otra.
Marchaos
de nuestra tierra,
de
nuestro suelo, de nuestro mar,
de
nuestro trigo, de nuestra sal, de nuestras heridas,
de
todo... marchaos
de
los recuerdos de la memoria,
pasajeros
entre palabras fugaces.
Carta de identidad
Escribe
que
soy árabe,
y el
número de mi carnet es el cincuenta mil;
que
tengo ya ocho hijos,
y
llegará el noveno al final del verano.
¿Te
enfadarás por ello?
Escribe
que
soy árabe,
y con
mis camaradas de infortunio
trabajo
en la cantera.
Para
mis ocho hijos
arranco,
de las rocas,
el
mendrugo de pan,
el
vestido y los libros.
No
mendigo limosnas a tu puerta,
ni me
rebajo
ante
tus escalones.
¿Te
enfadarás por ello?
Escribe
que
soy árabe.
Soy
nombre sin apodo.
Espero,
con paciencia, en un país
en el
que todo lo que hay
existe
airadamente.
Mis
raíces,
se
hundieron antes del nacimiento
de
los tiempos,
antes
de la apertura de las eras,
del
ciprés y el olivo,
antes
de la primicia de la hierba.
Mi
padre…
de la
familia del arado,
no de
nobles señores.
Mi
abuelo era un labriego,
sin
títulos ni nombres.
Me
mostró el orgullo del sol
antes
de enseñarme a leer.
Mi
casa es una choza campesina
de
cañas y maderos,
¿te
complace mi condición?…
Soy
nombre sin apodo.
Escribe
que
soy árabe,
que
tengo el pelo negro
y los
ojos castaños;
que,
para más detalles,
me
cubro la cabeza con un kuffiah*;
que
son mis palmas duras como la roca
y
pinchan al tocarlas.
Y me
gusta el aceite y el tomillo.
Que
vivo
en
una aldea perdida, abandonada,
sin
nombres en las calles.
Y
cuyos hombres todos
están
en la cantera o en el campo…
¿Te
enfadarás por ello?
Escribe
que
soy árabe;
que
robaste las viñas de mi abuelo
y una
tierra que araba,
yo,
con todos mis hijos.
Que
sólo nos dejaste
estas
rocas…
¿No
va a quitármelas tu gobierno también,
como
se dice?…
Escribe,
pues…
Escribe
en el
comienzo de la primera página
que
no aborrezco a nadie,
ni a
nadie robo nada.
Mas,
que si tengo hambre,
devoraré
la carne de quien a mí me robe.
¡Cuidado,
pues!…
¡Cuidado
con mi hambre,
y con
mi ira!
*Pañuelo palestino.
Nosotros amamos la vida
Nosotros
amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella,
bailamos
entre dos mártires y erigimos entre ellos un alminar de violetas
/ o una palmera.
Nosotros
amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.
Robamos
un hilo al gusano de seda para construir nuestro cielo y concluir
/ este éxodo.
Abrimos
la puerta del jardín para que el jazmín salga a las calles cual hermosa
/ mañana.
Nosotros
amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.
Allá
donde estemos, cultivamos plantas que crecen deprisa y recogemos mártires.
Soplamos
en la flauta el color de la lejanía, dibujamos un relincho en el polvo
/ del
camino
y
escribimos nuestros nombres piedra tras piedra. ¡Oh, relámpago!
ilumina para
nosotros la noche, ilumínala un poco.
Nosotros
amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.
Tengo la sabiduría del condenado a muerte
Tengo
la sabiduría del condenado a muerte:
no
tengo cosas que me posean.
He
escrito mi testamento con mi sangre:
“¡Confiad en el agua, moradores de mis canciones!”.
He
dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...
He
soñado que el corazón de la tierra era mayor que su
mapa
y más
claro que sus espejos y mi cadalso.
He
creído que una nube blanca me ascendía,
como
si yo fuera una abubilla con el viento por alas.
Y al
alba, la llamada del sereno
me
despierta de mi sueño y de mi lenguaje:
vivirás
en otro cadáver.
Modifica
tu último testamento.
Se ha
retrasado la fecha de la segunda ejecución.
¿Hasta
cuándo?, pregunto.
Esperaré
a que mueras más.
No
tengo cosas que me posean, respondo,
he
escrito mi testamento con mi sangre:
“¡Confiad en el agua,
moradores
de mis canciones!”.
Y yo,
aunque fuera el último,
encontraría
las palabras suficientes...
Cada
poema es un cuadro.
Pintaré
ahora para las golondrinas
el
mapa de la primavera,
para
los que pasan por la acera, el azufaifo
y
para las mujeres el lapislázuli...
El
camino me llevará
y yo
le llevaré a hombros
hasta
que las cosas recobren su imagen verdadera,
luego
oiré lo genuino:
cada
poema es una madre
que
busca a su hijo en las nubes,
cerca
del pozo de agua.
“Hijo, te daré el relevo,
estoy
encinta”.
Cada
poema es un sueño.
He
soñado que soñaba.
Me
llevará y le llevaré
hasta
que escriba la última línea
en el
mármol de la tumba:
“Me he dormido para volar”.
Y
llevaré al Mesías zapatos de invierno
para
que camine como los demás
desde
lo alto de la montaña hasta el lago.
Sin exilio, ¿quién soy?
Extranjero
a orillas del río, como al río...
me ata a tu
nombre el agua.
Nada me devuelve de mi lejanía a mi
palmera: ni la paz ni la guerra.
Nada me
incorpora a los Evangelios.
Nada...
Nada
brilla mientras sube y baja la marea entre
el Tigris y el Nilo.
Nada me
apea del bajel de Faraón.
Nada me
tiene o hace que yo tenga una idea:
ni la nostalgia ni la
promesa.
¿Qué haré?
¿Qué haré
sin exilio, sin una larga noche que
escrute el agua?
Me
ata
a tu
nombre
el
agua...
Nada
me lleva de las mariposas de mi sueño a mi
realidad:
ni el polvo ni el fuego.
¿Qué haré
sin la rosa de Samarcanda?
¿Qué haré
en una plaza que bruñe a los rapsodas con piedras lunares?
Tú y yo nos hemos vuelto tan ligeros como nuestros hogares
a
merced de los vientos lejanos.
Hemos trabado amistad con los raros seres
que habitan las nubes...
Nos hemos liberado del
peso de la tierra de la identidad.
¿Qué haremos... qué sin
exilio, sin una larga noche que
escrute el agua?
Me
ata
a tu
nombre
el
agua...
Sólo
tú quedas de mí, sólo
yo de
ti, un extranjero que acaricia el muslo de su extranjera:
Oh, extranjera,
¿qué vamos a fabricar en esta calma que
apuramos...
en esta siesta entre dos mitos?
Nada
nos tiene: ni el camino ni la casa.
¿Fue
este camino así desde el principio,
o
acaso nuestros sueños hallaron
una yegua de
los mongoles sobre la colina y nos sustituyeron?
¿Qué
haré?
¿Qué
sin
exilio?
A mi madre
Añoro
el pan de mi madre,
el
café de mi madre,
las
caricias de mi madre...
Día a
día,
la
infancia crece en mí
y deseo vivir porque
si
muero, sentiré
vergüenza
de las lágrimas de mi madre.
Si
algún día regreso,
tórname en adorno
de tus pestañas,
cubre
mis huesos con hierba
purificada
con el agua bendita de tus tobillos
y átame con un mechón de tu cabello
o con
un hilo del borde de tu vestido...
Tal
vez me convierta en un dios,
sí,
en un dios,
si
logro tocar el fondo de tu corazón.
Si
regreso,
tórname en leña
de tu fuego encendido
o en
cuerda de tender en la azotea de tu casa,
porque
no puedo sostenerme
sin
tu oración cotidiana.
He
envejecido.
Devuélveme las estrellas de la infancia
para
que pueda emprender
con
los pájaros pequeños
el
camino de regreso
al
nido donde tú aguardas.
(Imagen: http://www.poesiaarabe.com/mahmud%20darwish.htm)