jueves, 29 de noviembre de 2012

Cordura y coherencia en José Manuel Caballero Bonald

Me he enterado esta tarde la concesión a José Manuel Caballero Bonald del Premio Cervantes. Y me he alegrado. No es un escritor del que haya leído mucho, pero supe de él ya en los primeros 70, cuando en los estertores del franquismo que fenecía aparecían su nombre y sus hechos en la revista Triunfo. Fue un resistente y combatiente contra la dictadura, lo que le costó cárcel y exilio, pero no su dignidad, que ha seguido manteniendo hasta nuestros días. 

Lo poco que he leído suyo lo hice no hace mucho. Primero fue un acercamiento a su obra poética a través de Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa 1952-2005 (Barcelona, 2007). Descubrí en ella una poesía densa, rica y, si se quiere, difícil, pero ante todo bella. Realidad, mito y fantasía se funden en sus versos, llenos de figuras literarias donde metáforas y alegorías campan sin cesar. Entre tantos poemas está "Tribunal del viento", del libro Diario de Argónida (1997):

El rudo viento de levante arrastra 
la arena hasta los soportales
y entra en los dormitorios y toma posesión
de los enseres indistintos,
se asocia a las cortinas y las sábanas,
cuartea la vetusta madera de la noche.

Y sucede de pronto que también
hostigan a la vida esos furiosos aguijones,
ese acérrimo enjambre
de historias polvorientas, mientras
se van superponiendo alrededor
los lentos algodones del cansancio.

A mi querella el tribunal del viento.

El otro libro que leído de Caballero Bonald ha sido Ágata ojo de gatoEscrita en  1974, dicen que quizás sea su mejor novela. También que para el propio autor es su favorita. Se ha dicho, así mismo, que es una novela que, si no se inscribe, al menos se acerca al realismo mágico latinoamericano, tan en boga en esos años. En todo caso es un alegato contra el dinero y en favor de la simbiosis naturaleza-humanidad. Ambientada en las marismas del Guadalquivir, la noción del tiempo queda diluida hasta convertirse en una intemporalidad consciente que le sirve para mostrarnos el poder de corrupción que tiene el deseo de acaparar riqueza. Esa "criminal pasión por poseer" (Fernando Macías dixit) que se convierte para mucha gente en irresistible y que lleva a la apropiación de personas, de cosas y de la misma naturaleza para acabar destruyéndolo todo.  

En otro de sus poemas, "Bienaventurados los insumisos", de Manual de infractores (2005), escribe:

Ni la justicia con su manos ciegas,
ni la bondad de ojos efímeros,
ni la obediencia entre algodones sucios,
ni el rencor que atenúa
la desesperación de los cautivos,
ni las armas que arrecian por doquier,
podrán ya mitigar esas lerdas proclamas
con que pretenden seducirnos
aquellos que blasonan de honorables.

Quien quiera que merezca el rango de insumiso 
descree de esa historia y esas leyes.
El poder de los otros
nada sino desdén suscita en él.
Ha aprendido a vivir al borde la vida.

Versos inscritos en un tiempo, el actual, de otras formas de destrucción, aunque sean más sibilinas. Versos que invitan a no desistir para que no nos pisoteen. Poesía social pura. Una prueba más de que Caballero Bonald ni ha perdido la cordura, ni la dignidad, ni la coherencia ¿Acaso se puede decir más claro?