lunes, 30 de agosto de 2010

Las deudas del pasado

Una o dos generaciones han aceptado la precarización. Esto es, salarios más bajos, contratos de corta duración, aumento de la jornada laboral, abaratamiento del despido o agresión a los derechos laborales. Pero no sólo, también el trabajo sin contrato y con él, la no cotización a la seguridad social. La mano de obra se ha abaratado, de lo que se han aprovechado las distintas capas de la burguesía, que han podido seguir aumentando sus ganancias y acumulando capital. 

Una o dos generaciones han aceptado este modelo. Han sido subsumidas por una ideología capitalista que destina para la mano de obra el consumo permanente de lo que ganan trabajando. Trabajar durante varios días para fundírselo en un fin de semana o en unas vacaciones en lo que sea. Destinar el primer golpe de dinero en la compra de un automóvil depredador. La perfecta alienación: trabajar sin conciencia bajo la ilusión de un consumo que parece que te permite disfrutar, pero que acaba ahogándote.

Elevar a 20 los años de cotización a la seguridad social para poder recibir la pensión de jubilación ha sido el último aviso lanzado por el gobierno. Es la deuda adquirida por esas dos generaciones que han preferido el consumo a la defensa de los derechos sociales. Lo que no se ha cotizado, es un debe a la caja común. La mano de obra va a ser la pagana, pero las diferentes capas de la burguesía que se han aprovechado de la situación, salen de rositas. Los costes que se ahorraron en forma de salarios, cotizaciones a la seguridad social e incumplimiento de los derechos sociales se lo embolsaron para no devolverlos. 

Que cada cual saque sus consecuencias.

lunes, 9 de agosto de 2010

El infierno nuclear

6 de agosto de 1945. Una bomba de uranio fue lanzada sobre la ciudad de Hiroshima, que tenía entonces 140.000 habitantes. Se han estimado en cien mil las personas que murieron en el acto.

9 de agosto de 1945. Otra bomba, esta vez de plutonio, cayó sobre Nagasaki, de 80.000 habitantes. Se ha estimado que 73.000 personas perdieron la vida y 60.000 resultaron heridas. ¿Cuántas más fueron muriendo por los efectos de la bomba con el paso de los años, víctimas de tumores malignos, leucemia...? ¿Cuántas sufrieron síndrome agudo de radiación, diarreas, hematomas, pérdida total o parcial de pelo, disminución extrema de los glóbulos blancos de la sangre, cansancio generalizado, anemia, malformaciones, trastornos psíquicos, alteraciones de su conducta social...?

A finales de 1945 las bombas podrían haber matado a 140.000 personas en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki.

Se sabe que estas dos ciudades no habían sido bombardeadas durante la guerra porque se quería evaluar los efectos de la radiactividad en toda su dimensión. Todo un experimento bélico.

Se sabe también que el objetivo de EEUU no era forzar la rendición de Japón, aunque siga siendo la versión oficial en ese país. Fue una advertencia a la URSS. No era la Guerra Fría todavía, porque las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki alcanzaron miles de grados de temperatura.

El infierno existe. En la Tierra. Cientos de miles de personas estuvieron en él ese mes de agosto de 1945.  

viernes, 6 de agosto de 2010

Las rosas que no se marchitan

El 5 de agosto de 1939 fueron fusilados en las tapias del cementerio de la Almudena de Madrid 56 militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas. Trece eran mujeres, que han pasado a la historia con el nombre de las Trece Rosas. Su recuerdo perdura, y la historia, la literatura, el cine y hasta la danza no las han olvidado.

En El silencio roto la historiadora Fernanda Romeu (1994) sacó a la luz las estremecedoras cartas que Julia Conesa manda a su madre, donde se percibe la progresiva pérdida de esperanza por salvarse hasta su célebre frase "que mi nombre no se borre en la historia". Años más tarde el periodista Carlos Fonseca publicó Trece rosas rojas. La historia más conmovedora de la guerra civil (2004), donde narra, apoyándose en una documentación amplia, las circunstancias de la detención y condena de las trece rosas y sus compañeros. La literatura ha sido generosa en recordarlas. Dulce Chacón las incluyó dentro de los personajes de su novela La voz dormida (2002). Jesús Ferrero les dio toda la dimensión en Las Trece Rosas (2003). Julián Fernández del Pozo escribió el poema Homenaje a las Trece Rosas (2004), que comienza con estos versos: "Madrid se viste de luto, / por trece rosas castizas, / trece vidas se cortaron, / siendo jóvenes, casi niñas". Y Ángeles López se centró en una de ellas para su novela Martina, la rosa número trece (2006). Verónica Vigil y José María Almela dirigieron el documental Que mi nombre no se borre de la historia (2004) y Emilio Martínez Lázaro hizo lo propio con la película Trece rosas (2006). No han sido olvidadas tampoco en el mundo de la danza, donde la compañía Arrieritos les dedicó una de sus creaciones: 13 rosas (2007).

En 1998 dediqué a Julia Conesa, una de las trece, un recordatorio en Debate Ciudadano de Barbate (n. 28, junio-julio). Es lo que sigue a continuación. 

"Trece rosas han tronchado del eterno rosal", dice uno de los versos escritos poco después de que muriera fusilada junto con Blanquita Brissac, Virtudes González, Martina Barroso, Pilar Bueno, Victoria Muñoz, Avelina García, Joaquina López, Dionisia Manzanero, Carmen Barrero, Ana López, Elena Gil y Luisa Rodríguez. Habían sido detenidas en Madrid en mayo de 1939, en los primeros zarpazos de la dura represión franquista tras el fin de la guerra civil, como militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas, dedicadas a buscar refugio a las personas perseguidas. "Como podeis comprender somos inocentes de todo yo o lo aseguro. Decirselo a todos los que puedan hacer por nosotras algo", escribía Julita a su madre antes del consejo de guerra que se formó para juzgarlas. El 4 de agosto, ya condenada, pedía en otra carta a sus familiares que hicieran todo lo posible para salvarlas: "Mama animo y no llores que tu asido siempre muy fuerte y no te ballas aponer mala". Cuando al día siguiente se acercó su madre a la cárcel de las Ventas con un pliego de súplicas y unas firmas con la esperanza de que sirvieran para algo, recibió la noticia de que su hija y sus compañeras habían sido fusiladas junto a las tapias del cementerio del Este de Madrid. "Fueron maravillosamente valientes. Las horas que estuvieron en "capilla" cantaron canciones revolucionarias y repartieron sus cosas personales, escribieron cartas", recordaba años después una compañera de la cárcel. En su última carta, poco antes de morir, Julita pedía que no lloraran por ella y acababa con estas palabras: "Que mi nombre no se borre en la historia". Un grito de una joven humilde que pagó, como tantas otras personas de su tiempo, un alto precio por su valentía. Su nombre y el de "las trece rosas" perdurarán en la memoria, porque siempre fueron historia.

jueves, 5 de agosto de 2010

El artículo sobre Lorca, en Rebelión

Hace unos días publiqué en dos partes en este cuaderno el artículo "Las vicisitudes de Federico García Lorca". Anteayer, martes, se me ocurrió por la noche (¡cuánto calor!) enviarlo a Rebelión y en muy poco tiempo, prácticamente de inmediato, lo han publicado. Esta misma mañana he podido verlo y por eso lo pongo en conocimiento (ver enlace).

Por cierto, he leído estos días que el ayuntamiento de Alfacar pretende urbanizar el lugar donde se encuentra el monolito dedicado a García Lorca, el mismo lugar que fue objeto de las excavaciones de finales de 2009 y que había sido señalado por Agustín Penón, primero, y Ian Gibson, después, como posible enterramiento del poeta y sus compañeros en el fusilamiento. Una iniciativa, la de la urbanización, que ha partido del gobierno municipal y que tiene la aquiescencia de la Junta de Andalucía, que, al parecer, "no puede actuar de oficio". Municipio y comunidad con gobierno del PSOE, a quien la memoria histórica le importa un rábano.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ricardo Reis en la obra de Saramago

Escribió Fernando Pessoa de Ricardo Reis que “nació dentro de mi alma el 20 de enero de 1914”. Como personaje heterónimo nació, sin embargo, en 1887, en la ciudad norteña de Oporto. Pessoa le dio oficio de médico, vocación de poeta y nostálgico de la monarquía, e hizo que fuera autor de unas Odas cuyos versos se fueron publicando entre 1924 y 1935, a los que hay que añadir algunos posteriores a su muerte. El resultado fue una filosofía de “epicureísmo triste” dentro de un estilo de “neoclasicismo científico”.

José Saramago es autor de El año de la muerte de Ricardo Reis, obra aparecida en 1984. En la novela se recrea la figura literaria de Pessoa, que aparece en la misma como una especie de fantasma, y la de Lidia, la musa literaria de Reis en sus odas, todo ello en medio de escenario histórico, finales de 1935 y principios de 1936, donde se está fraguando el bloque negro de la reacción: la dictadura de Salazar, los meses previos al inicio de la guerra española, la aventura de Mussolini en Etiopía, los preparativos militares del nazismo alemán... Preciosa narración de un ambiente lúgubre y monótono donde se funden las tradiciones del clasismo más rancio con las creaciones del orden político nuevo.

Y es que ese maduro médico, poeta y monárquico, heterónimo y trasunto a la vez del propio Pessoa, no es más que una metáfora de una clase, la pequeña burguesía, que en su mayoría acabó abrazando las recetas del orden frente a la revolución, cuando no se dejó llevar, como Reis hizo, hasta la consumición vital a falta de todo atisbo de esperanza. Tras la guerra mundial en Alemania, Francia o Italia muchos Reis se readaptaron a la nueva época, y otros tantos continuaron siéndolo en Portugal y España. ¿Qué habría de ser la semilla que Reis dejó en el vientre de Lidia? ¿La herencia de su amante muerto? ¿O la de su hermano, también muerto, pero víctima de la reacción?