viernes, 31 de enero de 2020

Lo que llaman "acuerdo del siglo" sobre Palestina, no es más que plan que consagra la injusticia





























¿Qué clase de acuerdo puede ser aquel en que una de las partes no es invitada a discutirlo? Es lo que han hecho el presidente de EEUU, Donald Trump, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, sobre los territorios palestinos. Han llegado a denominarlo como "acuerdo del siglo" y hasta el propio Trump ha declarado con su chulería amenazante algo así como que eso es lo que hay y que si no, pues nada. 


Sabido es que ambos dirigentes políticos se encuentran en apuros en los respectivos países. Uno, Trump, sometido por las dos cámaras del Congreso a un proceso de impeachment, y el otro, Netanyahu, procesado por un tribunal de justicia bajo la acusación de corrupción. Nada mejor que tratar asuntos donde las opiniones públicas respectivas gozan de un elevado grado de consenso, para desviar la atención del peligro que corren si son condenados.

Con el nuevo plan de anexión, que no de reparto, el estado de Israel se quedaría con un 30% más de lo que hoy ya son exiguos territorios palestinos, arrebatando además a Palestina la frontera de Cisjordania que tenía con Jordania. Supondría "legalizar" de facto los enclaves coloniales que el estado israelí lleva instalando desde hace décadas dentro de Cisjordania, convirtiendo a esta región en una especie de queso de Gruyère. La comunicación entre Gaza y Cisjordania se haría a través de un túnel, para evitar que la población palestina pisara suelo israelí. Y, por último, consagraría a Jerusalem como la capital del estado de Israel, desplazando de ese rango al futuro estado palestino. Por cierto, una capitalidad sólo reconocida por EEUU.

Todo un cúmulo de despropósitos que, de entrada, acaba de contar con el rechazo de la ONU a través de la secretaría general. En las últimas décadas no ha habido un estado, como es el de Israel, que haya sido tan advertido y castigado por resoluciones de la ONU ante sus reiterados incumplimientos en materia de  derechos humanos sobre la población palestina y la vulneración del derecho internacional. Lo mismo ha ocurrido con las cortes internacionales de justicia. En todos los casos, sin embargo, han sido resoluciones incumplidas, porque ha contado siempre con el veto estadounidense, su protector.

Netanyahu, ante la falta de apoyo parlamentario por sus problemas judiciales, está inmerso en una campaña electoral, cuyas encuestas le dan cierta desventaja. Pero en un asunto como el palestino, donde la opinión pública es abrumadoramente favorable a la expansión territorial su oponente, el exgeneral Beni Gantz, lo tiene difícil: si rechaza el "acuerdo del siglo", le regalaría la victoria a Netanyahu; y si no lo hace, perdería el electorado crítico con el expansionismo israelí. 

Trump, por su parte, reforzaría a su principal aliado en Oriente Próximo y se presentaría en su casa como un estadista capaz de objetivos favorables para su país. El acuerdo ha llegado a conocerse como "plan Trump", para gloria de tan estrafalario y peligroso presidente. Una apuesta, en fin, que se aleja de la paz y consagra una de las injusticias más flagrantes de nuestra época.     

miércoles, 29 de enero de 2020

Bien por la afición del Club Deportivo Tenerife en su apoyo a Iñaki Williams y su oposición al racismo


Ayer sucedió un hecho entre insólito y positivo, que tuvo como escenario el campo Heliodoro Rodríguez de Tenerife y que contó con dos protagonistas: Iñaki Williams, jugador del Athletic Club de Bilbao, y la afición del Club Deportivo Tenerife. La ovación que ésta propició  al jugador al principio y el final del partido, junto con las pancartas y los gritos en favor de la tolerancia y contra el racismo, han marcado un hito. Y es que  Iñaki Williams fue víctima el pasado sábado de los insultos racistas proferidos por parte de la afición del Espanyol de Barcelona, cuando se jugaba el partido en el campo situado en Cornellá/El Prat.   

Los campos de fútbol son un ámbito donde la violencia verbal se manifiesta con rotundidad. Una violencia que afloran con frecuencia con mensajes cargados de racismo, xenofobia, machismo, homofobia... Pero las autoridades deportivas -sean los propios árbitros en el campo, quienes dirigen los clubes, las federaciones o las específicas destinadas a luchar contra la violencia en los campos de juego- no hacen lo necesario para combatirla o, cuando lo hacen, toman decisiones poco o nada ecuánimes. Ocurrió, por ejemplo, con el Rayo Vallecano, como consecuencia de los insultos lanzados sobre un jugador del Albacete por una parte de su afición. Decir "¡Puto nazi!" a jugador declaradamente nazi fue motivo de suspensión del partido, de castigo con el cierre del campo en la disputa posterior del tiempo que quedaba y el cierre durante varias jornadas de la grada afectada, amén de la multa correspondiente. 


Ningún club había sido castigado con esa dimensión hasta entonces. Se trataba, en fin, del club de un barrio popular madrileño y con una afición mayoritariamente de izquierdas. Sin embargo, las jornadas siguientes han seguido profiriéndose insultos racistas contra algunos jugadores, como lo ocurrido con Iñaki Williams. Ante la pasividad y falta de ecuanimidad de las autoridades deportivas, ha estado muy bien lo ocurrido ayer en Tenerife.

Bueno sería que los escenarios deportivos se convirtieran también en espacios de paz.

A propósito del libro ¿Quién vota a la derecha?, de Alberto Garzón

A finales del año pasado salió a la calle el libro ¿Quién vota a la derecha? De qué forma el PP, Ciudadanos y Vox seducen a las clases medias (Barcelona, Península) cuyo autor no es otro que Alberto Garzón, coordinador general de IU y desde hace unos días también ministro de Consumo. Precisamente este verano la revista laU. Revista de cultura y pensamiento publicó el artículo "¿A quién vota la clase trabajadora en España?", basado en el capítulo 4 del libro y al que le dediqué la entrada "Clases trabajadoras y voto en España, según Alberto Garzón".   

Acabo de terminar de leer el libro, cosa que he hecho al poco de adquirirlo y con rapidez, pero no sin la atención necesaria para intentar sacarle partido. A lo largo de cuatro capítulos, unas conclusiones y un addendum [añadido] final Garzón intenta poner de relieve cómo se manifiesta el voto de clase en España y la clara correlación que sigue existiendo entre la pertenencia concreta a las distintas fracciones de clases sociales y su orientación política. Por eso lo que no me gusta del libro -cosa que no deja de ser algo de orden menor- es su título, pues no se trata tanto de centrarse en el voto a la derecha y de las clases medias, según aparece en el título y en el subtítulo, como de dar una explicación a la antes citada correlación entre grupos sociales y comportamiento político. Sospecho que ha sido más una imposición editorial o al menos lo ha sido en la descripción que se hace en el subtítulo.

El trabajo, empero, es más ambicioso y no se queda en lo que no deja de ser apenas un capítulo del libro, el cuarto, de unas 70 páginas, que constituyen, a su vez, la cuarta parte del total. Menciono lo de ambicioso porque las otras partes pretenden ser no sólo una base teórica -que lo son-, sino facilitar la comprensión del comportamiento de la sociedad española en materia electoral. Para ello Garzón atiende a aspectos como la economía -que está presente en mayor medida- la historia, la sociología y, dado el tema que ocupa, la ciencia política. Un trabajo que está recorrido por la amplitud y variedad de menciones a personas del mundo del pensamiento social y de referencias bibliográficas (más de 250 citas).   

El papel de la economía

Lo primero, esto es, la dimensión económica lo hace casi en exclusiva en los dos primeros capítulos. Es donde se denota la formación académica del autor, con un manejo de los conceptos y de la ilustración que hace de ellos que ayuda a entender la narración. Que lo es clara, fluida, didáctica y me atrevo a decir que hasta amena, lo que hace posible que pueda leerse sin dificultad y sin que le falte el rigor debido

Por lo demás, en el primer capítulo Garzón nos lleva a los vaivenes del mundo de la economía política desde sus orígenes en el siglo XVIII, con Adam Smith como principal referente teórico, hasta mediados del siglo XX. Economía política, porque una y otra disciplinas nunca han estado separadas, como ya planteó el propio Smith y resaltó Karl Marx. Y es que la primera, pese a lo que gusta airear a la antes ortodoxia liberal y ahora neoliberal, no actúa per se, invisiblemente, sino con la más que ayuda de la segunda, entendida como poder de una clase o de un bloque dominante. 

Ha sido a lo largo de todo ese tiempo cuando se fueron dando luchas de clases de gran envergadura que hicieron posible que los grupos sociales subalternos de la clase capitalista fueran conquistando derechos. Desde los meramente políticos, como el sufragio universal, hasta los sociales, como lo fueron la reducción de la jornada laboral, el aumento de los salarios, las primeras formas de seguros laborales y de pensiones, etc. Unas conquistas que, pese a ello, fueron limitadas en cuanto a las reivindicaciones planteadas por las mujeres, como el sufragio y la igualdad de derechos civiles, pero que sentaron las bases de posteriores conquistas. Unas luchas, las de las mujeres, insertas en el combate contra el sistema patriarcal, fuertemente arraigado en la sociedad burguesa a través de una división sexual de trabajo y donde no faltó la incomprensión de una parte del movimiento obrero.  

Garzón no olvida el pensamiento de Marx, al que le confiere un alto valor en la comprensión de los mecanismos de explotación capitalista. No sólo atendiendo a la acumulación primitiva y su carácter salvaje en los primeros momentos del capitalismo, sino también, y especialmente, la importancia que tiene la plusvalía, esto es, la diferencia entre el valor creado (por la mano de obra asalariada) y el valor pagado (por el capital). Tampoco se olvida de criticarlo, sobre todo por la visión teleológica del devenir histórico que planteó y las derivaciones que tuvo en lo que el autor denomina como metáfora comunista.

El segundo capítulo está dedicado a los dos momentos de cambio habidos en el siglo XX: uno, antecedido parcialmente en los años 30, y concretado en el modelo keynesiano y fordista posterior a la Segunda Guerra Mundial, que se impuso hasta finales de los años sesenta y principios de los setenta; y el otro, correspondiente al modelo neoliberal que se fue implementando desde los años ochenta, si bien con algunos antecedentes en los setenta. Y como telón de fondo, el contrapeso del mundo creado en la URSS y en torno a ella, capaz de crear un modelo de crecimiento en plena crisis del capitalismo, de recuperarse con rapidez una vez acabada la guerra mundial y de desmoronarse, hasta desaparecer, en pleno auge del neoliberalismo. 

Y aquí entra en juego la importancia que Garzón confiere a la interpretación que hace el economista serbo-estadounidense Branko Milanovic, que ha planteado los cambios tecnológicos y políticos como fenómenos endógenos. De esa manera Garzón niega la autonomía de lo político y considera que "las batallas políticas se enmarcan en el interior de límites y condiciones económicas que son mucho más rígidas". También resalta el componente espacial del desarrollo económico y las consiguientes desigualdades en el reparto de las rentas, un aspecto que permite entender la realidad social desde lo concreto. Y no se olvida del reto ecológico ante un planeta agredido hasta la extenuación por un sistema que sólo entiende el beneficio per se en favor de la minoría que lo gestiona: "la lógica del capital, que funciona como un virus, sin más objetivo que reproducirse".

La especificidad española

El tercer capítulo está dedicado a la especificidad española, para lo que hace una síntesis histórica de la etapa contemporánea. En la interrelación que hace de lo económico y de lo político, resalta el hecho de que el siglo XIX, en relación a la mayoría de los países europeo-occidentales, se ha caracterizado en líneas generales por el retraso y la lentitud en el proceso de industrialización, un mayor grado de desigualdad territorial, la conformación de un poderoso bloque de poder entre la vieja aristocracia feudal y una débil burguesía, sólo importante en Cataluña y el País Vasco, y las limitaciones que tuvo el liberalismo político, que propició desde 1874 en el régimen "conservador, tradicionalista, oligárquico y corrupto llamado Restauración". 

En cuanto al siglo XX, el golpe militar de 1936 que ahogó el intento reformista y democratizador de la Segunda República supuso la recuperación del poder del bloque de poder conformado en el siglo XIX. Mantenido hasta nuestros días, durante el franquismo actuó de dos formas diferentes: en un primer momento, bajo el modelo autárquico, que supuso un estancamiento, cuando no regresión en el desarrollo económico; y desde finales de los años cincuenta, al amparo de la política de bloques de la Guerra Fría y con el apoyo de EEUU y el capital internacional, el momento en que se tuvo lugar "la verdadera industrialización de nuestro país".

Ya en los años setenta, la realidad se situó entre un tardofranquismo que coincidió con el inicio de una nueva crisis económica internacional y un periodo de transición que tuvo que torear con las secuelas económicas de la crisis y las crecientes demandas sociales y políticas de buena parte de la sociedad española, y especialmente del movimiento obrero. Fue el momento de la paradoja del Estado social en España, pues fue cuando "se empezó a construir a contramano, es decir, en dirección contraria a los vientos neoliberales que soplaban por Europa". Una situación que se concretó en el aumento del gasto público y dentro de éste, de las partidas sociales. 

La entrada en las instituciones europeas comunitarias en 1986 generó una nueva situación. Supuso ante todo la incardinación de nuestra economía en la del conjunto y con ello el flujo importante de fondos comunitarios, la implantación de una moneda común y la hegemonía de los bancos alemanes y franceses; el desmantelamiento del tejido industrial, el aumento desmesurado del sector de la construcción y un mayor grado de terciarización de la economía, con especial importancia del turismo; y la puesta en práctica de una política neoliberal, con las consiguientes reformas laborales que flexibilizaron y precarizaron la mano de obra, y las privatizaciones de empresas públicas. Un modelo frágil que duró hasta 2008, de manera que, "al estallar la burbuja, todo el tinglado se vino abajo, poniendo de manifiesto las insuficiencias".    
   
Sin cambios en el voto por clases sociales

El tratamiento del tema resulta interesante, pues Garzón analiza distintas facetas que nos permiten entenderlo mejor. En un primer momento se refiere a la relación que hay entre dos dimensiones: la económica, que se mueve entre la preferencia por la redistribución (izquierda) y el libre mercado (derecha); y la cultural, que lo hace entre el libertarismo (izquierda) y el autoritarismo (derecha), basándose esta dimensión en la defensa o rechazo, respectivamente, de derechos civiles (libertad de expresión, eutanasia, aborto, matrimonio homosexual, apertura de fronteras, mestizaje étnico, etc.). El resultado (sin la inclusión de Vox, pues los datos so de 2014) no deja lugar a dudas: los electorados de IU y Podemos manifiestan valores similares en cuanto a una defensa clara de la redistribución de rentas y los derechos civiles, inversamente proporcional al PP; por su parte, el PSOE y Ciudadanos se sitúan en una posición intermedia, el primero escorado hacia la izquierda y el segundo, hacia la derecha.

En lo referente a la extrema derecha, parte de la diversidad de expresiones que existen en otros países europeos, con un denominador común en un nacionalismo exacerbado y unas actitudes autoritarias, sin bien con diferencias en cuanto las propuestas en materia económica y social. Esto último hace que en algunos casos, como ocurre con el Front National francés, orienten su discurso hacia los sectores más castigados por el neoliberalismo, donde se encuentran las personas desempleadas o las que tienen rentas más bajas. En el caso español resalta el fuerte componente que en la derecha general tiene un discurso heredado del silgo XIX y basado en una idea mítica de España, que conlleva una dicotomía entre quienes pertenecen verdaderamente a ella y quienes no, calificados en otro tiempo como la "anti-España". Algo que se está manifestando más en los últimos años, de tal forma que "el vector por el que crece la extrema derecha y se radicaliza la derecha tradicionalista en España es nacionalista". 

Finalmente, basándose en los datos aportados por el CIS entre los años 2015 y 2019, incluyendo los resultados de las elecciones generales de abril, Garzón analiza la correlación existente entre voto y clases sociales. Y lo ocurrido no difiere de lo que Miguel Caínzos había estudiado y concluido, esto es, que el voto en España ha tenido desde los años ochenta hasta 2008 un claro componente de clase. De esta manera, las clases trabajadoras han optado en mayor medida por la izquierda y especialmente el PSOE; y las clases medias lo han hecho más por la derecha, sobre todo el PP, excepto las profesiones socioculturales, donde IU ha recogido importantes apoyos. 

Así mismo, según el estudio de Garzón no habido ningún cambio significativo en ese mismo sentido entre las elecciones de 2015 y la habida en abril de 2019. Y ello pese a determinados movimientos habidos en el seno de los partidos y entre ellos: crisis del PSOE, confluencia entre Podemos e IU, caída del PP y crecimiento de Ciudadanos, e irrupción de Vox.  

En cuanto a los grupos de izquierda (PSOE y Unidas Podemos) siguen teniendo su principal apoyo entre las clases trabajadoras, a los que hay que unir dos segmentos de los grupos dedicados a actividades de servicios: profesiones socioculturales y técnicas. El PSOE es el que recoge mayor apoyo en las clases trabajadoras; mientras que Unidas Podemos (como hasta 2011 ocurría con IU) obtiene importantes apoyos en los segmentos de los servicios aludidos, que son además los más radicalizados por la izquierda, especialmente el de profesiones socioculturales. 

En lo que corresponde a los grupos de derecha (PP, Ciudadanos y Vox) están respaldados sobremanera por el resto de segmentos sociales, situados en los niveles medios y altos (directivos y cuadros, profesiones tradicionales, profesiones de gestión, clero y mandos militares y de policía, y pequeña propiedad). En el caso del PP se refleja claramente el condicionante de edad, con mayores apoyos en todos esos grupos por parte de la gente mayor; en el de Ciudadanos destaca los escasos apoyos en el segmento de la pequeña propiedad agraria o la preferencia entre quienes tienen mayor nivel de estudios y edades más jóvenes; y en el de Vox, las preferencias entre directivos y cuadros, profesiones tradicionales, pequeña propiedad, clero, y mandos militares y de policía. 

Algunas de las conclusiones

No voy a referirme a todas las que se exponen en el libro. Lo haré únicamente a aquellas a las que confiero mayor importancia y que considero que merecen ser tenidas en cuenta; son las que siguen: 

·       "las conquistas sociales no son perennes, sino contingentes";
·       "es necesario estudiar las restricciones que impone la economía-mundo capitalista, dado que es su lógica la que define el ámbito de lo posible (...); la desigualdad no es percibida de la misma manera en una región con homogeneidad étnica y religiosa y con una Administración Pública que dispone de resortes para la protección social que en una región alternativa con atributos antagónicos";
·       "la extrema derecha de Vox es el producto radicalizado de las derechas españolas, en especial del Partido Popular (...); la fuerza de este partido reside en las clases medias-altas";
·      "la clase media debería ser definida como clases medias, es decir, como un conjunto heterogéneo que incluye a diferentes segmentos que se comportan políticamente de manera muy diversa";
·      "la clase trabajadora es mayoritariamente de izquierdas y, además, más moderada que los segmentos de izquierdas de las clases medias (...); hoy advertimos que los partidos que dicen ser representantes de la clase trabajadora no tienen la fortaleza en esta clase, sino en segmentos de la clase media";
·      "Aunque la metáfora comunista sigue estimulando a millones de personas en todo el mundo, es evidente que la base material sobre la que se cimienta hoy es muy distinta de la que existía cuando Marx y Engels escribieron El manifiesto comunista";
·      "aceptar la complejidad de la estructura de clases implica reconocer la heterogeneidad de las clases trabajadoras, lo que exige, a su vez, comprender los diferentes mecanismos causales que vinculan la clase con los comportamientos políticos";
·      "si bien ha quedado claro que la clase trabajadora no vota a la derecha (cosa que, en todo caso, no es definitiva), hemos advertido que tampoco representa el núcleo de la base social de los partidos de izquierdas radicales".

Y ya para finalizar, teniendo en cuenta el momento en que se escribió el libro, previo a la cita electoral de noviembre, Garzón señaló que "hasta el momento las encuestas no plantean grandes desplazamientos de voto, por lo que parece razonable suponer que no habrá desviaciones sustanciales de lo hasta aquí apuntado". Añadió después del riesgo de un aumento de la abstención, más presente en el electorado de izquierdas. Pero, por lo ocurrido el día 10 de noviembre, se ha mantenido el comportamiento electoral.

El addendum final dedicado al concepto de clase social

Ignoro que ha llevado a Garzón a introducir el añadido final, lo que quizás se deba a su intención por reforzar el soporte teórico que está presente a lo largo del libro. En esta parte se ha centrado en el concepto de clase social, para lo que focalizado su análisis en tres pensadores del campo de lo social relevantes: Karl Marx, Max Weber y Pierre Bourdieu. 

De Marx destaca los límites de su propuesta de análisis social a partir de un esquema polarizado en dos clases que actúan desde una realidad objetiva basada en el lugar en que se sitúan en el sistema económico. Pese a ello, añade que en Marx también una percepción más compleja de la realidad, donde operan a la vez clases, fracciones de clase y otras instancias sociales. 

En el repaso que hace de la teoría de Weber, destaca, en primer lugar, el mayor número de variables que plantea para entender la realidad social: clase, estamento y partido. Por lo demás, recuerda las aportaciones que hizo mediante conceptos como el de oportunidad o cierre social, que permiten entender los comportamientos de determinados grupos a la hora de defenderse frente a la potencial intromisión de otros. 

Finalmente, sobre Bourdieu resalta sus aportaciones sobre las nociones de capital económico, capital cultural y capital social, así como el de capital simbólico, que se refiere "a la capacidad de los atributos para ser reconocidos socialmente como legítimos". No le falta tampoco su alusión al concepto de habitus, referido a los dispositivos que tenemos interiorizados y que nos condicionan en nuestras formas de actuar.

Post Data

Artículo publicado, con fecha el 6-02-2020, en la revista digital Rebelión (https://www.rebelion.org/noticia.php?id=265164)

martes, 28 de enero de 2020

Venezuela, con Guaidó de por medio, de nuevo en el debate político

Uno de los temas preferidos por la derechona es el de Venezuela. Alineada desde el primer momento con su correspondiente en el país latinoamericano, la ha apoyado incluso en los distintos episodios golpistas contra los gobiernos bolivarianos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Aquí, en España, forma parte del guión del que hace uso permanentemente contra Unidas Podemos.

El caso se hace más complejo por la posición tomada por el PSOE, bien desde algunos de sus dirigentes o bien desde sus gobiernos. Sabido es el papel que está jugando Felipe González en todo ello, alineado con lo sectores más reaccionarios de Venezuela y, por supuesto, de EEUU. Y más recientemente ha sido el gobierno en funciones de Pedro Sánchez el que lideró en Europa el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado. En ello jugó un papel importante quien entonces ejercía de ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ese raro personaje, felipista de hecho, que apoyó a Sánchez tras la defenestración que sufrió como secretario general en 2016. 


El único miembro relevante del PSOE que ha mantenido una postura diferente en este tema ha sido, y sigue siéndolo, José Luis Rodríguez Zapatero. Durante su mandato al frente del gobierno evitó escorarse en demasía hacia las posiciones antichaviztas, pese a que le tocó vivir -y justificar- la bravuconada del hoy emérito con su "¡Que te calles!". Sin embargo, desde una posición más cómoda como exjefe de gobierno, Zapatero ha optado por buscar vías de diálogo en la resolución de los problemas de Venezuela. Eso ha implicado que relativice la responsabilidad de los gobiernos bolivarianos, que no se alinee del todo con los grupos de la oposición, que rechace la injerencia de EEUU y que critique la postura dominante que la UE está manteniendo en favor de la oposición.


Guaidó es un títere al servicio de EEUU. Autoproclamado presidente de Venezuela, ya ni siquiera es reconocido como tal por buena parte de los grupos de oposición que lo auparon. Hace unas semanas se escenificó esa ruptura, salto de valla incluido, con acusaciones graves de usurpación de funciones y  de corrupción, después de haberse apropiado de las ayudas financieras más que generosas que EEUU no para de enviar.


El problema que se ha suscitado en España estos días ha devenido de la actitud mostrada por el PSOE. La visita de Guaidó, además de pretender buscar el oxígeno necesario para una causa personal en declive, ha sido aprovechada por la derechona española. Ha tenido claro el poner de relieve una de las contradicciones del PSOE y también del nuevo gobierno de coalición, donde las posturas sobre Venezuela son más que discrepantes. Pese a que Sánchez ha evitado recibirlo, sí lo ha hecho la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, y el secretario de Relaciones Exteriores del partido, Héctor Gómez. 


Además, la cosa se ha complicado tras el aterrizaje técnico en nuestro suelo de la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, cuando iba camino de una cumbre internacional en Asia. La entrevista que mantuvo con José Ábalos, ministro de Fomento y secretario de Organización del PSOE, ha propiciado un rifirrafe de tal envergadura, que la oposición ha pedido su destitución. 


No voy a entrar en los detalles de lo ocurrido, en el juego de declaraciones del ministro -contradictorias, hay que decirlo- y tampoco en lo dicho por la derechona. Prefiero quedarme con un hecho: el asunto de Venezuela debe resolverlo el actual gobierno. Y no pasa por mantener la postura que, sobre todo el año pasado, tomó el gobierno en funciones del PSOE cuando apoyó a Guaidó. El referente en este caso deber ser Zapatero, que está manteniendo una posición mucho más coherente y atrevida. Ya lo dijo el otro día sobre la postura del propio Felipe González: "moderada no es".


Pues eso.    
   

lunes, 27 de enero de 2020

En el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto, leer y no olvidar

Me llegó ayer por la noche un correo de la Asociación Jerez Recuerda sobre el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Con intención de preparar un texto para hoy, me acordé de Primo Levi y Vasili Grossman, a quienes ya dediqué hace unos años una entrada por el mismo motivo ("Contra el olvido desde la literatura"). 

Esta mañana, sin embargo, me fijé en el libro que aún tengo delante y que hace unos días acabé de leer: Bajo del Muro del Dragón, de Arno Geiger (Xixón/Asturies, Hoja de Lata, 2019). Ambientado durante la Segunda Guerra Mundial en un pueblo recóndito de Ostmark -la Austria ocupada por la Alemania nazi en 1936-, tiene a uno de sus personajes, aun no siendo el principal, a un judío vienés llamado Oskar Meyer. Huido a la vecina Hungría para evitar ser detenido y deportado a un campo de concentración, en los momentos finales de la guerra no consiguió su objetivo, pues acabó siendo engañado: 

Dicho gendarme tenía acento austriaco, y tal y como hice en la calle Rotenturm de Viena, intenté quedarme con su cara.
'¿A dónde nos llevan?' Esa era la gran pregunta. 'Al oeste', dijeron unos. 'A la muerte', dijeron otros. 'A lo profundo', dijo Chassid. '¡Venga venga, por el mismo diablo, que ya salimos!', gruñó el gendarme.
Nos transportaron en vagones cerrados destinados al ganado, las puertas estaban aseguradas por fuera con alambres. 

Oskar Meyer, según nos cuenta el autor en las "Observaciones finales", fue en la realidad asesinado en marzo de 1945 cuando era trasladado al campo de concentración de Mauthausen. Un año antes su mujer y su hermano habían conocido también la muerte en Auschwitz.

Volviendo a Grossman (Años de guerra (1941-1945); Barcelona, Galaxia de Gutenberg/Círculo de Lectores, 2009), en su relato de lo que vio cuando llegó al campo de concentración de Treblinka (Polonia) se pregunta: 'Qué es esto, cómo sucedió?'; y de inmediato nos lanza un mensaje claro, rotundo, cargado de actualidad: 

Los rasgos embrionarios de racismo que se hallan en las exposiciones de toda clase de profesores charlatanes y de obre teóricos provincianos alemanes del siglo pasado que parecían cómicos, el desprecio de los filisteos alemanes hacia el 'cerdo ruso', el 'bestia polaco', el 'hebreo apestoso', el 'pervertido francés', el 'mercachifle inglés', el 'hipócrita griego', el 'tonto checo', toda esta farfolla barata de la supremacía del alemán sobre el resto de los pueblos de la tierra de la que burlaron bochornosamente los publicistas y los humoristas; de pronto todo esto, en el lapso de algunos años, se transformó y pasó de tener unos rasgos 'infantiles' a convertirse en una amenaza para la humanidad, la vida y la libertad, y llegó a ser el origen de increíbles e inauditos sufrimientos, torrentes de sangre y crímenes. En esto hay materia de reflexión.

Y claro que sigue habiéndola. 

(Imagen: obra sin título de Ceija Stojka, de la exposición Esto ha pasado; artista austriaca romaní, superviviente de un campo de concentración)

sábado, 25 de enero de 2020

La atracción del Echeyde, al que hoy conocemos como Teide





















El pueblo guanche llamaba Echeyde a lo que hoy conocemos como Teide. Una gran montaña en forma de cono, como corresponde a su naturaleza volcánica, que desde el lecho marino se levanta hasta 7.500 metros, de los cuales podemos percibir 3.718. Una montaña cargada de un fuerte simbolismo en las leyendas guanches, en las que no faltaba la creencia en dos deidades que encarnaban el bien y el mal: Achamán y Guayote. Fue la primera, la deidad del bien, la que acabó triunfando sobre la segunda. Liberó a la deidad solar Magec, atrapada  en el volcán de Echeyde por Guayote, y confinó a ésta de por vida, taponando el cráter con el último tramo del cono, el que está permanentemente nevado y que es conocido por ello como el "pan de azúcar". La aparición ante mis ojos de la silueta del Teide me produjo una gran impresión, que mantuve a lo largo de la tarde y primeras horas de la noche, a medida que recorríamos sus alrededores en medio del paisaje imponente de rocas volcánicas y con el manto blanco del mar de nubes de fondo, que, a modo de rompimiento de gloria, hacía que imaginariamente me sintiera transportado en las alturas. Antes, en la ascensión desde la costa, incluyendo la planicie de La Laguna, había ido contemplando el también espectáculo del escalonamiento vegetal propio de las zonas de montaña: el matorral árido de tabaibas y cardones; el bosque termófilo de dragos, palmeras y sabinas; la laurisilva de laureles, brezos y helechos; el bosque de coníferas atestado de pinos canarios; la vuelta al matorral, esta vez con retamas y jaras; y finalmente, la desnudez que ofrecen las rocas escupidas desde las entrañas de la Tierra. 

viernes, 24 de enero de 2020

La reliquia de Garajonay, corazón de La Gomera























Cuenta la leyenda que el nombre del bosque situado en el corazón de la isla de La Gomera proviene de dos jóvenes amantes guanches: Gara, princesa de Agulo, y Jonay, príncipe de Adeje en la vecina isla de Tenerife. Deseosa de conocer el futuro que le esperaba, la turbidez que se apoderó del agua que manaba de los chorros de la Epina la marcó indefectiblemente en su suerte. Y como ocurre en tantas otras leyendas de amores imposibles dictados por unos códigos sociales rígidos, prefirieron acabar con sus vidas: fundieron sus corazones con una vara fina mientras se abrazaban para siempre. Garajonay es un lugar idílico. Quizás la mejor muestra de la riqueza vegetal que se esconde en la región macaronésica. Ese conjunto de islas salpicadas en el océano Atlántico, emergidas desde sus profundidades por las erupciones volcánicas que se fueron sucediendo desde hace 25 millones de años. Un lugar donde reina el bosque de la laurisilva, ahíto de laureles o hayas, brezos, salvias o helechos, y musgos o líquenes. Una reliquia de lo que estuvo más extendido por la superficie de la Tierra. Un lugar que hay que preservar.
 

jueves, 23 de enero de 2020

Valle Gran Rey, una de las puertas de La Gomera




















"La escuela se encontraba en la parte alta del Valle Gran Rey, un valle y una población que se extendían a lo largo de una pendiente muy pronunciada (más que un valle parecía un barranco), en cuya laderas cuidadosamente trabajadas se apiñaba un laberinto de pequeñas terrazas, a modo de bancales sostenidos por cercas de piedra y enmarcados por empalizadas de cañizo, donde brillaban los frutos de los plataneros, los nísperos, los aguacates... Al fondo, en la parte baja, se divisaba el mar, que refulgía como una lengua de plata". Son palabras escritas por José Luis Cancho, de su libro Los refugios de la memoria, en las que describe la impresión que le causó su llegada a la isla de La Gomera a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Contra lo que puede parecer, al día siguiente decidió abandonar la isla, pero no por ella, sino porque había tomado la drástica decisión de abandonar una profesión, la de maestro, por la que no tenía vocación ni se sentía con recursos para practicarla. Hace un par de meses estuve en esa isla. Por poco tiempo -apenas unas horas-, pero el suficiente para percibir en ella una de las tantas maravillas que nos ofrece la naturaleza y la forma como se han adaptado a ella quienes llevan siglos morando por sus costas, sus valles y sus bosques. Después de haberla divisado a la distancia por la vertiente sur, entré en ella precisamente por la puerta que se abre en el municipio de Valle Gran Rey, situado en el centro de su costa occidental. Según ascendíamos por la carretera serpenteante camino de Garajonay, fui contemplando lo que Cancho nos describe sucintamente y con precisión. Lástima que no se hubiera adentrado a sus entrañas. No digo que hubiera sido motivo para cambiar de opinión, pues era algo que llevaba impreso en su mente: "Cumplía así con un nuevo abandono, con una nueva dimisión, con una nueva renuncia (...). No había vuelta atrás. Me había quedado sin trabajo, sin casa, aparentemente también sin futuro". Fue un capítulo más de su vida, cargada de un 
alma que, más que viajera, ha sido (o quizás siga siendo) aventurera.  

lunes, 20 de enero de 2020

Víctimas de la represión franquista (recuerdos de mis años jóvenes)

He leído en Público un pequeño reportaje dedicado a Víctor Manuel Pérez Elexpe, que murió en enero de 1975 en Portugalete (Vizcaya) por los disparos de un guardia civil. Estaba repartiendo folletos de su partido en los que manifestaba la solidaridad con los trabajadores de Navarra, que estaban protagonizando una huelga general. Su autor, Danilo Albín, ha querido visibilizar el padecimiento vivido por la familia a la hora de ver reconocida la muerte de Víctor Manuel como víctima del franquismo y de que se esclarezca lo sucedido. Si lo primero lo consiguieron en 2010, lo segundo se ha topado con la barrera de la prescripción del delito. Pese a que desde Argentina la jueza María Servini de Cubría ha solicitado el interrogatorio del guardia civil implicado en la muerte, un juzgado de Salamanca, donde reside desde hace tiempo, lo ha rechazado. 

El periodista se refiere a Víctor Manuel Pérez Elexpe como un militante comunista, aunque no hace mención a que lo era del PCE(i), uno de los distintos grupos de izquierda radical existentes por esos años y que precisamente un mes más tarde pasó a denominarse como Partido del Trabajo de España. 

Por aquellos años sabíamos de la muerte de varios camaradas, bien del propio partido, el PCE(i)/PTE, o bien de su organización juvenil, la JGR, acaecidas mientras realizaban acciones políticas. Años antes, en 1970, habían fallecido  Gerardo Sánchez, electrocutado en 1970 en Sestao (Vizcaya) cuando colocaba una bandera roja; y Roberto Pérez Jáuregui, víctima de los disparos de la policía durante una manifestación en Éibar (Guipúzcoa), convocada en apoyo a los miembros de ETA que estaban siendo juzgados por un consejo de guerra en Burgos. Y en el verano de 1976 fue Francisco Javier Verdejo, militante de la JGR, el que recibió los disparos de un guardia civil cuando estaba realizando en Almería una pintada con la inscripción "Pan, Trabajo y Libertad". 

Hubo otros militantes que sufrieron los horrores policiales mientras estaban detenidos. Quizás los casos más crueles fueron los del sevillano Miguel Jiménez Hinojosa y el vallisoletano José Luis Cancho. Al primero, que residía por aquellos años en Barcelona, lo "dejaron muerto" en 1971 después de haber sido tiroteado durante una manifestación y posteriormente, ya en una comisaría, haber sido lanzado desde una ventana. Esto último fue lo que le ocurrió al segundo en 1974, lanzado desde lo alto de un patio interior de la comisaría de la capital castellana. Una práctica que no era inédita, pues fue la que usaron en 1969 contra Enrique Ruano, militante del FLP. 


Fue el asesinato de Francisco Javier Verdejo el que más me impactó. Entre otras cosas, porque coincidía en militancia en la JGR. Lo ocurrido generó una oleada de indignación y de movilizaciones en todo el país. Curiosamente era hijo del alcalde de la ciudad y pese a ello, se cernió una cortina oscura para evitar que los responsables fueran juzgados. Todo quedó en un tropezón fortuito del agente, con la fatalidad que se le disparó el arma. Quien por entonces era gobernador civil de la provincia, Roberto García-Calvo, conoció en los años siguientes una carrera fulgurante en el mundo judicial, hasta el punto de acceder, sucesivamente, al Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional. 


Rafael Alberti le dedicó a Francisco Javier Verdejo una de sus célebres coplas de Juan Panadero: "Salió ilusionado un día / salió aquella madrugada / a escribir lo que quería / (...) ¡Oh, muros libres al viento / paredes para gritar / la rabia o el descontento / (...) Pintad con mano segura: / la Libertad en la luz, no en una prisión oscura". Y el grupo Gente del Pueblo hizo famosa la sevillana "Pan, Trabajo y Libertad", con letra de José María Carrillo: "Por las calles de Almería / nacieron claveles frescos / sembrados con la semilla / del joven Javier Verdejo / (...) Y sin poder defenderse / cayó su cuerpo herido / como en otoño las hojas / y con su sangre en la arena / puso la bandera roja". 

Durante el verano de 1976 me encontraba trabajando en Madrid y participé en algunos de los actos organizados en honor de Francisco Javier Verdejo. Recuerdo una misa en el barrio de Vallecas y la posterior manifestación. Era muy propio en aquellos años que se celebraran esos ritos religiosos, en cierta medida por el papel antifranquista que estaba llevando a cabo una parte de la Iglesia Católica. En los barrios de Madrid había, además, curas que se reconocían como comunistas. Durante uno de los momentos del acto el cura que ofició el funeral pronunció las palabras "pan, trabajo y libertad", que era la consigna que mejor nos identificaba a partidos como el nuestro o la ORT. Luego, desde el primer momento de la salida del templo hubimos de soportar una carga policial y a lo largo de la tarde se fueron sucediendo otra más. 


Lo vivido durante esos años en que la dictadura agonizaba, pero seguía mostrando la ferocidad de su cara represiva, me llevó a escribir un par de poemas sobre los compañeros muertos. Uno se lo dediqué al propio Francisco Javier Verdejo, al poco de su muerte, fruto de la rabia que me provocaron los comentarios despectivos de un compañero de trabajo ("Hoy tu nombre, / tu persona, tu honor / han sido calumniados, / han sido salvajemente injuriados / (...) Francisco Javier Verdejo,/ mártir de la libertad, / modelo de valentía, / hombre del pueblo (...)". 


El otro poema, de principios del año siguiente, se lo dediqué al conjunto de personas que habían muerto en la lucha antifascista y surgió del impacto que me causaron las muertes habidas en los cinco fatídicos días de enero: las cinco del despacho de Atocha, la de Arturo Ruiz y la de Mari Luz Nájera: "Gloria a los compañeros / que ya no nos oirán / y dieron su vida / gritando libertad. / Sus vidas entregadas, / su esfuerzo, su valor / forjaron el camino / de la revolución". Fue un poema que acabé musicando y que meses después tuve la ocasión de cantarlo durante la fiesta que organizamos cuando fue legalizado nuestro partido.

Fueron años de ilusiones. Sabíamos que lo que estábamos haciendo, contribuir a derribar la dictadura, era duro. También éramos conscientes que el sueño de la revolución iba a resultar difícil hacerlo realidad. Pero fueron años donde, siendo jóvenes, aprendimos mucho de la vida. Como en cierta ocasión escribí: "Tantas cosas he visto, que se aprende a andar en terrenos distintos y te armas de un armazón que a la vez de defensa te sirve de guía". 

Lástima que esos compañeros y esas compañeras que fueron víctimas del fascismo sigan sufriendo el desprecio de quienes fueron sus verdugos o se han convertido en sus albaceas. 

Post scriptum

Me ha enviado mi hermano Seve el enlace del blog In memoriam de Víctor Manue Pérez Elexpe, que a su vez se encuentra dentro del portal Archivo de la Transición. Aparecen varias entradas referidas al militante del PCE(i) que aportan mucha información sobre su caso. Merece la pena leerlo.

domingo, 19 de enero de 2020

A la misma hora, una distopía en teatro del grupo Trotea
























Ayer asistí a la representación de la última de las obras del grupo Trotea: A la misma hora, escrita por Gaspar Rodríguez, que también es su director. El grupo, que se encuadra dentro de l
a Asociación de Amigos del Teatro de Conil, lleva desarrollando una trayectoria que viene del año 2003. 


En la sinopsis que ha hecho el grupo se dice qu
e en el texto "escrito en clave del más puro y ácido humor, se muestran las andaduras de unos personajes que viven en una estrambótica realidad, en un marco dictatorial que los encadena". Es lo que vemos bajo un mismo marco, una estación de tren abandonada, que está presidido por un reloj que siempre marca la misma hora: la lorquiana cinco de la tarde. Por esa estación van desfilando los personajes, dos de los cuales, vagabundos, buscan al deseado Goliat que nunca llega. Los otros completan una realidad sórdida y oscura por donde pululan oportunistas, víctimas del sistema y los propios verdugos. 

Estamos ante una readaptación o, si se quiere, transposición de una obra conocida: Esperando a Godot, del irlandés Samuel Beckett. La misma estación, los dos vagabundos, el amo y su criado... Entre las diferencias, lo que para Beckett se desarrollaba en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, para Rodríguez se hace en un mundo que conecta con lo actual. Maestro, Beckett, del teatro de lo absurdo, el autor de A la misma hora ha preferido calificar su trabajo como de humor ácido. 

Me he atrevido a definir la obra como una distopía. Lo es en la medida que el sueño de los dos vagabundos, que desean liberador, parece que nunca llega. Pese a ello, se lanza una llamada de atención acerca de la necesidad de no bajar la guardia ante los peligros que permanentemente nos acechan. Es también un grito de esperanza para que, pese a las dificultades, mantengamos la conciencia de no ceder. Y en todo ello, la búsqueda de Goliat, que parece que nunca llega, pero que tiene que ser un referente que no podemos perder, si no queremos que nos aplasten definitivamente.

sábado, 18 de enero de 2020

Lo del pin parental: una manifestación reaccionaria más de la lucha cultural

La derechona ha hecho de la educación una de sus prioridades. Pero no para universalizarla y hacer que el conjunto de la población pueda hacer posible lo que Gimeno Sacristán llama conjugar "la justicia y la igualdad de trato". Demasiado para quienes entienden la sociedad desde una perspectiva clasista. Por ello, en tiempos donde negar el acceso a la educación en los niveles inferiores e incluso intermedios no resulta beneficioso, lo mejor es crear espacios propios de diferenciación. De ahí viene su obsesión por la libertad, que la centran en la libertad de decisión de las familias. Elección de centro, elección de impartir religión y ahora el llamado pin parental. 

No conformes con eso, quieren invadir el ámbito de los centros públicos, que es donde más nos acercamos a la idea de "la justicia y la igualdad de trato", para que las familias -esto es, los papis y las mamis- decidan qué deben recibir y qué no en la educación sus hijos e hijas. Nada de ideas que contaminen sus principios morales. No les gustan esas ideas que hablan de justicia e igualdad de trato entre las personas, y que se asientan sobre principios éticos, reconocidos en los tratados internacionales sobre derechos humanos y, más concretamente, sobre derechos de la infancia. 

Desde la derechona se está extendiendo la idea de que se está ideologizando la educación. Lo hacen bajo el manto de lo que salió en su día de la cúspide de la Iglesia Católica, que lleva tiempo hablando de "ideología de género" para demonizar valores como la igualdad de las personas independientemente del género o la diversidad en la orientación sexual. Lo hacen aprovechando la corriente reaccionaria que rechaza a las personas bajo los parámetros del racismo, la xenofobia o la aporofobia. 

Y lo dicen quienes definen sobre la base de idearios los centros donde estudian sus hijos e hijas, casi siempre religiosos y siempre clasistas. Quienes defienden la impartición de la asignatura de Religión, basada en un simple y descarado adoctrinamiento. Quienes hasta hace poco reducían el valor de asignaturas como Ética o Educación para la Ciudadanía. Y ahora vienen con el pin parental, que buscan legitimarlo en el derecho de las familias para decidir la educación por encima del estado. 

No es una cosa nueva en el mundo. En los años ochenta del siglo pasado, en pleno apogeo reaganiano y thatcheriano, se ensambló la idea del libre mercado con una amalgama de valores como la nación, la familia, la religión e incluso la tradición. Tampoco lo es en España, donde conecta con una tradición que viene de lejos, que ha hecho de la educación un campo de diferenciación social y también de adoctrinamiento. 

Estamos ante una clara manifestación reaccionaria de lucha cultural -ideológica, si se quiere-, pero no sólo, porque está acompañada, como siempre, de lo político y lo económico. Y todo ello en un momento donde se prevén duras batallas.

(Imagen: Filosofía de 1º de Bachillerato, IES Trafalgar, curso 2015-16)  

sábado, 11 de enero de 2020

Lo que nos cuenta el jurista Joaquín Urías sobre la podredumbre de nuestra justicia


Leer la entrevista que Sato Díaz ha hecho a Joaquín Urías, publicada hoy en Cuarto Poder, me ha dejado más que preocupado. Profesor de Derecho Constitucional y anteriormente letrado del Tribunal Constitucional, si nos atenemos a lo que ha declarado,  no deja títere con cabeza acerca del mundo de la administración de justicia y de los principales órganos de la misma.

Mucho de lo dicho lo hemos pensado con frecuencia y lo hemos percibido en el día a día cuando vamos conociendo sentencias que emiten quienes ostentan la capacidad de juzgar. Sabíamos que estamos ante un cuerpo ideológicamente conservador, pero que nos diga que "la inmensa mayoría de los jueces son ultraderechistas", nos pone en una situación apurada. 

También sabíamos del conservadurismo de las cúpulas del Tribunal Constitucional, del Consejo General del Poder Judicial y de los órganos judiciales más elevados, como el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional o los tribunales superiores de justicia de las comunidades autónomas. Pero, claro, resulta altamente alarmante que diga: “La derecha española, cada vez que pierde la mayoría electoral, se atrinchera en el poder judicial”. No importándole por ello “dejar una institución en funciones durante varios años” y saltándose “la Constitución, para mantener el poder político en el poder judicial”. 

Como también es alarmante, en relación a la situación que está viviendo Oriol Junqueras, que “ha habido una irregularidad en el procedimiento y el Supremo se ha declarado en rebeldía” por lo que se ha situado en “una situación muy pintoresca de desobediencia a un órgano constitucionalmente superior”. O que lo que puede considerar un observador internacional sobre la actuación del mismo órgano en relación a la defensa política de la unidad del Estado no es otra cosa que la siguiente: “No está aplicando la ley, está defendiendo la unidad de España saltándose las leyes españolas”.

Difícil lo va a tener el nuevo gobierno, que tiene entre sus objetivos la búsqueda de espacios de diálogo político para resolver conflictos como los territoriales. Para Urías, tras la última decisión sobre Junqueras, lo que ha hecho el Tribunal Supremo es “demostrar que quien manda son los jueces”, por lo estamos en el inicio de "una fase de guerra judicial" y vamos “a ver cómo muchas de las decisiones [del gobierno] las va a paralizar un juez”.

Duras, muy duras, las declaraciones de Urías, que, vistas las resoluciones que se están tomando en otros países y órganos de la Unión Europea, deja esta sentencia: “jueces de otros países consideran que lo que están haciendo los jueces españoles contraviene al derecho europeo”.

En fin, invito a leer la entrevista. Merece la pena hacerlo, pese a que puede provocarnos escalofríos o que se nos revuelva el estómago.