Sabido es que ambos dirigentes políticos se encuentran en apuros en los respectivos países. Uno, Trump, sometido por las dos cámaras del Congreso a un proceso de impeachment, y el otro, Netanyahu, procesado por un tribunal de justicia bajo la acusación de corrupción. Nada mejor que tratar asuntos donde las opiniones públicas respectivas gozan de un elevado grado de consenso, para desviar la atención del peligro que corren si son condenados.
Con el nuevo plan de anexión, que no de reparto, el estado de Israel se quedaría con un 30% más de lo que hoy ya son exiguos territorios palestinos, arrebatando además a Palestina la frontera de Cisjordania que tenía con Jordania. Supondría "legalizar" de facto los enclaves coloniales que el estado israelí lleva instalando desde hace décadas dentro de Cisjordania, convirtiendo a esta región en una especie de queso de Gruyère. La comunicación entre Gaza y Cisjordania se haría a través de un túnel, para evitar que la población palestina pisara suelo israelí. Y, por último, consagraría a Jerusalem como la capital del estado de Israel, desplazando de ese rango al futuro estado palestino. Por cierto, una capitalidad sólo reconocida por EEUU.
Todo un cúmulo de despropósitos que, de entrada, acaba de contar con el rechazo de la ONU a través de la secretaría general. En las últimas décadas no ha habido un estado, como es el de Israel, que haya sido tan advertido y castigado por resoluciones de la ONU ante sus reiterados incumplimientos en materia de derechos humanos sobre la población palestina y la vulneración del derecho internacional. Lo mismo ha ocurrido con las cortes internacionales de justicia. En todos los casos, sin embargo, han sido resoluciones incumplidas, porque ha contado siempre con el veto estadounidense, su protector.
Netanyahu, ante la falta de apoyo parlamentario por sus problemas judiciales, está inmerso en una campaña electoral, cuyas encuestas le dan cierta desventaja. Pero en un asunto como el palestino, donde la opinión pública es abrumadoramente favorable a la expansión territorial su oponente, el exgeneral Beni Gantz, lo tiene difícil: si rechaza el "acuerdo del siglo", le regalaría la victoria a Netanyahu; y si no lo hace, perdería el electorado crítico con el expansionismo israelí.
Trump, por su parte, reforzaría a su principal aliado en Oriente Próximo y se presentaría en su casa como un estadista capaz de objetivos favorables para su país. El acuerdo ha llegado a conocerse como "plan Trump", para gloria de tan estrafalario y peligroso presidente. Una apuesta, en fin, que se aleja de la paz y consagra una de las injusticias más flagrantes de nuestra época.