jueves, 23 de enero de 2020

Valle Gran Rey, una de las puertas de La Gomera




















"La escuela se encontraba en la parte alta del Valle Gran Rey, un valle y una población que se extendían a lo largo de una pendiente muy pronunciada (más que un valle parecía un barranco), en cuya laderas cuidadosamente trabajadas se apiñaba un laberinto de pequeñas terrazas, a modo de bancales sostenidos por cercas de piedra y enmarcados por empalizadas de cañizo, donde brillaban los frutos de los plataneros, los nísperos, los aguacates... Al fondo, en la parte baja, se divisaba el mar, que refulgía como una lengua de plata". Son palabras escritas por José Luis Cancho, de su libro Los refugios de la memoria, en las que describe la impresión que le causó su llegada a la isla de La Gomera a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Contra lo que puede parecer, al día siguiente decidió abandonar la isla, pero no por ella, sino porque había tomado la drástica decisión de abandonar una profesión, la de maestro, por la que no tenía vocación ni se sentía con recursos para practicarla. Hace un par de meses estuve en esa isla. Por poco tiempo -apenas unas horas-, pero el suficiente para percibir en ella una de las tantas maravillas que nos ofrece la naturaleza y la forma como se han adaptado a ella quienes llevan siglos morando por sus costas, sus valles y sus bosques. Después de haberla divisado a la distancia por la vertiente sur, entré en ella precisamente por la puerta que se abre en el municipio de Valle Gran Rey, situado en el centro de su costa occidental. Según ascendíamos por la carretera serpenteante camino de Garajonay, fui contemplando lo que Cancho nos describe sucintamente y con precisión. Lástima que no se hubiera adentrado a sus entrañas. No digo que hubiera sido motivo para cambiar de opinión, pues era algo que llevaba impreso en su mente: "Cumplía así con un nuevo abandono, con una nueva dimisión, con una nueva renuncia (...). No había vuelta atrás. Me había quedado sin trabajo, sin casa, aparentemente también sin futuro". Fue un capítulo más de su vida, cargada de un 
alma que, más que viajera, ha sido (o quizás siga siendo) aventurera.