En la sinopsis que ha hecho el grupo se dice que en el texto "escrito en clave del más puro y ácido humor, se muestran las andaduras de unos personajes que viven en una estrambótica realidad, en un marco dictatorial que los encadena". Es lo que vemos bajo un mismo marco, una estación de tren abandonada, que está presidido por un reloj que siempre marca la misma hora: la lorquiana cinco de la tarde. Por esa estación van desfilando los personajes, dos de los cuales, vagabundos, buscan al deseado Goliat que nunca llega. Los otros completan una realidad sórdida y oscura por donde pululan oportunistas, víctimas del sistema y los propios verdugos.
Estamos ante una readaptación o, si se quiere, transposición de una obra conocida: Esperando a Godot, del irlandés Samuel Beckett. La misma estación, los dos vagabundos, el amo y su criado... Entre las diferencias, lo que para Beckett se desarrollaba en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, para Rodríguez se hace en un mundo que conecta con lo actual. Maestro, Beckett, del teatro de lo absurdo, el autor de A la misma hora ha preferido calificar su trabajo como de humor ácido.
Me he atrevido a definir la obra como una distopía. Lo es en la medida que el sueño de los dos vagabundos, que desean liberador, parece que nunca llega. Pese a ello, se lanza una llamada de atención acerca de la necesidad de no bajar la guardia ante los peligros que permanentemente nos acechan. Es también un grito de esperanza para que, pese a las dificultades, mantengamos la conciencia de no ceder. Y en todo ello, la búsqueda de Goliat, que parece que nunca llega, pero que tiene que ser un referente que no podemos perder, si no queremos que nos aplasten definitivamente.