La derechona ha hecho de la educación una de sus prioridades. Pero no para universalizarla y hacer que el conjunto de la población pueda hacer posible lo que Gimeno Sacristán llama conjugar "la justicia y la igualdad de trato". Demasiado para quienes entienden la sociedad desde una perspectiva clasista. Por ello, en tiempos donde negar el acceso a la educación en los niveles inferiores e incluso intermedios no resulta beneficioso, lo mejor es crear espacios propios de diferenciación. De ahí viene su obsesión por la libertad, que la centran en la libertad de decisión de las familias. Elección de centro, elección de impartir religión y ahora el llamado pin parental.
No conformes con eso, quieren invadir el ámbito de los centros públicos, que es donde más nos acercamos a la idea de "la justicia y la igualdad de trato", para que las familias -esto es, los papis y las mamis- decidan qué deben recibir y qué no en la educación sus hijos e hijas. Nada de ideas que contaminen sus principios morales. No les gustan esas ideas que hablan de justicia e igualdad de trato entre las personas, y que se asientan sobre principios éticos, reconocidos en los tratados internacionales sobre derechos humanos y, más concretamente, sobre derechos de la infancia.
Desde la derechona se está extendiendo la idea de que se está ideologizando la educación. Lo hacen bajo el manto de lo que salió en su día de la cúspide de la Iglesia Católica, que lleva tiempo hablando de "ideología de género" para demonizar valores como la igualdad de las personas independientemente del género o la diversidad en la orientación sexual. Lo hacen aprovechando la corriente reaccionaria que rechaza a las personas bajo los parámetros del racismo, la xenofobia o la aporofobia.
Y lo dicen quienes definen sobre la base de idearios los centros donde estudian sus hijos e hijas, casi siempre religiosos y siempre clasistas. Quienes defienden la impartición de la asignatura de Religión, basada en un simple y descarado adoctrinamiento. Quienes hasta hace poco reducían el valor de asignaturas como Ética o Educación para la Ciudadanía. Y ahora vienen con el pin parental, que buscan legitimarlo en el derecho de las familias para decidir la educación por encima del estado.
No es una cosa nueva en el mundo. En los años ochenta del siglo pasado, en pleno apogeo reaganiano y thatcheriano, se ensambló la idea del libre mercado con una amalgama de valores como la nación, la familia, la religión e incluso la tradición. Tampoco lo es en España, donde conecta con una tradición que viene de lejos, que ha hecho de la educación un campo de diferenciación social y también de adoctrinamiento.
Estamos ante una clara manifestación reaccionaria de lucha cultural -ideológica, si se quiere-, pero no sólo, porque está acompañada, como siempre, de lo político y lo económico. Y todo ello en un momento donde se prevén duras batallas.
(Imagen: Filosofía de 1º de Bachillerato, IES Trafalgar, curso 2015-16)