Me llegó ayer por la noche un correo de la Asociación Jerez Recuerda sobre el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Con intención de preparar un texto para hoy, me acordé de Primo Levi y Vasili Grossman, a quienes ya dediqué hace unos años una entrada por el mismo motivo ("Contra el olvido desde la literatura").
Esta mañana, sin embargo, me fijé en el libro que aún tengo delante y que hace unos días acabé de leer: Bajo del Muro del Dragón, de Arno Geiger (Xixón/Asturies, Hoja de Lata, 2019). Ambientado durante la Segunda Guerra Mundial en un pueblo recóndito de Ostmark -la Austria ocupada por la Alemania nazi en 1936-, tiene a uno de sus personajes, aun no siendo el principal, a un judío vienés llamado Oskar Meyer. Huido a la vecina Hungría para evitar ser detenido y deportado a un campo de concentración, en los momentos finales de la guerra no consiguió su objetivo, pues acabó siendo engañado:
Dicho gendarme tenía acento austriaco, y tal y como hice en la calle Rotenturm de Viena, intenté quedarme con su cara.
'¿A dónde nos llevan?' Esa era la gran pregunta. 'Al oeste', dijeron unos. 'A la muerte', dijeron otros. 'A lo profundo', dijo Chassid. '¡Venga venga, por el mismo diablo, que ya salimos!', gruñó el gendarme.
Nos transportaron en vagones cerrados destinados al ganado, las puertas estaban aseguradas por fuera con alambres.
Oskar Meyer, según nos cuenta el autor en las "Observaciones finales", fue en la realidad asesinado en marzo de 1945 cuando era trasladado al campo de concentración de Mauthausen. Un año antes su mujer y su hermano habían conocido también la muerte en Auschwitz.
Volviendo a Grossman (Años de guerra (1941-1945); Barcelona, Galaxia de Gutenberg/Círculo de Lectores, 2009), en su relato de lo que vio cuando llegó al campo de concentración de Treblinka (Polonia) se pregunta: 'Qué es esto, cómo sucedió?'; y de inmediato nos lanza un mensaje claro, rotundo, cargado de actualidad:
Los rasgos embrionarios de racismo que se hallan en las exposiciones de toda clase de profesores charlatanes y de obre teóricos provincianos alemanes del siglo pasado que parecían cómicos, el desprecio de los filisteos alemanes hacia el 'cerdo ruso', el 'bestia polaco', el 'hebreo apestoso', el 'pervertido francés', el 'mercachifle inglés', el 'hipócrita griego', el 'tonto checo', toda esta farfolla barata de la supremacía del alemán sobre el resto de los pueblos de la tierra de la que burlaron bochornosamente los publicistas y los humoristas; de pronto todo esto, en el lapso de algunos años, se transformó y pasó de tener unos rasgos 'infantiles' a convertirse en una amenaza para la humanidad, la vida y la libertad, y llegó a ser el origen de increíbles e inauditos sufrimientos, torrentes de sangre y crímenes. En esto hay materia de reflexión.
Y claro que sigue habiéndola.
(Imagen: obra sin título de Ceija Stojka, de la exposición Esto ha pasado; artista austriaca romaní, superviviente de un campo de concentración)