El nuevo año comienza con la más que probable formación del gobierno de coalición progresista. Descartada la investidura de Pedro Sánchez para el día 5, dado el voto de abstención de ERC, lo sería el 7, cuando se celebre la segunda votación en el Congreso y no sea necesario disponer de la mayoría absoluta. Así las cosas, estamos en una situación nueva y, en gran medida, inimaginable.
No voy a redundar en lo que escribí meses atrás e incluso al día siguiente de las últimas elecciones, cuando empleé un lenguaje duro. Fui consciente de la puerta que se abrió prácticamente de inmediato para que se materializara lo que podría haberse hecho las elecciones de abril. La conformación de un gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos era una necesidad, si no queríamos hacer que la derecha, y dentro de ella la más reaccionaria, pudiera ir ganando terreno en medio de los dimes y diretes de algunos sectores de la izquierda.
La izquierda en este país es muy diversa, porque en ella confluyen tradiciones diferentes y realidades nuevas que, unidas al factor territorial, hace que exista una gran complejidad entre ellas. No es algo nuevo, pues viene de lejos. Saber coordinar esa diversidad en torno a objetivos comunes resulta complicado, pero no imposible. Se hizo, por ejemplo, durante la Segunda República. Se intentó, aunque fracasó, durante la Transición. Y ahora ha surgido una nueva oportunidad.
Desaprovecharla considero que sería un grave error. Lo pagaría la mayoría social, que lleva sufriendo en demasía, sobre todo desde que el gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy aceleró a un ritmo vertiginoso la puesta en práctica de unas medidas regresivas y antipopulares. Acabar con el actual estado de cosas es, pues, una necesidad. Aceptar el reto conlleva valentía. Y saber evaluar las fuerzas que tienen quienes van a oponerse a que se pueda avanzar, requiere de inteligencia.
Está la derechona, que tiene en común su defensa a ultranza del neoliberalismo en lo que económico, su permanente apelación a España y la españolidad, y en algunos sectores un fuere apego al franquismo. Su patriotismo, empero, acaba cuando se toca el dinero de quienes tienen más y se olvida de quienes están sufriendo las carencias que han ido a más desde que el reino del neoliberalismo se ha consolidado. Una derechona reaccionaria que a su insensible clasismo social añade, en distintos grados, la xenofobia, a misoginia, la homofobia, la agresión a la naturaleza...
Pero también están aquellos sectores del PSOE que fueron responsables en su día de una acción de gobierno aliada de los poderes económicos y sumisa a lo heredad de la dictadura; o de los que ahora temen perder sus atalayas de poder territorial, disputando a la derecha los mismos valores y aplicando con frecuencia las mismas medidas.
En medio de este panorama sería un grave error no asumir el riesgo de coordinar la acción política en el seno de la izquierda, pretextando que no se cumple con lo que cada grupo por sí mismo quiere. Desde la diversidad sólo cabe hacer el esfuerzo de encontrar puntos en común. Y es posible hacerlo, entre otras cosas, desde la ampliación de la democracia, el control público de quienes tienen el poder económico, la recuperación de derechos sociales perdidos, la toma de medidas que vayan atenuando el riesgo planetario, la priorización del diálogo como forma de resolver problemas políticos o la impregnación del feminismo en todos los ordenes de la vida.
Todo eso hay que llevarlo a cabo con valentía y determinación. Se necesita la colaboración y la buena voluntad del mayor número posible de grupos políticos, sindicatos y colectivos sociales. Haciendo que la mayoría social siga movilizándose, esté vigilante y se sienta protagonista.
(Imágenes: tomadas de la red electrónica sobre las movilizaciones de pensionistas, feministas y en defensa de planeta)