sábado, 20 de noviembre de 2021

7 poemas (antifascistas) y 7 retratos (satíricos) para un dictador

(Fernando Arroyo: "¡Franco, Franco, Franco!", portada de la serie de Antonio Saura Mentira y sueño de Franco).


A Franco el pirata
 
Huirás como una pantera
por los desiertos del África,
bajo el aliento indomable
de los soldados de España.
Huirás con los legionarios
y rifeños de tu casta,
que eres de ellos y no nuestro,
como traidor a tu patria.
Pero en tu fuga cobarde,
por dondequiera que vayas,
como una flecha de fuego
te seguirá la venganza.
Miles de tumbas calientes,
cientos de aldeas quemadas,
millones de almas heridas,
te dirán en tus andanzas:
“Maldito sea tu nombre,
Franco, general pirata,
que osaste poner en venta
la piel de toro de España.
Que la sombra de tu crimen
te vista de luto el alma.
Que se te vuelvan huraños
los tigres de tu mesnada
y huyas de todo ser vivo
como una fiera acosada.
Que se te cierren en torno
todas las puertas honradas.
Que en los regatos rifeños
se seque a tu paso el agua.
Que se te pudra la lengua
con que escupiste a tu patria.
Y que una mano española
-con una sola nos basta-,
una mano que en la furia
del odio se vuelva garra,
te persiga dondequiera
que arrinconases tu infamia,
y en nombre del pueblo heroico
que manchaste con tu baba,
te estruje en tu madriguera,
como a un reptil, la garganta”.

(José Antonio Balbontín; Romancero de la guerra civil, 1936).


(Pablo Picasso: Sueño y mentira de Franco, viñeta n. 1 de la primera lámina).


El traidor Franco

¡Traidor Franco, traidor Franco,
tu hora será sonada!
Si tu nombre fuera Franco,
se te saldría a la cara,
encendiéndola de sangre,
si tu sangre fuera franca.
Tu nombre fuera vergüenza
si a tu rostro se asomara,
proclamando por la sangre
la traición que la engendraba:
que la sangre has traicionado
desmintiéndola de clara.
¡Traidor Franco, traidor Franco,
tu hora será sonada!
Como una máscara el pueblo
te tira el nombre a la cara,
descubriendo la traición
que en tu nombre se amparaba.
Traicionándote de franco
traidor a tu misma causa,
fuiste dos veces traidor:
a tu sangre y a tu patria,
que a España no se defiende
con la traición emboscada,
asesinando a su pueblo,
que es el alma de su alma.
¡Traidor Franco, traidor Franco,
tu hora será sonada!
Tu nombre es como bandera
que tu derrota proclama.
Si la traición criminal
en ti franqueza se llama,
tu nombre es hoy la vergüenza
mayor que ha tenido España.
Que ni tu nombre es ya nombre,
ni en tu sangre se espejeaba;
traidor, hijo de traidores,
mal nacido de tu casta:
no eres Franco, no eres hombre,
no eres hombre, no eres nada.

(José Bergamín; Romancero de la guerra civil, 1936).


(Carlos Gómez Carrera: caricatura de Francisco Franco,  publicada en la revista La Traca).


El general Franco en los infiernos

Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz de mujer muerta 
                                                                    / te escarbe la barriga.
Buscando una sortija nupcial y un juguete de niño degollado,
serán para ti una puerta oscura,
arrasada.
                
                En efecto.
                            De infierno a infierno, ¿qué hay?
En el aullido de tus legiones, en la santa leche
de las madres de España, en la leche y los senos pisoteados
por los caminos, hay una aldea más, un silencio más, una puerta rota.

                Aquí estás. Triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra
de traición que la sangre no borra. Quién, quién eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra.

                Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno, los círculos
del dolor palidecen.
                Maldito, que sólo lo humano
te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas,
no te consumas, que no te pierdas
en la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio ardiendo 
ni la feroz espuma.
                Solo, solo, para las lágrimas
todas reunidas, para una eternidad de manos muertas
y ojos podridos, solo una cueva
de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
                                                No mereces dormir
aunque sea clavados de alfileres los ojos: debes estar
despierto, general, despierto eternamente
entre la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas en Otoño. Todas, todos los tristes niños descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
                                                Niños negros por la explosión,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la
misma actitud
de atravesar la calle, de patear la pelota,
de tragar una fruta, de sonreír o nacer.

Sonreír. Hay sonrisas
ya demolidas por la sangre
que esperan con dispersos dientes exterminados
y máscaras de confusa materia, rostros huecos
de pólvora perpetua, y los fantasmas
sin nombre, los oscuros
escondidos, los que nunca salieron
de su cama de escombros. Todos te esperan
para pasar la noche. Llenan los corredores 
como algas corrompidas.
                                    Son nuestros, fueron nuestra
carne, nuestra salud, nuestra
paz de herrerías, nuestro océano
de aire y pulmones. A través de ellos
las secas tierras florecían. Ahora, más allá de la tierra,
hechos substancia
destruida, materia asesinada, harina muerta,
te esperan en tu infierno. 
Como el agudo espanto o el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito seas,
solo y despierto seas entre todos los muertos,
y que la sangre caiga en ti como la lluvia,
y que un agonizante río de ojos cortados
te resbale y recorra mirándote sin término.

(Pablo Neruda; España en el corazón, 1937).


(Antonio Saura: "¡Viva la muerte!", de la serie Mentira y sueño de Franco).


Tu famosa, tu mínima impotencia...

Tu famosa, tu mínima impotencia,
desparramar intento
sin detener el paso ni un instante.
Para lo tal, me apeo en mi paciencia,
pulso un acordeón llorón de viento
y socarrón de voz, y ya es bastante.

Tu cornicabreada decrepitud purgante
exige estos reparos de escritura,
y con ellos ayudo a someterte,
no al manicomio al tonticomio oscuro
que tu idiotez sin mezcla de locura,
pide hasta que la muerte
venga a sacar tu vida de este apuro.

Llevas el corazón con cuello duro,
residuo de una momia milenaria
concurso de idiotas,
que necesita la alabanza diaria
y descosido en la alabanza explotas.

Cocodrilito pequeñito, ñito,
lagartija de astucia,
mezquina subterránea, con el rabo marchito,
y la mirada alcantarilla sucia.

Tarántula diabética y escuálida,
forúnculo político y gramático,
repúblico de triste mierda inválida,
oráculo, sarcófago enigmático.

Demócrata de dientes para fuera,
altares solicita tu zapato
No hagas más reflexiones de topo y madriguera
en tu conejeril rincón de mentecato.
 
Humo soberbio, sapo que te hinches
cuando oyes un piropo:
disuélvete en berrinches
resuélvete, desaparece, topo.
España no precisa
tu vaciedad de calabaza neta,
tu mezquindad que duele y que da risa,
tu vejez inconcreta,
venenosa, indecisa.

No te toca la sangre de los trabajadores,
sus muertes no salpican tu chaleco,
no te duelen sus ansias, ni su lucha,
tu tiniebla trafica con sus puros fulgores
su clamor no haya en ti ni voz, ni eco,
tu vanidad tu mismo ruido escucha
como un sótano seco.
 
Hay ojos que derraman raíces amorosas.
Sobre tus ojos tienes
uñas que a hacerse dueñas de las cosas
avanzan por tus sienes.

Necesitan incienso e incensario
tu secundaria vida,
tu corazón de espino secundario,
tu soberbia de zarza consumida.

Sobre tu pedestal o tu peana,
monumento de oficio,
cuando su salvación está cercana
quieres llevar un pueblo al precipicio.

Te rebuznó en el parto tu madre, y más valiera 
a España que jamás te rebuznara
con esa cara de escobilla fiera,
de vieja zorra avara.

No llevarás mi pueblo al precipicio,
dictador fracasado, rey confuso,
y caerás por la punta de una bota
sobre tus flacos días puesta en uso.

(Miguel Hernández, 1937).


(Andrés Vázquez de Sola: retrato de Francisco Franco, del libro La gran corrida franquista). 


Al glorioso general Francisco Franco después que firmó el fusilamiento de Grimau

Mi General...

¡Qué bonita letra tiene usted!
¡Oh, qué preciosa caligrafía de cuartel!
Así escriben los tiranos, ¿verdad?
¡Y los gloriosos dictadores...!

¡Qué rasgos!
¡Qué pulso!
¿Quién le enseñó a escribir así, mi general?
Se dice general y se dice verdugo.
Los dos tienen el mismo rango,
los mismos galones.
El general se diferencia del verdugo solamente
en que el general tiene la letra más bonita,
para firmar una sentencia de muerte
hay que tener la letra muy bonita...
¡Qué bonita letra tiene usted mi general!

(León Felipe, 1967).


(Fernando Botero: "Franco").


No han pasado los años

España arriba España sigue siendo mi espejo.
                                        30 años de paz.
En él siempre me miro.
Me encuentro cada día más joven, más dichoso.
No tengo edad, como los muertos.
Quieres decir que tienes
la misma edad que cuando nos mataste.
Eres un cementerio.
Por la gracia de Dios estoy en gracia.
Valle de los caídos.
Muertos.
Muertos.
Y muertos.
Archivador de muertos.
Coleccionista de muertos.
Museo de muertos.
No me remuerde en nada la conciencia.
Muertos.
Un tremendo vacío.
Un hoyo.
Un hervidero de sangre fusilada.
Aunque no he de morir el cielo me he ganado.
Muertos.
Sol y turistas y alegría y rey.
Vive España por mí.
Miradla.
Éste es mi reino.
Muertos.
Por la gracia de Dios gobierno España.
Soy mi mismo heredero.
Españoles, yo os traje la victoria.
Muertos.
Estamos sin enterrar.
Nos pisas todos los días.
En el barro de tus botas
se pegan todos tus muertos.
Crujimos bajo tus plantas
vivos, aunque vivos muertos.
En verdad somos tu espejo.
Soy el Mesías que esperaba España.
He aquí mi paz, los años prometidos.
                                                       Paz de los muertos.
                                                       30 años de paz.
                                                       Paz de los muertos.
Heridos.
Perdidos.
Quemados.
Llorados.
Hundidos.
Tundidos.
Vejados.
Muertos.
                                                    30 años de paz.
                                                    Paz de los muertos.
En verdad, esta España arriba España
sigue siendo mi espejo.
Muertos.
Muertos.
Muertos.
Pero los muertos,
los muertos,
los muertos
levantan,
levantan,
levantan la mano los muertos.

Lejos, allí, Machado,
allí sigue enterrado.
Un álamo escapado
del Duero le da vela.
Lo sigue allí velando.
Yo bien claro lo dije
y lo digo bien claro.

Yo no estoy con vosotros.
Mi mano
no bajó de mis labios
ni una sílaba sola
para cantaros.
Un día de Madrid
yo le escuché a Machado:
Mis pies ya no me sirven,
pero tengo los brazos…
Llovía muerte del cielo.
Madrid se desangraba
por los cuatro costados.
Luego, se fue…
                         Allí sigue
bajo la tierra hablando.

Ese que va a caballo,
ese que no llegó nunca hasta Córdoba,
ése eres tú.
Ese que va en el viento
bajo la luna negra, bajo la luna roja,
ése eres tú.
Esas cuatro palomas
que van volando heridas en sus sombras,
ésas son tú.
Asesinado por el cielo…
Dejaré crecer mis cabellos.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
Asesinado por el cielo.

Oigo una voz que grita: Federico.
Por sobre los tejados: Federico.
Por sobre los jardines: Federico.
Por las torres tronchadas: Federico.
Por las fuentes perdidas: Federico.
Por los montes helados: Federico.
Por los arroyos ciegos: Federico.
Por la tierra excavada: Federico.

– ¿Cómo, cómo fue?
– Así.
– ¡Déjame! ¿De esa manera?
– Sí.
El corazón salió solo.
– ¡Ay, ay de mí!
¡Federico!

Está en pie todavía.
Todavía
puede hablarse de él,
puede pintarse su impasible rostro,
su funeral, caído, yerto rostro de mármol,
porque sigue sumido allí, sumido
en una mar de sangre, allí plantado
delante del azogue sangriento de un espejo,
mirándose en su obra, contemplando
su arriba España triste, muerta España
comida de gusanos.
Carlo Quattrucci lo ha pintado en Roma.
Pudo pintarlo así, pudo pintarloya que a los 30 años todavía
no han pasado los años.
No, no han pasado.

(Rafael Alberti; España (1936-19…), 1969; y Desprecio y maravilla, 1972).

(Eugenio Merino: "Franco congelado").


¡Final!

-Deberías haber tenido otro final;
te merecías, hipócrita, un muro en
otro agujero. Tu dictadura,
tu puta vida de asesino,

¡menudo incendio de sangre! Podrido verdugo,
te tenía que haber apaleado la dura
oscuridad de los pueblos, dado a tortura,
colgado de un árbol al final de algún camino.

Rata de la peor delincuencia,
te pegaba otra muerte con violencia,
el final de tantos desde aquel mes de julio.
 
Pero la has tenido de tirano español,
sólo e hibernado, gargajo de la ciencia
y con tufo a sangre y mierda. ¡Su Excremencia!

Gloria de la chapuza,
ha muerto el dictador más viejo de Europa.
¡Un abrazo, amor, y levantemos la copa!

(Joan Brossa, 1975).


(Jaume Perich, "El Perich").