jueves, 11 de noviembre de 2021

El Partido Comunista de España durante la Segunda República


La llegada de la República cogió al PCE en una situación de desorientación. De un lado, se encontraba diezmado por el impacto de la dictadura primorriverista. Y por otro, sufrió las consecuencias de los errores cometidos, bien propios o bien condicionados por los vaivenes tácticos de la Internacional Comunista. A su vez, en el contexto internacional habían surgido dos hechos de máxima importancia: la crisis económica iniciada en 1929 y el desarrollo del fascismo, ya instalado en el poder en Italia y en vías de hacerlos en Alemania.

El 14 de abril y lo que vino en los meses siguientes 

En la anterior entrada me referí al recibimiento que el PCE dio a la llegada de la Segunda República. Expresaba un alejamiento de la realidad política, haciendo gala de una elevada radicalidad, que tuvo como mensaje principal la propuesta de una república obrera y campesina. Esa reivindicación se mantuvo en las elecciones legislativas del mes de junio, en las que cosechó una severa derrota, no llegando ni al 1% de los sufragios. En medio de esa sequía, el principal logro fue la consecución en las elecciones municipales del 12 de abril de la alcaldía en el pueblo toledano de Villa de Don Fadrique en la persona de Luis Cicuéndez.

Pero fue en marzo del año siguiente cuando el PCE empezó a sentar las bases de lo que con el tiempo acabaría siendo un cambio de rumbo. En el IV Congreso se introdujeron algunos cambios en la dirección del partido con la entrada de nuevos miembros. Después de varios movimientos internos lanzados contra el núcleo dirigente, en octubre se produjo la reestructuración definitiva, con la expulsión de Bullejos y sus colaboradores Manuel Adame, Gabriel León Trilla y Etelvino Vega, que fueron acusados de mantener posiciones excesivamente radicales y alejadas de la realidad. En el fondo no dejaron de ser meros chivos expiatorios de los errores cometidos por la IC en su política de clase contra clase. En esos momentos resultó decisivo el papel jugado por los delegados de la IC, en especial el argentino Victorio Codovilla.

El relevo organizativo estuvo encabezado por el sevillano José Díaz, símbolo no tanto de una nueva generación como de una hornada diferente de militantes. El nuevo secretario general provenía del grupo numeroso de cenetistas que en 1927 se pasaron al partido, lo que supuso la creación en esa ciudad de un foco sólido y con arraigo. Lo acompañaron en la dirección, entre otros nombres, Vicente Uribe, Dolores Ibárruri y Jesús Hernández, de Vizcaya; Manuel Delicado y Antonio Mije, de Sevilla; o el jerezano Manuel Hurtado. No faltó tampoco la formulación de algunas autocríticas, como ocurrió, por ejemplo, con Dolores Ibárruri, que había formado parte de la dirección desde 1931.

El destino de los expulsados fue diferente. Mientras José Bullejos y Manuel Adame pronto acabaron recalando en el PSOE, lo que fue interpretado como una prueba de su actividad contraria al partido, Gabriel León Trilla y Etelvino Vega fueron readmitidos con el tiempo

Pese a los cambios habidos, durante los meses siguientes apenas se alteró la línea política de clase contra clase. Eso conllevaba que se siguiera viendo el reformismo, tanto general como el que se daba en nombre de la clase obrera, como el principal peligro de cara a la revolución. El resultado fue una permanente oposición a las medidas tomadas por el gobierno de coalición republicano-socialista durante el primer bienio republicano, sobre todo las que tenían un contenido social, bien en materia laboral o bien en relación a la reforma agraria. A la vez, el PCE continuó haciendo uso de un lenguaje duro contra lo que era denominado como socialfascismo, representado en España por el PSOE. Dicho término, proveniente de Alemania, suponía una caracterización de la política desarrollada en ese país por la socialdemocracia en colaboración con otros grupos políticos y que no combatió con el rigor debido la expansión del movimiento nacionalsocialista.  

El crecimiento del PCE siguió siendo lento, si bien tuvo algunos logros. La implantación se fue extendiendo y consolidando en mayor medida en las provincias  andaluzas de Sevilla, Málaga, Córdoba y Cádiz, y en Asturias. Vizcaya  fue perdiendo terreno, Madrid se mantuvo, aprovechando ser el centro de gravedad del país, y Cataluña siguió siendo el territorio con mayores dificultades. Pese a ello, en 1933 se integraron en el partido el grupo Izquierda Revolucionaria y Antifascista, dirigida por el intelectual de origen peruano César Falcón, y algunos destacados dirigentes del Partido Social Revolucionario, entre los que se encontraba el diputado José Antonio Balbontín. Y a lo largo de esos años se consolidó como órgano de difusión de la línea política del partido el periódico Mundo Obrero, que había aparecido por primera vez en 1930.  

En el campo sindical el PCE acabó fundando a mediados de 1932 la Confederación General del Trabajo Unitaria. Hasta ese momento había trabajado dentro de la UGT y, en mayor medida, de la CNT, a través de los grupos de oposición sindical revolucionaria, cuyos logros fueron limitados. La CGTU, sin embargo, tuvo una implantación pequeña, siendo mayor en las provincias donde el partido disponía de más presencia: las ya referidas andaluzas y Asturias, y, en menor medida, en Vizcaya. 

El año 1933

Lo ocurrido en Casas Viejas en enero de 1933 fue considerado como una prueba más de la naturaleza burguesa del gobierno de coalición republicano-socialista. Pero ese año dio más de sí, pues, mirado en su conjunto y atendiendo también al contexto europeo, los avatares que se fueron sucediendo acabaron siendo decisivos. No se debe perder de vista que en enero fue cuando el partido nazi accedió al gobierno en Alemania, implantando de una forma acelerada una dictadura. O que en el mes siguiente ocurrió algo parecido en Austria con la llegada al gobierno del protofascismo que encarnaba Dollfuss. Los dos hechos sirvieron de aldabonazo para que en el seno de la IC se aprobase un nuevo cambio de rumbo. Y en esta ocasión se propuso la formación en cada país de alianzas interclasistas y antifascistas a través de los denominados frentes populares. Aunque fue algo que tardó en cuajar, con el tiempo, dependiendo de las realidades nacionales, fue poniéndose en práctica. 

Mientras tanto, en España el gobierno de coalición acabó saltando por los aires en septiembre y en noviembre se celebraron unas nuevas elecciones. En el campo de la izquierda cada partido decidió presentarse, salvo unas pocas excepciones, por separado, lo que allanó el terreno a los grupos de la derecha, que obtuvieron mayor número de votos y, en el caso de los monárquicos, optimizaron el número de escaños por presentarse unidos a través de la CEDA. 

El comportamiento de los grupos obreros y su electorado ante esas elecciones fue diverso. El PSOE, en solitario, obtuvo el 21'7% de los votos, pero en el Congreso supuso que el número de escaños quedara reducido al 12'5%. El malestar creado por la represión en Casas Viejas llevó a que buena parte de la afiliación cenetista decidiera hacer caso al llamamiento a la abstención lanzado por la dirigencia anarquista. Y en lo que respecta al PCE, sus resultados, aun siendo algo mejores que en 1931, sólo tuvieron como fruto la elección de Cayetano Bolívar como diputado por Málaga, dentro, eso sí, de una candidatura unitaria y popular.

Las contrarreformas de los gobiernos conservadores

La llegada al gobierno de los grupos conservadores supuso, en primer lugar, el desmantelamiento de las medidas sociales y agrarias del bienio anterior. A eso se añadió la amnistía que se concedió a los militares que protagonizaron en agosto de 1932 un intento de golpe militar en Sevilla, conocido como la "sanjurjada". Pero fue a raíz de la entrada en el gobierno de tres ministros de la CEDA, en octubre de 1934, lo que precipitó un cambio en el comportamiento y la relación entre los grupos de izquierda. Si a eso se une el creciente enrarecimiento del clima político internacional, al que Alemania contribuyó con la denuncia de los acuerdos firmados en Versalles en 1919 y su política de rearme, el acercamiento entre los grupos obreros se vio facilitado. La presencia de la CEDA en el gobierno fue interpretada como una avanzadilla de lo que había ocurrido en Austria con Dollfuss y la deriva autoritaria que su gobierno tomó desde el primer momento. Además, la presión cada vez más intensa por parte de José María Gil-Robles, líder de la CEDA, para integrarse en el gobierno, acrecentó los temores. Y tanto, que hasta el propio presidente de la República, el republicano moderado Niceto Alcalá-Zamora, se opuso tajantemente.  

Socialistas, anarquistas y comunistas aunaron sus fuerzas en la acción sindical, lo que se materializó en la formación de alianzas obreras, una fórmula que ya se había dado con anterioridad y que en ese momento fue promovida desde la IC. La relación entre los diferentes grupos de izquierda, incluyendo los reorganizados republicanos (la Izquierda Republicana de Manuel Azaña y la Unión Republicana de Diego Martínez Barrio), tendió a mejorar. En el seno del PSOE se produjo un proceso de radicalización, hasta ese momento desconocido, en uno de sus sectores internos. Encabezado por Francisco Largo Caballero, contó también con el apoyo de amplios sectores de la UGT y atrajo a la mayoría de la dirección y la militancia de las Juventudes Socialistas, que en ese momento tenían a Santiago Carrillo como secretario general.   

El momento clave tuvo lugar en octubre de 1934 con la convocatoria de una huelga general en todo el país. Si bien fracasó como tal, en Asturias derivó en una revolución de carácter obrero, mientras que en Cataluña Lluis Companys, presidente de la Generalitat, proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La dureza empleada por el gobierno en Asturias (con el asesoramiento de Francisco Franco en las operaciones militares) y el encarcelamiento de Lluis Companys, a la vez que quedaba en suspenso el Estatut, supusieron un punto de no retorno. La represión afectó también al mismo Manuel Azaña, acusado de participar en los sucesos de Barcelona. Quedó, así, definida para los grupos de izquierda la naturaleza de la derecha y especialmente de los grupos monárquicos, organizados en la CEDA, sus Juventudes de Acción Popular, Reforma Española e incluso el Partido Agrario, que se encontraban en un proceso de fascistización. Sin olvidar la versión española del fascismo: con el nombre de Falange Española había nacido un año antes y desde febrero se reformuló como FE de las JONS, protagonizando unas acciones violentas en ascenso.

Hacia el Frente Popular

El camino hacia la formación del Frente Popular no fue fácil, pues hubieron de vencerse diferentes obstáculos, derivados de las perspectivas de cada grupo político o, en el caso del PSOE, de los sectores internos que estaban en pugna. Inicialmente fue Azaña, líder de Izquierda Republicana, quien en octubre de 1935 propuso públicamente al PSOE que se reeditara una coalición electoral. A su vez, desde este partido se propuso que pudieran unirse otros grupos obreros, entre los que se encontraba el PCE.

Para los grupos republicanos y los sectores moderados del PSOE la alianza se veía como una coalición electoral con el fin de aunar los votos y poder proseguir por la senda reformista del primer bienio republicano, cortada de cuajo desde finales de 1933. Para el sector  caballerista del PSOE y la UGT, así como las Juventudes Socialistas, junto con el PCE y otros grupos obreros (el Partido Sindicalista, el POUM de Joaquín Maurín y Andreu Nin, y algunos sectores de la CNT) se trataba, en un principio, de la creación de un bloque popular capaz de hacer frente al fascismo y de avanzar en el proceso de transformaciones. 

En el caso del PCE nunca se perdió la perspectiva de una unidad amplia, por lo que evitó planteamientos maximalistas que rompieran la coalición y alejaran a los sectores sociales y políticos más moderados del republicanismo y el movimiento obrero. La caracterización que hizo de la nueva perspectiva fue la de la lucha  por una república democrática, de naturaleza interclasista, pero avanzada en lo social y lo político, con el fin de hacer frente al fascismo. Ese cambio de actitud fue de gran importancia, resultando decisivo de cara al futuro, porque fue el momento en que su crecimiento, tanto en militancia como en capacidad de influencia, aumentó considerablemente.

Finalmente, tras la sucesión de crisis políticas no resueltas en el seno de la mayoría parlamentaria, Alcalá-Zamora tomó la decisión de disolver el Congreso y convocar elecciones para el 16 de febrero de 1936. La aproximación entre los grupos de izquierda resultó fácil, lo que cristalizó en la formación del Frente Popular, que en Cataluña adoptó el nombre de Front d'Esquerres, con la presencia de ERC. La nueva coalición electoral, esta vez favorecida por una menor abstención (promovida desde la dirigencia anarquista), obtuvo más apoyos que la correspondiente de la derecha monárquica, con una diferencia escasa de 150.000 votos, pero beneficiándose del sistema electoral. El PCE, por su parte, se vio recompensado con la obtención de 17 escaños.    

El periodo que se abrió conoció una gran confrontación social y política. Durante la misma noche electoral no faltó que el general Francisco Franco, todavía jefe del Estado Mayor, se ofreciera a Manuel Portela Valladares, jefe de gobierno en funciones, para suspender la Constitución. Al poco el nuevo gobierno, formado por republicanos de izquierda, cumplió con los objetivos del programa electoral del Frente Popular: amnistía, intensificación de la reforma agraria y restablecimiento del Estatut catalán. Entre los grupos conservadores la derrota electoral dio paso a la vía militar para hacerse con el poder, intensificando los preparativos. Los enfrentamientos físicos y verbales fueron frecuentes entre los distintos grupos. El propio Alcalá-Zamora fue destituido por las Cortes a iniciativa de los grupos de izquierda, siendo sustituido por Manuel Azaña en mayo. 

El mismo partido, pero bastante diferente

Fue en ese contexto de lucha y unidad de acción donde el PCE fue aumentando el  número de militantes y su influencia entre la gente. Sus organizaciones, tanto locales como sectoriales (sindicales, culturales, de mujeres...), fueron ganando terreno, a lo que contribuyó su propuesta de un frente popular antifascista. Sus actividades no se limitaron a la lucha propiamente política, sino que abarcó otros ámbitos de la vida de la gente, tanto culturales como de la solidaridad, o que tenían el fin de acercar el conocimiento de la realidad de lo que en esos momentos era su referente primordial, esto es, la URSS. Es así como fueron surgiendo en su entorno grupos y asociaciones, tales como el Socorro Rojo Internacional, el Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, etc. 

En el mundo de la cultura se produjo la afluencia hacia ese entorno, independientemente de ser o no militantes, de jóvenes artistas y escritores, así como de algunos ya consagrados. Entre los primeros, dentro de un largo etcétera, se encontraban escritores como Rafael Alberti, María Teresa León, Concha Zardoya, Rosa Chacel, César Muñoz Arconada, Luis Cernuda, Pedro Garfias, José Bergamín, Ramón J. Sender, Emilio Prados o Miguel Hernández; artistas como Alberto Sánchez, Luis Bagaría o Josep Renau; intelectuales como Wenceslao Roces; los cineastas Eduardo Ugarte o Luis Buñuel... Y entre los segundos, los casos de Antonio Machado, Ramón del Valle-Inclán o Federico García Lorca. 

Paralelamente, el PCE desarrolló una práctica de unidad orgánica en el seno de los grupos obreros, orientándose preferentemente al campo socialista. A finales de 1935 integró la CGTU, que no había dejado de ser minoritaria, en la UGT. El acercamiento de las juventudes  de ambos partidos se vio facilitado por el proceso de bolchevización de las Juventudes Socialistas, que corrió a la par de su distanciamiento del caballerismo, por lo que en marzo de 1936 se produjo la fusión, tomando el nuevo grupo el nombre de Juventudes Socialistas Unificadas, con Santiago Carrillo al frente.

Más dificultades encontró el PCE en su intento por formar un partido único con el PSOE, que contó con una fuerte oposición de sus líderes moderados Indalecio Prieto y Julián Besteiro, y las reticencias de Francisco Largo Caballero, cuyos seguidores fueron ganando en radicalidad al PCE. Donde sí se consiguió la unidad orgánica fue en Cataluña, aunque fuera coincidiendo con el golpe de estado de julio. El nacimiento del Partit Socialista Unificat de Catalunya fue el resultado de la fusión de cuatro grupos, aunando los dos existentes en el ámbito del estado y otros dos de carácter nacionalista: la federación catalana del PSOE, el Partido Comunista de Cataluña (ligado al PCE), la Unió Socialista de Catalunya y el Partit Catalá Proletari.  

Y llegado julio de 1936, el momento de una guerra

El día 18 fue la fecha elegida por quienes conspiraban contra la República. Militares, como ejecutores del plan, pero civiles, sobre todo del entorno monárquico fascistizado, como cerebros y creadores de un clima propicio para ser asumido por esa parte de la sociedad que había tomado el camino de romper con los avances traídos a partir de 1931. 

Lo que inicialmente estaba programado como un golpe militar derivó en una guerra. Fue el resultado del fracaso en buena parte de las conspiraciones locales y de la resistencia que emanó de amplios sectores populares. Y en ese contexto el PCE, mejor dotado y bastante más imbricado en la sociedad que en años anteriores, jugaría un papel importante.

  
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