domingo, 21 de abril de 2024

El Zapal de Barbate, en los escritos y la fotografía

Vista general de Barbate en los años sesenta; 
en la parte inferior de la derecha, junto a la playa, el Zapal

Este año se cumple el 50 aniversario de la demolición de la barriada del Zapal. Fue concretamente el 22 de noviembre cuando las autoridades locales y provinciales llevaron a cabo el acto simbólico que ponía fin a varias décadas de existencia de un espacio habitado por varios miles de personas, donde la infravivienda y la miseria pastaban a sus anchas. Sobre el origen del nombre hay cierta controversia. En la acepción más extendida se considera que es una derivación, ceceo mediante, de sapal, es decir, un humedal habitado por sapos (1). Antonio Aragón Fernández, por su parte, defiende que provendría del poniente onubense, que, a su vez, lo habría tomado de los lugareños de sur de Portugal, referido en este caso a un lugar de marisma (2). En todo caso, no debemos olvidar la estrecha relación que hubo desde décadas entre los marineros de ambos territorios y Barbate. A ésta recalaban para trabajar, principalmente entre finales de invierno y principios de veranoen las almadrabas de la localidad y de Zahara de los Atunes, si bien con el tiempo algunos acababan instalándose definitivamente en la costa gaditana

A lo largo del siglo XX, hasta 1970, Barbate fue una localidad de inmigración (3), lo que se tradujo en un espectacular crecimiento demográfico: 3.500 habitantes, en 1923; 6.000, en 1930; 10.700, en 1940; 13.900, en 1950; y 20.300, en 1970  (4)El auge de la pesca, así como la manufacturación y comercialización de sus productos (frescos, en conserva o en salazón), fue atrayendo de una manera creciente población de diferentes localidades. En mayor medida, de las vecinas, como Vejer de la Frontera, Conil de la Frontera o Medina Sidonia; pero también de otras provincias andaluzas, como Huelva, Almería y Málaga; de  la costa levantina (en este caso,  como empresarios o técnicos de almadraba); e incluso, como ya he referido, de Portugal.

Y es en este contexto en el que van surgiendo asentamientos humanos construidos con urgencia y al margen de las mínimas condiciones de habitabilidad. Aragón Fernández (5) distingue un "Zapal chico", construido en la ribera del río, y el que desde los años veinte se fue desarrollando cercano a la playa a lo la largo de una pequeña pendiente que concluía donde el agua de las lluvias se estancaba y, a veces, con la marea alta afloraba del mar. Su crecimiento corrió paralelo al poblacional, dando lugar a un entramado laberíntico de callejones. Llegó a ocupar una superficie de 4 hectáreas y se ha estimado que llegó a "albergar 3.265 personas, repartidas entre 730 familias instaladas en 678 chabolas" (6). Un número que en los años cuarenta supuso la tercera parte de la población total del municipio. 

Siendo el chabolismo un fenómeno similar al de tantas otras ciudades y en diferentes momentos, sobre todo del siglo XX, lo ocurrido en el Zapal adquirió, si se quiere, una dimensión bastante extrema, a lo que hay que añadir su duración. Pese a las tres décadas de bonanza económica conocidas tras la constitución de Barbate como un municipio independiente en 1938, teniendo en cuenta el papel estratégico que jugó en la provisión de proteínas en un contexto de dificultades, las autoridades locales y no locales hubieron de esperar al año 1974 para que se procediera al derribo y desmantelamiento de las infraviviendas que conformaban la barriada.  

Y un apunte más: después del medio siglo transcurrido, las autoridades locales que les han ido sucediendo han sido incapaces de urbanizar el extenso solar que, situado en el centro de la localidad, permanece como un testigo mudo de lo que tristemente fue. Las mismas autoridades que tampoco han sido capaces de enderezar el rumbo de un municipio que vivió durante décadas volcado en los recursos del mar hasta 1970, cuando se inició el declive de la actividad pesquera.  

La dramática singularidad del Zapal se ha ido reflejando a lo largo del tiempo bien en forma de escritos o bien a través de la fotografía. Y esto es precisamente lo que se pretende en esta entrada, para lo que he seleccionado fragmentos de 13 obras escritas, de distinta naturaleza, que han ido apareciendo desde hace un siglo. Es lo que han dejado patente literatos de la fama de Alfonso Grosso, en su novela Testa de copo y en el libro de viajes A poniente desde el Estrecho (7), y Juan Marsé, autor de Viaje al sur. Sin olvidarme del polifacético barbateño Francisco Malia Sánchez (autor de relatos, poeta, historiador, dibujante...), con su cuento "La araucaria" o el poema "El Zapal". De los medios periodísticos están José Miranda de Sardi, con su crónica del incendio que sufrió la barriada en agosto de 1925 (8), y José Utrera, con la semblanza que dedicó en 1959 desde el exilio al malogrado Juan Caro Marín, víctima con su hermano Manuel de un pistolero falangista una semana antes del golpe militar de julio de 1936. De Fernando Albi se ha recogido un testimonio de interés desde el documento jurídico que sirvió de base argumental para la independencia de Barbate en 1938. José Gilabert Ramos, Lola Orcha Silva o Manuel Varo, por su parte, rememoran retazos del pasado, publicados en el año 2013 en el libro Soltando amarras, conmemorativo del 75 aniversario de la independencia de Barbate. En este libro aparece también un breve guion cinematográfico escrito por Francisco Aragón Correro y que reproduzco en su totalidad, si bien he optado por hacerlo desde el original (9). Y finalmente no falta la aportación desde una óptica histórica, en este caso a cargo de Antonio Aragón Fernández

Los textos están ilustrados por los trabajos de fotógrafos como José Reymundo González o Albert Ripoll Guspi. El primero, autor de una extensa obra, ha aportado las imágenes más conocidas del Zapal y sus gentes, algunas de las cuales fueron utilizadas en el Expediente de Segregación redactado por Fernando Albi. Y el segundo, que acabó siendo un afamado fotógrafo catalán, fue el joven que, con tan sólo 19 años, acompañó a Juan Marsé en su viaje por varias provincias del sur en el otoño de 1962, captando imágenes que, pese a todo, no dejan de ser inigualables. Otras fotografías, de autoría desconocida, han sido publicadas en los libros de Fernando Rivera Román y Juan Manuel Daza Bernal.  

Y para terminar, muestro una pintura del artista Luis Valverde Luna. Se trata del tríptico donde reflejó, a principios de los años noventa, una panorámica desde lo que había sido el Zapal, con las viviendas colindantes ascendiendo por la colina donde se fueron sucediendo, desde siglos atrás, los primeros asentamientos de Barbate. Toda un mirada ajena a la nostalgia, pero deseosa de un futuro merecido aún por llegar.    


José Miranda de Sardi: crónica de un incendio (1925)

(...) yo he visto a esos hombres, templados al rigor de las tempestades, curtidos por el yodo del mar, tostados por el sol “inmisericorde”, llorar como niños al mirar sus modestos hogares de pajas, envueltos en la fulgente cabellera del incendio. Sus dantescas figuras, agrandadas inconmesurablemente por el terrible fenómeno óptico, danzaban como sombras macabras de un aquelarre medieval, alrededor de las llamas flexibles y ondulantes que hacían pasto de las chozas humildes, cebándose en los míseros ajuares.

Fotografía de José Reymundo González


Fernando Albi: Expediente de Segregación de las aldeas de Barbate y Zahara de los Atunes (1938)

(...) y esto que es general en toda la población, sube de punto en el barrio denominado del Zapal, verdadero aduar marroquí, que contiene una tercera parte de los habitantes de Barbate, apiñados en chozas ediondas [sic], en verdaderas zahurdas, construídas con los materiales más inverosímiles, con pedazos de madera procedentes de envases de pescado, forradas con trozos de lata, dispersas sin orden ni concierto, sin guardar alineación alguna ni ofrecer tan solo aspecto de calle; y en esas covachas, no mayores que una pocilga cualquiera de dimensiones normales, se hacinan sus tristes habitantes, sin distinción de sexos ni de edades, en asquerosa promiscuidad con sus cerdos, con sus asnos, y con los numerosos parásitos que les invaden, llevando en el rostro las taras de la degeneración, las costras y pústulas de las afecciones de la piel, y en sus cuerpos la más espantosa suciedad, consecuencia todo ello de un régimen de vida verdaderamente cruel e inhumano.

Fotografía de José Reymundo González


José Utrera: "Estampas de mi memoria" (1959)

Frente a las costas africanas, a la izquierda del cabo de Trafalgar, al pie de una hermosa playa se encuentra el pequeño puerto de pesca de Barvate [sic]. Y justamente allí es donde quiero, amigo lector, conducir tu pensamiento y explicarte lo ocurrido. Y hablarte de la industria de este pequeño pueblecito, de sus trabajadores, de su vida y su lucha por el sustento de cada día, pese a la apatía de este mundo sordo a los gritos de un pueblo encadenado a la más espantosa miseria.
En el 'Zapá', el más popular de sus barrios, vive la mayoría de los trabajadores de este puerto. En verdaderas pocilgas; en barracas de madera y latas, con la techumbre de paja. Para las que se precisaría la pluma maestra de Blasco Ibáñez, para describir su trágica silueta.
Su población es de lo más heterogénea, se compone de trabajadores gallegos, asturianos, valencianos, alicantinos y catalanes. Todos ellos arrojados de sus pueblos natales en busca de pan para los suyos, llegaron durante el transcurso de los años 29, 30 y 31.

Fotografía de José Reymundo González


Juan Marsé: Viaje al sur (1962) 

Todo es informe, callejones de medio metro de ancho, manadas de niños semidesnudos, fogones con brasas ardiendo frente a las puertas, niñas preparando la cena; de los agujeros tapados con redes de pescar salen viejas, mujeres, una muchacha con los brazos en alto sujetándose el pelo, y hay hombres, ayudados por toda la familia, aplanando a golpe de martillo las chapas y clavándolas luego en su barraca, hay viejas como muertas sentadas en los bordes del lecho sin hacer, en interiores sombríos y malolientes. Mirar esos interiores significa ver solamente la cama, alguna silla, un aparato de radio, ropa amontonada, y esa vieja inmóvil que peina sus amarillentos cabellos durante horas y horas, sentada en el borde del lecho, como si esperara la muerte.
(...) Como hemos podido comprobar: por esos inmundos callejones avanzan orgullosas, sonrientes y santificadas las nobles damas católicas, las espigadas señoritas de la beneficencia parroquial, avanzan iluminadas entre chiquillos cubiertos de moscas y de costras, entre jóvenes madres que diariamente luchan contra la suciedad y diariamente sucumben, entre viejos pescadores que deambulan como sombras y parecen orientarse buscando la mar. Para estas nobles damas, los niños son siempre los  menos esquivos, y ellas acarician los rubios cabellos del más guapo y besan al más feo y al más chiquitín, y le dan a la muchacha que repentinamente se ha hecho mujer -¡Jesús, cómo has crecido!- un jersey usado, pero todavía nuevo, para que cubra mejor esos pechos que empiezan a ser para las dignas donantes motivo de santa preocupación moral, de soterrado escándalo y seguramente de cierta íntima y secreta nostalgia.

Fotografía de Albert Ripoll Guspi


Alfonso Grosso: A poniente desde el Estrecho (entre dos banderas) 
(1962)

-Mañana habrá levantada. Hay que despertarse muy temprano: a las cuatro.
-No importa.
-Lo que tiene que hacer ahora es buscar alojamiento. En el pueblo hay tres fondas. Puede ir a El Gallo, que está cerca del Ayuntamiento.
El viajero se despide de los cuatro hombres con un apretón de manos, sale del chamizo y toma la carretera. Las barracas de unos feriantes se alinean a la izquierda, muy próximas a la Ayudantía de Marina. La luna queda colgada sobre las chabolas de El Zapal, el barrio de pescadores con sus tres mil y pico vecinos y su enorme tristeza.
El aire tiene un olor insoportable de excremento humano y de pescado en descomposición.
33º - 7,7' N.
5º - 563 W.
La marea gana la playa, centímetro a centímetro. La serpentina luminosa del lomo de las olas estalla en miles de puntos fosforescentes sobre el plano inclinado de la orilla. En las estrechas callejuelas de El Zapal se van apagando las luces de carburo y acetileno. Suenan en el reloj de la iglesia las campanadas de las cuatro. 

Fotografía de Albert Ripoll Guspi


Alfonso Grosso: Testa de copo (1963) 

Y aquellas casas-habitaciones -chozas de ladrillos, adobe, yeso, recortes de bidones y sacos- sin que pudiera justificarlas, al igual que las otras a centenares, desparramadas a lo largo de la arena de la playa entre el balneario y el puerto, tenían aquella punzada constante de dolor purificador.
Dentro del corazón de aquellos hombres, aquellas mujeres, aquellos niños y aquellos viejos -tantas veces engañados y que continuarían siéndolo a lo largo de los tiempos, alucinados por el espejuelo de las promesas de bienes materiales, como si unos y otros, o ambos a la vez, pudieran ser nunca alcanzados del todo, mientras las células nerviosas de la estructura cerebral siguieran supeditadas al terror, sin habérsele permitido la evolución para encontrar algún día la dicha, o, al menos, la esperanza de ella- existía, sin embargo, la ternura y la comprensión llevada hasta los últimos límites de la naturaleza humana, alcanzada por el dolor de una catarsis regresiva de  instintos primigenios de sociedad elemental

Fotografía de José Reymundo González


Francisco Malia Sánchez: "La araucaria" (1999)

-Os voy a contar una anécdota a propósito de esto que dices. Cuando el Zapal era el Zapal y Barbate era Barbate, los chaveas nos subíamos por el tronco de esta araucaria para tener una visión más amplia de la llegada de los barcos. Éramos expertos serviolas sin haber cursado ningún curso en la Marina. Distinguíamos con exactitud cada barco que entraba por su perfil, la ubicación del puente, la distancia y la disposición del velamen. Pero a mi madre, tu bisabuela, maldita la gracia que le hacía vernos encaramados en lo alto de la araucaria. Un día estrenaba zapatos nuevos, circunstancia que aproveché par subirme a ver la llegada de los barcos que por aquel entonces varaban en la misma playa. La bisabuela me pilló justo cuando estaba en todo lo alto y con unas alpargatas en la mano me rogó que me bajara. Yo lo hice con prontitud y desesperación con tan mala suerte que se me enganchó uno de los  zapatos en una rama. Mi madre me dio una soba de muy señor mío y, además, no permitió que me subiera de nuevo a rescatar el zapato recién estrenado.
-Así aprenderás a hacerle caso a tu madre —me dijo.
La conversación siguió por otros derroteros hasta que la noche empezó a caer suavemente sobre los hombros del mundo.
Acompañé a Juan hasta su casa y de regreso contemplé una hermosa luna llena de color limón filtrarse entre las ramas de la araucaria.

Fotografía del autor


Francisco Aragón Correro: "Cuento del Zapal" (2013)

Exterior. Calle de Barbate -1963-. Día.
Ramona deposita un enorme cajón de madera en la puerta de su casa. Kisko, sentado en el suelo, escucha a su madre:
-Con estos tablones taparemos los boquetes del techo de la cocina. Tú vigila, que voy por el martillo.
Ramona entra en la casa. Kisko se queda solo frente al cajón. Su vecina María, sentada a la puerta de su casa, mira y lo sonríe. Una mujer toda vestida de negro se para junto al cajón, se lo echa a cuesta y desaparece por Llano Amarillo, camino del Zapal. Kisko mira a María. María mira a Kisko. Ya no sonríe. Sale Ramona con el martillo en la mano.
-¿Y el cajón? -pregunta Ramona.
-Una zapaleña se lo ha llevado -le responde María.
Exterior. Calle del Zapal -1963-. Día.
Ramona recorre las laberínticas callejuelas del Zapal. Aprieta con fuerza el martillo y los dientes. Kisko la sigue. En su camino se encuentra perros que les ladran, niños jugando a los trompos y mujeres en sus quehaceres domésticos. Llega a un claro donde la zapaleña trocea el cajón con otro martillo, echando la leña a un brasero.
-¡Deja ese cajón! -grita Ramona.
Amabas se amenazan con los martillos y se gritan sin llegar a los golpes. Mueven los brazos sin tocarse. Alrededor comienzan a concentrarse niños y mujeres que miran cómo las dos se disputan el cajón a gritos.
-Me has robao el cajón y necesito los tablones pa mi tejado.
-Y yo necesito esos tablones pa calentar a mis hijos.
-Ya tiene suficiente pa tu brasero. Me voy a llevar lo que queda del cajón y lo voy a hacer, aunque tenga que machacarte la cabeza o tú me la machaque a mí.
Llega un municipal pidiendo explicación de tanto jaleo.
-¿Qué pasa aquí? 
Las mujeres bajan sus martillos y, sin mirar al municipal, contestan a dúo:
-Aquí no pasa nada.
-Pues si no pasa nada, aire, cada una a su casa.
Ramona recoge lo que queda del cajón y se va seguida de Kisko, llevándose los restos del conflicto. Kisko se da cuenta que no se han cruzado con ningún hombre en todo el recorrido de ida y vuelta al Zapal, excepto el municipal. 
-Mamá, ¿dónde están los hombres? -pregunta Kisko.
-En los bares y mejor así, porque si hubiera habido hombres esto acaba en tragedia.

Fotografía de José Reymundo González


José Gilabert Ramos: "Caseta en el Zapal" (2013)

Todo está aquí, en nuestra memoria, como en esta fotografía: las casetas , los callejones polvorientos, los sombrajos, las cortinas de red, las sillas de anea. Pero sobre todo están, enorme carga de humanidad, los habitantes del Zapal. Un pueblo dentro de otro pueblo, un Barbate segregado de Barbate, un espacio singular entre la calle Zapal, la Higüela, la carretera del puerto y la arena de la playa. Ser del Zapal, en aquel Barbate de posguerra, era estar entre los últimos de la escala social de un pueblo que soñaba con el progreso. Ser zapaleño era un sambenito, casi un insulto. El 'Joyo del Zapal' era percibido poco menos que como el infierno de Dante por las personas decentes de aquel Barbate que soñaba con un chalet en el barrio de los patrones.

Fotografía de José Reymundo González 


Lola Orcha Soler: "Mi vida junto al Zapal" (2013)

Para los que vivíamos más arriba de la cuesta, el Zapal era terreno prohibido, no podíamos bajar a jugar a la esquina de abajo, donde justo detrás se levantaban las primeras chabolas. Allí veíamos a los niños 'zapaleños', que era como decir de otra raza, jugando la mar de contentos, vestidos con minúsculos pantaloncitos cortos y nada más en verano, y cubiertos con pequeñas chaquetas de lana que tejían sus madres o hermanas en los cortos inviernos. Eso sí, la mayoría siempre iban descalzos, y jugaban con el agua que manaba de unos grifos que estaban al principio del poblado, o a la pelota en los enfangados callejones del lugar, vigilados de lejos y detrás de las redes de pesca que conformaban las puertas por madres y abuelas que siempre parecían vestidas de negro luto, eternas viudas del Zapal.

Fotografía de José Reymundo González 


Manuel Varo: "El Zapal" (2018)
(Anclado en e Paraíso. [2018]; p. 241-242).

Desde "la Picota" a "la Escalerilla" se precipitaban huertas y deprimentes cercados en estado de abandono, formando unas barreras infranqueables que impedían a sus habitantes ver el norte. Todas las calles hasta llegar a "la Motilla" eran prominentes y sinuosas cuestas descendiendo a lo que parecía el reino de la miseria. Un estrecho paso, como un rio de arena blanca discurría por el fondo del desfiladero entre cuestas y vallados de tuinas, parecía la frontera de aquel desordenado y maltrecho campamento de madera, cartón y hojalata, expuesto al sol como un laberinto gigante de sinuosos callejones, sobre el que volaba la paciencia y se escondía un purgatorio de impotencia para las personas que allí malvivían.
Exceptuando las mujeres que visitaban la capilla de la Virgen de Fátima, diteros, vendedores y personas que por su trabajo u oficio a diario lo visitaban, no todas las personas del pueblo se aventuraban a adentrarse en "el Zapal".
(...)
De noche sólo se apreciaban las pobres luces de los "quinqueles" o mariposas que tímidamente sobresalía por rendijas y boquetes de las casetas, abriéndose paso en la humilde oscuridad que le rodeaba. En algunas zonas un palo negro provisto de armazón de hierro del que pendía una bombilla reclamaba su espacio de claridad, como queriendo demostrar a la noche que había salido ilesa a las piedras de los niños".

Fotografía de José Reymundo González


Francisco Malia Sánchez: "El Zapal" (2023)

Laberinto de miseria es lo que es, 
caserones de madera y hojalata, 
confusión que aturrulla y arrebata, 
que el 'Zapal' es 'la paz' al revés.

Y al derecho, más vueltas no le des.
Si entras, arderás en la fogata,  
eterna se te hará la caminata 
y no saldrás del Zapal en un mes.

Que 'Zapal' al revés es 'la paz' 
interior del anciano y del rapaz, 
del hombre maduro y la mujer.

La alegría permanece sin disfraz 
en aquel mundo agreste y montaraz 
donde se prefiere el ser al tener.

Fotografía de Albert Ripoll Guspi


Antonio Aragón Fernández: "El Zapal: 50 aniversario de su desaparición (1974-2024)" (2024)

A  pesar de toda la imagen de miseria que descubren las imágenes en blanco y negro, de niños siempre descalzos, medio desnudos y muchas veces llenos de piojos; a pesar de las nubes de moscas, de la desnutrición y del analfabetismo, a pesar de la ausencia de cualquier comodidad en aquellos antros, podemos leer, en esas viejas y no tan viejas fotos, directamente en los ojos de sus ocupantes, una dignidad y una entereza admirables. El orgullo y la casta de una gente que se sabe injustamente destinada a padecer un aciago destino. Ignorados por la agenda oficial, después de todo ya se había encargado la represión de inutilizarlos como preocupación para la buena sociedad, languidecía la vida en el barrio, tranquilas las conciencias porque el adjetivo 'zapaleño' designaba antes a un pobre, que a un delincuente.

Fotografía publicada en Rivera y Daza (2013).



Notas

(1) Atatué (1999, p. 115).
(2) Aragón Fernández (sin fecha).
(3) Florido del Corral (2002, 176-177).
(4) Montero Barrado (2022).
(5) Aragón Fernández (sin fecha).
(6) Aragón Fernández (2024).
(7) Esta obra se publicó por primera vez en 1990, si bien data de 1962; según Lucía Montejo (2004, p. 112) la autoría la compartió con Manuel Barrios; como se indica en la contraportada del libro, su título original fue Entre dos banderas y no pudo publicarse por haber sido "rechazado por la censura".
(8) No he podido acceder al ejemplar de El Heraldo de Barbate donde se publicó esa crónica; un fragmento de la misma aparece en el trabajo de Malia Sánchez y Aragón Fernández (1988, p. 128).
(9) Existen algunas variaciones del texto original sobre lo publicado en el libro Soltando amarras; ignoro las razones por lo que se hizo así, pero finalmente, por sugerencia del  autor, he preferido el texto de la primera versión. 


Publicaciones de referencia

Fernando Albi (1938). Expediente de Segregación de las aldeas de Barbate y Zahara de los AtunesBarbate, Imprenta Baro; p. 11.
Francisco Aragón Correro (2013). "Cuento del Zapal", en en Rivera, Malia y Daza, Soltando amarras. Barbate, El Tío de los Aullíos; pp. 134-135.
Antonio Aragón Fernández (sin fecha). "El Zapal: un barrio de chabolas en Barbate", en Estampas del Barbate Viejo (https://www.estampasdelbarbateviejo.es/137684712.html).
Antonio Aragón Fernández (2024). "El Zapal: 50 aniversario de su desaparición (1974-2024)", en Viva Barbate, 27 de marzo (https://vivabarbate.es/barbate-cultura/1613654/el-zapal-50-aniversario-de-su-desaparicion-1974-2024/).
Atatué, Grupo de Trabajo (1999). El habla de Barbate y sus zonas. Cádiz. 
David Florido del Corral (2002). Un siglo de política e instituciones pesqueras en Andalucía. Sevilla, Junta de Andalucía/Consejería de Agricultura y Pesca.
José Gilabert Ramos (2013). "Caseta en el Zapal", en Rivera, Malia y Daza, Soltando amarras. Barbate, El Tío de los Aullíos; p. 146.
Alfonso Grosso (1971). Testa de copo. Barcelona, Seix Barral; pp. 40-41.
Alfonso Grosso (1990). A poniente desde el Estrecho (entre dos banderas). Sevilla, Rodríguez Castillejo Editor; pp. 49-50.
Francisco Malia Sánchez (1999). "La araucaria", en Barbate ha sido invadido por la pimienta y otros relatos. Málaga, Klan Destino Ediciones, 2004; pp. 41-42.
Francisco Malia Sánchez (2023). "El Zapal", en Azul y verde. Cádiz; p. 37.
Francisco Malia Sánchez y Antonio Aragón Fernández (1988). "José Miranda de Sardi, periodista y poeta: su papel en la independencia de Barbate", en Autoría Colectica, Cuadernos de estudios de Barbate y su comarca. I. San Fernando, Asociación Cultural Círculo Amigos de Barbate.
Juan Marsé (2020). Viaje al sur, con fotografías de Albert Ripoll Guspi. Barcelona, Lumen; pp. 206-207.
Lucía Montejo Gurruchaga (2004). "Alfonso Grosso y la literatura de viajes de los años sesenta: dos miradas a las tierras andaluzas", en revista Philologia Hispalensis, n. 18. Madrid, UNED (https://institucional.us.es/revistas/philologia/18_1/art_8.pdf).
Jesús María Montero Barrado (2022). "Barbate, entre el horizonte y la realidad de la Segregación (1930-1948)", en el blog Entre el mar y la meseta, 26 de marzo (https://marymeseta.blogspot.com/2022/03/).
Lola Orcha Soler (2013). "Mi vida junto al Zapal", en Rivera, Malia y Daza, Soltando amarras. Barbate, El Tío de los Aullíos; p. 124.
Fernando Rivera Román y Juan Manuel Daza Bernal (2004). Barbate. Imágenes de ayer. Málaga.
Fernando Rivera Román, Francisco Malia Sánchez y Juan Manuel Daza Bernal (2013). Soltando amarras. Barbate, El Tío de los Aullíos.
José Utrera (1959). "Estampas de mi memoria", en revista Nervio, portavoz de la Regional Andalucía-Extremadura de la CNT-AIT; n. 10, abril. París; p. 2.
Manuel Varo [2018]. "El Zapal", en Anclado en e Paraíso; pp. 241-242.


Pintura de Luis Valverde Luna