sábado, 27 de abril de 2024

Castilla, Castilla-León, Castilla y León.... ¡ay!


Nuestro suelo ha conocido gentes de todas clases, 
pero siempre vivieron las que acarreaban el ganado, 
abrían los surcos con sus manos, 
laboraban en las fábricas y los talleres,
o escribían letras con sus uñas.
Y porque son mayoría 
y sin ellas nada existiría, 
la historia del futuro es la suya 
y Castilla-León será una patria más 
de todas las patrias del mundo.
(Abril de 1980)

El pasado 23 de abril se celebró el Día de Castilla y León. Conmemora una derrota militar, que, a la postre, lo fue también política. Fue un día lánguido, como lleva siéndolo desde hace años. Bastantes, demasiados... Atrás quedaron esos años de la Transición, con movilizaciones, a veces multitudinarias, reivindicando la autonomía para un territorio que había quedado más bien subsumido desde siglos atrás en la entidad española. Fueron los años en que el Instituto Regional Castellano-Leonés pujó duro por darle personalidad, a la vez que algunos grupos políticos, sobre todo de la izquierda y, mayor medida, de la radical, fueron apoyando esa reivindicación. Los años de manifestaciones en las capitales castellanas y en el propio Villalar, de actos políticos y culturales, de manifiestos, de artículos en la prensa, de libros..

Y de canciones. Recuerdo las de grupos como La Fanega o Nuevo Mester de Juglaría, y el disco que este último editó en 1976 con el título Los Comuneros, basado en un poema de Luis López Álvarez, cuya "Canción de la esperanza" empezaba así:

1521,
y en abril para más señas,
en Villalar ajustician
a quienes justicia pidieran.
¡Malditos sean aquellos
que firmaron la sentencia!
¡Malditos todos aquellos
los que ajusticiar quisieran
al que luchó por el pueblo
y perdió tan justa guerra!
Desde entonces ya Castilla
no se ha vuelto a levantar
¡ay, ay!
no se ha vuelto a levantar. 

En el pueblo de Villalar, cercano a Valladolid, se enfrentaron en el año 1521 los seguidores del movimiento comunero y las tropas del recién erigido como emperador Carlos I. Heredero de las coronas de Castilla y Aragón desde 1516, mientras entre 1506 y 1520 lo fue siendo de otros estados europeos (Países Bajos, Nápoles, Austria, Imperio Germánico...), su llegada a la Península en 1517 no fue un camino de rosas. Sin entrar en detalles, el proyecto político que traía, confeccionado por su asesores flamencos y borgoñones, y trazado con anterioridad por su abuelos Fernando e Isabel, no encajaba con lo que eran las realidades aragonesas y castellana. La primera, con unas instituciones de carácter confederal, y la segunda, aún teniéndolas ya centralizadas, celosa por mantener su personalidad.

Recuerdo cuando desde el PTE/PTC-L, una vez aprobada la Constitución de 1978, pedíamos para Castilla-León la opción del artículo 151, como sí hizo Andalucía, lo que hubiera supuesto un camino más rápido y seguro hacia la autonomía. Pero no fue así, ante una derecha hegemónica (por entonces, con una UCD mayoritaria), un PSOE timorato y un PCE que no encontraba la forma de identificarse con la diversidad político-territorial más allá de Catalunya, Euskadi y Galiza. En 1983 fue cuando Castilla y León (sin el guion en medio) asumió el rango de comunidad autónoma, pero bajo el artículo 143, que supuso un proceso de descentralización más lento. Los primeros años, al igual que en el ámbito central, con un gobierno del PSOE. 

Y al margen de su gestión pronto pudo verse la vocación depredadora de la entonces AP cuando se lanzó a la yugular de Demetrio Madrid, el presidente de la Junta, hasta acabar con su cabeza. Fue cuando aparecieron los José María Aznar, presidente desde 1987, y su guardián Miguel Ángel Rodríguez. Demetrio Madrid finalmente fue exonerado judicialmente, pero su daño fue irreparable. Y, claro está, la maquinaria  "reconquistadora" de la derecha, con AP transfigurada en PP y Aznar en su nuevo mesías, fue creciendo sin cesar hasta nuestros días. 

He estado releyendo estos días algunos escritos de otro tiempo y entre ellos, el libro Iniciación a la historia de Castilla-León (Madrid, Nuestra Cultura, 1982), con autoría de Julio Valdeón Baruque, Ángel García Sanz y Jesús Sanz Fernández. Transcribo, de la página 37, un pasaje del capítulo elaborado por el primero:

"A partir de Villalar, Castilla se identifica cada vez más con el conjunto de los reinos hispánicos. El estado central feudalizado de los Austrias toma a Castilla como soporte. Desde ese momento tiene sentido la acusación que se hace desde la periferia contra Castilla. Pero eso sí, si por Castilla entendemos el pueblo castellano (los campesinos, los menestrales y artesanos, el 'común' en definitiva), tendríamos que responder que él poco tendría que ver en la construcción de aquel estado. En realidad el pueblo menudo lo único que hizo a raíz de Villalar fue pagar tributos elevadísimos, dar su sangre en las costosísimas campañas imperiales de Flandes o emigrar a América como única vía posible para huir de la miseria. En realidad lo mejor de Castilla había sido raptado por sus dirigentes".  

Un rapto que continúa en nuestros días.