jueves, 23 de septiembre de 2021

18 poemas en el equinoccio del otoño


Canto de otoño

1

Pronto nos sumergiremos en las frías tinieblas;
¡adiós, viva claridad de nuestros veranos demasiado cortos!
Escucho ya caer con golpes fúnebres
la leña que retumba sobre el pavimento de los patios.

Todo el invierno va a penetrar en mí ser: cólera,
odio, escalofríos, horror, trabajo duro y forzado,
y, como el sol en su infierno polar,
mi corazón no será más que un bloque rojo y helado.

Oigo temblando cada leño que cae,
el cadalso que se erige no tiene más que un eco sordo.
Mi espíritu es semejante a la torre que sucumbe
bajo los golpes del ariete infatigable y pesado.

Me parece, sacudido  por este choque monótono,
que en alguna parte estamos clavando con prisa un ataúd.
¿Para quién?...  Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!
Este ruido misterioso suena como una partida.

2

Amo de tus largos ojos la luz verdosa,
dulce belleza, aunque hoy todo me es amargo,
y nada, ni vuestro amor, ni el tocador, ni el hogar,
valen para mí el sol radiante sobre el mar.

Y, a pesar de todo, ¡ámame, tierno corazón!, sé madre,
lo mismo para un ingrato que para un malvado;
amante o hermana, sé la dulzura efímera
de un glorioso otoño o de un sol poniente.

¡Corta tarea! La tumba espera; ¡está ávida!
¡Ah, déjame, con mi frente puesta sobre tus rodillas,
probar, añorando el verano blanco y tórrido,
la estación que se va, el destello amarillo y dulce!

(Charles Baudelaire).


El otoño

El otoño es un barco que navega
con abrigos, silencios y paraguas,
sobre los parques y las arboledas.

¡Gaviotas amarillas!
Son las hojas que vuelan
y caen lentamente
hasta pisar la tierra.

El cielo frío se parece al humo
de los barcos sin velas
que dibujan el sueño de los vientos
con los pinceles de sus chimeneas.

Yo soy el marinero del otoño.
Mira mi barba seca
y las bellas gaviotas melancólicas
volando en mi cabeza.
En la orilla dormida de la tarde
hay olas de silencio y de tristeza.

Por las ramas desnudas,
por el agua secreta,
por los abrigos grises,
el otoño navega
como un barco perdido
sobre las arboledas.

(Luis García Montero).


El otoño se acerca

El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.

(Ángel González).


El primer otoño de tus ojos

Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,
pedazos del castillo del día
sobre los muertos pensativos.

Mientras la luz se filtra entre las ramas,
el aire frío esparce las memorias.

Es el primer otoño de sus ojos.

Cuánto camino andado hasta la huesa
donde se han ido ahilando
los amigos nocturnos del vino
y los lejanos maestros.

Quedar como ellos profiriendo flores,
quedar como ellos perfumando umbrosos,
quedar juntos y dialogar
en plantas renacientes,
para que nuevos ojos escuchen mañana
en el cristal de otoño
los murmullos de corazones desvanecidos.

(Roberto Fernández Retamar).


Equinoccio de otoño

La vida es, también, corazón,
resignar algo de luz en cada otoño,
cada vez que el dorado,
desviste melancólico,
la copa de los árboles caducos
y arrebata despiadado
el nutrido verdor de la hojarasca.
 
Sin embargo y a pesar de ello, amor,
el otoño es, además, la edad de oro
para los hombres sabios:
dan frutos los membrillos,
florecen las violetas y huelen
a castaños las horas cenicientas.

Es tregua y melodía de las hojas que caen
ante el recogimiento de los silentes días.
La incurable nostalgia que gotea en las ventanas
trae consigo el cielo de tus ojos amados
y entonces el morir, ese morir un poco
que regresa en otoño, se torna en prodigiosa,
en radiante primavera.

(Ana María Broglio).


Equinoccio de otoño

Los días van pasando y el otoño
al tiempo está llamando.
Triste se encuentra el oro de la luz
bajo un azul de sierras del invierno
jugando al escondite
con nubes de ceniza
que llenan poco a poco
vientos de aromas frescos y mojados.

Metamorfosis de fulgores cálidos
que en dorado despiertan
por las voces del tiempo
entre las sombras de crecidas ramas,
en este sol tiznando con sus besos
senderos y ramajes.

En la nostalgia queda el dulce beso
de la mar lisonjera,
largos andares por
el paseo marítimo
bajo el aroma a tardes marineras.
La música celeste de las olas
rizadas por la brisa
en la hora de los sueños...
Huracán de caricias inefables
al despuntar el alba
sobre la franja que une mar y cielo.

Los días van pasando, hay huellas de ocre
yaciendo en los caminos,
huellas verdes y rojas
y amarillas que penden de las ramas
ajenas al tic-tac del segundero
que serán huecos de un ayer florido.

Equinoccio de otoño,
vientos, lluvias y claros,
llega la fresca brisa destapando
el tarro de perfumes
y los olores de melancolía...
vuelan por los tejados.

Por el bosque de bronce,
apenas, vagas sombras aletean,
ya huele a nube triste,
a hoja marchita planeando al viento,
al besar empapado
de la niebla a la tierra;
a tardes de nostalgia en ventanales...
al crepitar de leña en chimenea.

Hojarascas doradas, por el río
bogan a la deriva,
y en este sol nostálgico y enfermo,
el campo florecido,
se funde con dolor por la llegada
de un gris que apena el cielo.

Y en el grisáceo ocaso de las cinco,
la fuente solitaria inicia el sueño,
en tanto que el estío,
ya hiberna en el valle del silencio.

(Luis Prieto).


Memoria

El otoño es una promesa de sucesos y barcos, una Jerusalén de noches 
    dislocadas.
Tiene carreteras solitarias como muslos y una luz que invita a la ferocidad 
    y a creer en la belleza de rectas y precipicios.
Es mentira su sinfonía de pérdidas verticales, el acuerdo general para el llanto.
En verdad se reconoce a octubre por la máscara veneciana 
    y el sexo frotándose las manos.

Te hice el amor en cada instante despoblado de cuerdas y deber.
Te hice el amor en cada ocio y cuando no lo tuve te hice el amor en atascos 
    y rutinas, por calles en las que, inmóvil, corría tras la súbita herida en el pecho,
    tras el desmayo.
Te hice el amor cuanto monte soy capaz y fue mi frente un universo 
    que dejaba al Pacífico en relato de ciclos sencillos, de agua y cantidad.
Hice cuanto pude por arruinarme.
El deseo es un hueso al que nadie puso nombre.

(Julieta Valero).


Otoño

Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran
ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda
aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha.

(Mario Benedetti).


Paseo otoñal

Juega a disfrazarse el día con la luz y con la sombra,
se persigue el viento a sí mismo
y los árboles bailan.
Desvestida de humo la ciudad,
suben más rápido los sonidos hacia el cielo y se pierden lejos
como el globo huido de las manos de un niño
que corre tan aprisa como crece y se va.
Limpia el otoño los rostros atentos
y desvela el alma de lo que normalmente calla.
Las calles recobran su color verdadero,
El paso se apacigua.
Suspiran suspendidos de sí mismos
la incertidumbre y el miedo.
Por un momento amenaza la lluvia
y todo se funde en un velo gris.
El día se entristece y
sin embargo……..
Siento que la soledad ya no pesa,
llena de todos a los que un día amé
y de los que aún están
caminando a mi lado
Se hace nuevamente la Luz
¿Acaso Ellos nos marcan el camino?

(Inés Vallejo).


Quiénes son quiénes son...

Alma, Azul, Poema, Numen

Quiénes son quiénes son
metidos en mi vida
imponiendo ternura
espectros como yo
momentáneos y vanos
iguales a las hojas que pudre cada otoño
y no dejan memoria.
Quiénes son quiénes son.
Son éstos y no otros
de antes de después
frutos de muerte son
sin remedio sin falta
irremisiblemente
antes o después
muertos
tan fugazmente cálidos alentando y erguidos
y amando
por qué no
amando sin pavor
sin conjugarse nunca
la otra alma el otro cuerpo
la otra efímera vida.
Quiénes son quiénes son.
Qué camada de muertos para el suelo que pisan
qué tierra entre la tierra mañana
y hoy en mí
qué fantasmas de tierra obligando mi amor.

(Idea Vilariño).


Retornos del otoño

Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.

Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.

Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?

Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
 
Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.

(Rafael Alberti).


Sin embargo...

Sin embargo,
sin embargo,
sin embargo... No me
fío de mí. Nada es
permanente. Menos
lo es la palabra. Esto
tampoco,
esto tampoco,
esto tampoco. No me fío,
no te fíes de quien
dice, de quien
habla, de lo que se
dice, de lo que dices,
de lo que digo,
no me fíes,
no te fío.
La lucidez es una chispa, un
estado de conciencia
en las multiplicadas estancias
de la conciencia o que hacen
conciencia, las estancias
que se alargan, se prolongan, se
continúan, y así
se le llama conciencia
a aquella continuidad.
No me fío, no te
fíes de las estancias,
se estrechan,
se acortan,
se invaden,
desaparecen,
la lucidez es un instante
entre estancias,
ventanas en la mónada que
si permanece bajo
la luz del foco se hace estancia,
también ella, y sufre
las mismas convulsiones.
Sin embargo,
sin embargo,
sin embargo... lo
que intuyo ahora
se borrará mañana,
luego,
ahora,
apenas se haga pensamiento,
conciencia: estancia. Atrapamos
la sensación que invade las entrañas,
muy abajo,
muy adentro,
muy homogénea, la atrapamos
y la hacemos eso: "sensación",
la nombramos,
la describimos... la perdemos. Ya
no es ella, ya no es eso, ya no es.
Aún está allí pero
no es lo que digo,
lo es apenas,
no es lo que oís,
no es eso, no
os fiéis,
no me fíes,
no te fío.

De nuevo cae la tarde,
mengua la luz.
Los colores del otoño vienen del oeste,
decía aquel poeta chino.
El mundo está en mí.
No me apartaré.
Acojo todos los colores, el
estío dentro de mi otoño,
porque sé que no
hay fin, que no habrá término.
Todo comienza y termina en mí.
Yo soy el infinito proyecto de mí misma
por encima de m
me sobrevuelo.

(Chantal Maynard).


Tan, tan

Tan, tan.
¿Quién es?
El Otoño otra vez.
¿Qué quiere el Otoño?
El frescor de tu sien.
No te lo quiero dar.
Yo te lo quiero quitar.

Tan, tan.
¿Quién es?
El Otoño otra vez.

(Federico García Lorca).


Una botánica de paz: visitación

Tengo una flor
de la que no sé el nombre
En el balcón,
en común acuerdo
con otros aromas:
la flor del beso, un rosal,
una mata de hierba luisa
Pero esos son prodigios
de la mañana siguiente;
es que esta flor
generó hojas de verde
asombro,
minúsculas y leves
No la amenazan bombas
ni románticos vientos,
ni misiles, o tornados,
ni ella sabe, aunque esté cerca,
de la sal inversa
que el mar trae
Y el cielo azul de Otoño
fingiendo Verano
es para ella una bendición,
con la poca agua
que le dio
Debe ser esto
una especie de paz:
un secreto botánico
de la luz.

(Ana Luísa Amaral).


Versos a la tristeza de Buenos Aires

Tristes calles derechas, agrisadas e iguales,
por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
me apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada
en el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina!— No llames. Ya no respondo a nada.
Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo en días de otoño tu ciclo prisionero
no me será sorpresa la lápida pesada.
Que entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado, brumoso, desolante y sombrío,
cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.

(Alfonsina Storni).


Vientos de otoño

Cuando los vientos otoñales,
soplen sobre los sueños
y las ideas vibren
en los planos más profundos,
más allá de lo vivido,
en la simplicidad de la muerte,
podré rehacer los cielos rotos
y las hojas amarillas.

Cuando mi alma flote,
más allá de mis huesos,
y mis muertes den origen
a nuevos nacimientos,
más allá de donde se inicia
la sinfonía de las esferas,
desnudaré todos mis rostros,
y finalmente seré libre...

Cuando los rojos soles,
se oculten por siempre
y avancen todos los muros
sobre las noches que se hunden,
más allá de mis lechos de jade,
del musgo que vistió mis espejos,
lograré aceptar la fortuna
de haber sido la Hija del Fuego.

Cuando mi cuerpo
se consuma entre llamas
y de mis letras solo queden
lúgubres cenizas,
más allá de mis casas en ruinas,
del murmullo de las aguas,
renaceré salvaje
de entre mis flores mustias.

(Fanny Jem Wong).


(Fotografías tomadas desde el pinar de Sancti Petri de Chiclana de la Frontera).