viernes, 10 de septiembre de 2021

Ecos del 11 de septiembre chileno en mi memoria

Me resulta inevitable con Inti Illimani: escuchar su música me emociona. La melodía de “Palimpsesto”* me resulta tan profunda, tan cálida de sentimientos, que mi corazón se encoge y saca a relucir toda esa nostalgia de un tiempo de esperanza truncado por la muerte. En esa tristeza que impregna la música existe un trasfondo de esperanza, se atisba lo que aletargado crece en silencio hasta que un grito y golpe colectivo acabe con la terrible pesadilla que al pueblo chileno le embarga. Desde mucho tengo en mi memoria y mi corazón la gesta más lejana y más cercana de los moradores de la franja estrecha de tierra que está más allá de la cordillera andina y contempla la puesta del Sol mirando al océano Pacífico. Y tuvieron que ser -fue hace dos años- las voces mágicas de esas hermosas muchachas que cantaban hablando, entonando una preciosa melodía con sus palabras, su tono, su acento y su modulación. Los ojos relucientes que encendían la noche camino de la morada, bajo un cielo sin estrellas visibles y por entre los edificios de líneas rectas que se elevaban majestuosos e imparables desde el suelo frío de la tierra eslava. Veía feliz a esa gente, a esos muchachos y esas muchachas casi infantiles en sus sonrisas, pero de madurez en sus destellos sonantes. Me viene a la mente el Santiago que dejaron para instruirse y que uno se imagina a través de los poemas, las canciones o lo que las televisiones nos han mostrado. Esa capital de las grandes alamedas que se abrirán y por donde caminarán las gentes humildes que sueñan con la esperanza. Qué bellas y emocionantes me siguen resultando esas palabras del presidente caído, mártir de la única causa por la que merece la pena morir. Palabras que, insufladas de ese optimismo que impregna a los que luchan día a día por mejorar la existencia y lo existente, resultan proféticas. Chile es para mí lo imaginado y  lo visto. Son las gentes que habitan allí y se esfuerzan por labrar cada instante de su vida, y son las gentes que vagan por las fronteras del mundo, ensanchándolas con su paso, y que preparan la vuelta de la apoteosis. Chile es la patria del poeta, del gran poeta que cantó por las cordilleras y sobrevive a los vientos, a las nieves y a las tempestades. Ese aliento catártico de toda una colectividad en marcha. Allí resuena aún la voz del cantante mutilado y asesinado, y las cuerdas de su guitarra emiten arpegios y ritmos para llorar y para danzar.

(27 de febrero de 1986).

* La canción, en su letra y música, es obra de Patricio Manns. La versión que ofrezco está interpretada por el propio autor y el grupo Inti Illimani.