Me resulta inevitable con Inti Illimani: escuchar su música me emociona. La
melodía de “Palimpsesto”* me resulta tan profunda, tan cálida de sentimientos,
que mi corazón se encoge y saca a relucir toda esa nostalgia de un tiempo de
esperanza truncado por la muerte. En esa tristeza que impregna la música existe
un trasfondo de esperanza, se atisba lo que aletargado crece en silencio hasta
que un grito y golpe colectivo acabe con la terrible pesadilla que al pueblo
chileno le embarga. Desde mucho tengo en mi memoria y mi corazón la gesta más
lejana y más cercana de los moradores de la franja estrecha de tierra que está
más allá de la cordillera andina y contempla la puesta del Sol mirando al océano
Pacífico. Y tuvieron que ser -fue hace dos años- las voces mágicas de esas hermosas muchachas que
cantaban hablando, entonando una preciosa melodía con sus palabras, su tono, su
acento y su modulación. Los ojos relucientes que encendían la noche camino de
la morada, bajo un cielo sin estrellas visibles y por entre los edificios de
líneas rectas que se elevaban majestuosos e imparables desde el suelo frío de
la tierra eslava. Veía feliz a esa gente, a esos muchachos y esas muchachas casi
infantiles en sus sonrisas, pero de madurez en sus destellos sonantes. Me
viene a la mente el Santiago que dejaron para instruirse y que uno se imagina a
través de los poemas, las canciones o lo que las televisiones nos han mostrado.
Esa capital de las grandes alamedas que se abrirán y por donde caminarán las
gentes humildes que sueñan con la esperanza. Qué bellas y emocionantes me
siguen resultando esas palabras del presidente caído, mártir de la única causa
por la que merece la pena morir. Palabras que, insufladas de ese optimismo que
impregna a los que luchan día a día por mejorar la existencia y lo existente,
resultan proféticas. Chile es para mí lo imaginado y lo visto. Son las gentes que habitan allí y
se esfuerzan por labrar cada instante de su vida, y son las gentes que vagan
por las fronteras del mundo, ensanchándolas con su paso, y que preparan la
vuelta de la apoteosis. Chile es la patria del poeta, del gran poeta que cantó
por las cordilleras y sobrevive a los vientos, a las nieves y a las
tempestades. Ese aliento catártico de toda una colectividad en marcha. Allí
resuena aún la voz del cantante mutilado y asesinado, y las cuerdas de su
guitarra emiten arpegios y ritmos para llorar y para danzar.
(27 de febrero de 1986).
* La canción, en su letra y música, es obra de Patricio Manns. La versión que ofrezco está interpretada por el propio autor y el grupo Inti Illimani.