Hace 20 años, recién llegado a casa, me encontré con la retransmisión televisiva del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, este último en las cercanías de Washington. Lo que vino después, en forma de guerras, ya se sabe: de inmediato, la de Afganistán; dos años después, la de Irak; hace diez años, las de Libia y Siria; en 2014, la de Yemen... Guerras, guerras y más guerras.
Por aquel entonces uno de los personajes más relevantes del mundo era Osama Bin Laden, un árabe saudí formado y protegido por la CIA en su lucha contra el régimen progresista afgano durante los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, que devino con el tiempo en un combatiente contra los propios EEUU. Entre sus reacciones por el ataque del 11 de septiembre dijo cosas como éstas:
“Aquí está
América golpeada por Dios Omnipotente en uno de sus órganos vitales, con sus
más grandes edificios destruidos. Por la gracia de Dios. El horror ha sido
vertido sobre América de norte a sur, de este a oeste, y agradecemos a Dios que
lo que América está padeciendo ahora es sólo una muestra de lo que nosotros
hemos padecido. Nuestra nación islámica ha estado padeciendo lo mismo durante
más de ochenta años, humillación y desgracia, sus hijos asesinados y su sangre
derramada, sus lugares santos profanados”.
Quien por entonces era el presidente de EEUU, George Bush jr., justificó la guerra declarada contra el gobierno talibán con palabras como éstas:
“Cruzada,
justicia infinita, libertad duradera. Seremos pacientes. Esta batalla nos
costará tiempo y determinación, pero que nadie se equivoque: venceremos. Éste
será un monumental combate del bien contra el mal, y el bien prevalecerá”.
Las reacciones contra la barbarie desatada fueron numerosas. Un de ellas fue la de Toni Negri, conocido pensador de izquierdas, quien desde su crítica al neoliberalismo puso en duda esos argumentos tan falaces como eran los de Bin Laden o Bush. Apuntó, por el contrario, a que el verdadero enfrentamiento en el mundo se estaba dando entre la riqueza y la pobreza. Es así como nos lo explicó:
“Los que
han perpetrado los atentados son verosímilmente hombres de la red Bin Laden
formados por la CIA y los servicios secretos de Pakistán para combatir (en la
modalidad terrorista) al régimen prosoviético afgano. Son, por lo tanto aliados
de uno de sus objetivos: el Pentágono. Obteniendo sus fondos de la especulación
financiera y aprovechándose de la liberación total del movimiento de capitales
(impuesta por EEUU a todo el mundo para financiar su deuda pública y la enorme
deuda privada con el sistema de la burbuja financiera). Por lo tanto no eran
extraños ni a las Torres Gemelas ni a Wall Street (...). Es necesario absolutamente terminar
este estado de guerra permanente y ahora ya universal y crear unas condiciones que
no permitan ni a Bin Laden ni a Bush sentarse sobre la gente con el poder del ‘mercado’
en nombre de la lucha entre el bien y el mal. Un movimiento contra la violencia
y la tiranía de los mercados es siempre más necesario si queremos defender la
seguridad, la vida y la democracia en todo el planeta. El capitalismo
globalizado está enfermo de la violencia y de la miseria que genera. Es
necesario organizar el éxodo de los pueblos y crear en la misma resistencia las
nuevas relaciones sociales si no queremos morir con él”.
Y es que Bin Laden y Georges Bush no dejaban de representar dos formas o versiones de un mundo dominado por quienes ostentaban la riqueza, aunque entre ellos pudiera existir una lucha enconada por ver quiénes eran los que controlaban el
mundo islámico. Bush, como cabeza simbólica del imperio, pretendía mantener la
hegemonía desde EEUU, el país más
poderoso, que había resultado vencedor de la Guerra Fría. Bin Laden, desde el orgullo de una
civilización milenaria, representaba una forma de
rebeldía frente a la autoridad central, pero no contra los fundamentos del
sistema de mercado mundial.
Hace unas semanas, después de 20 años, EEUU decidió levantar el acelerador en Afganistán. Detrás ha ido dejando un reguero de muertes y víctimas de todo tipo que se cuentan por millones. O, mejor dicho, sigue dejando, porque en otros lugares, aunque con menor intensidad, el horror sigue presente. Como seguirá en Afganistán, ahora en manos de esos enemigos que en su día fueron creados y utilizados como amigos por EEUU y sus aliados.
Estamos ante un sistema de mercado mundial, llamado capitalismo, que sojuzga a la mayoría de los habitantes de la Tierra.