sábado, 25 de enero de 2020

La atracción del Echeyde, al que hoy conocemos como Teide





















El pueblo guanche llamaba Echeyde a lo que hoy conocemos como Teide. Una gran montaña en forma de cono, como corresponde a su naturaleza volcánica, que desde el lecho marino se levanta hasta 7.500 metros, de los cuales podemos percibir 3.718. Una montaña cargada de un fuerte simbolismo en las leyendas guanches, en las que no faltaba la creencia en dos deidades que encarnaban el bien y el mal: Achamán y Guayote. Fue la primera, la deidad del bien, la que acabó triunfando sobre la segunda. Liberó a la deidad solar Magec, atrapada  en el volcán de Echeyde por Guayote, y confinó a ésta de por vida, taponando el cráter con el último tramo del cono, el que está permanentemente nevado y que es conocido por ello como el "pan de azúcar". La aparición ante mis ojos de la silueta del Teide me produjo una gran impresión, que mantuve a lo largo de la tarde y primeras horas de la noche, a medida que recorríamos sus alrededores en medio del paisaje imponente de rocas volcánicas y con el manto blanco del mar de nubes de fondo, que, a modo de rompimiento de gloria, hacía que imaginariamente me sintiera transportado en las alturas. Antes, en la ascensión desde la costa, incluyendo la planicie de La Laguna, había ido contemplando el también espectáculo del escalonamiento vegetal propio de las zonas de montaña: el matorral árido de tabaibas y cardones; el bosque termófilo de dragos, palmeras y sabinas; la laurisilva de laureles, brezos y helechos; el bosque de coníferas atestado de pinos canarios; la vuelta al matorral, esta vez con retamas y jaras; y finalmente, la desnudez que ofrecen las rocas escupidas desde las entrañas de la Tierra.