La moción de censura que desalojó al PP del gobierno en 2018 abrió un camino que prometía cambios en nuestro país. Durante los meses siguientes pudieron haberse aprobado unos nuevos presupuestos generales que hubieran permitido aumentar el gasto social y haber introducido mejoras en la mayoría de la población. Peor el desencuentro entre el gobierno y ERC lo impidió.
Tras las elecciones generales de abril se empezó hablar de la posibilidad de un gobierno progresista entre el PSOE y Unidas Podemos, con el apoyo de otras fuerzas nacionalistas, sobre todo de izquierdas. Esto es, sobre la base socio-política que echó al PP del gobierno en 2018. Era también la voluntad de esa militancia del PSOE que gritaba a Pedro Sánchez "¡Con Rivera, no!".
Pero fue la actitud del líder del PSOE la que dilapidó esa posibilidad. Presionado por fuerzas internas de su partido y por los poderes reales que, según les interese, actúan a las claras y ocultamente, Sánchez inició una danza peligrosa: mirar a su izquierda y su derecha para que le de dejaran gobernar en solitario. Forzó tanto la cosa, que se creyó -mejor, le hicieron creer- que convocando unas nuevas elecciones podía aumentar los escaños y presentarse como el salvador del empantanamiento institucional.
Pero la realidad se ha mostrado más cruda de lo que parecía, porque todo ha quedado casi igual, excepto una cosa importante: Vox, que representa el nuevo fascismo, ha crecido. Quizás eso es lo que llevó de inmediato a Sánchez a aceptar el preacuerdo con Unidas Podemos. Y las reacciones no se han hecho esperar por todas partes.
Las militancias de PSOE, Podemos e IU han respaldado abrumadoramente ese preacuerdo. Lo han hecho en sintonía con lo que se desea en buena parte de sus electorados. Pero no han faltado fuerzas contrarias. En el PSOE están alzando la voz los dinosaurios del felipismo (González, Guerra...), algunos con la extravagancia de hacerlo impúdicamente junto a la derechona (Rodríguez Ibarra, Leguina, Redondo Terreros, Vázquez...). Entre las baronías (Díaz, Fernández Vara, García-Page...) está habiendo una mayor prudencia, pero se sabe no son del agrado del preacuerdo. En Podemos no faltan quienes se han manifestado en contra, sobre todo entre la corriente Anticapitalistas, con el argumento de que el PSOE no es de fiar. Hasta el alcalde de Marinaleda, Sánchez Gordillo, lo ha hecho en esa dirección.
Los diferentes grupos nacionalistas se han pronunciado en su mayoría a favor de un gobierno progresista. Lo han hecho el PNV, EH-Bildu, el BNG, Compromís... Sólo ERC está pujando por conseguir algo que le pueda servir para seguir presentándose en Cataluña como la primera fuerza política. Estoy seguro que están esperando a la resolución del Tribunal de Justicia de la UE sobre la sentencia del procès, confiando en que sea benevolente hacia las personas condenadas por el Tribunal Supremo.
Pero es por la derecha política, social y económica por donde la oposición a un futuro gobierno de PSOE y Unidas Podemos va en aumento. La manera de manifestarlo varía. Está el tremendismo de Aznar y compañía, que nos recuerda al lenguaje anterior al inicio de la Guerra Civil. O el de algunos sectores de la cúpula de la Iglesia Católica, temerosos de que puedan perder parte de sus privilegios. Están también las advertencias desde la UE y sus gurús económicos. Y, claro está, las de los grandes grupos empresariales, que buscan que se mantengan las medidas económicas implementadas sobre todo durante el gobierno de Mariano Rajoy. No faltan tampoco los llamamientos para la investidura de Sánchez con los votos del PP y Ciudadanos. Lo ha hecho, por ejemplo, Alberto Núñez Feijóo, desde Galicia, y esta misma mañana se ha sumado Esperanza Aguirre.
Un análisis concreto de la realidad concreta (ejem, al decir de Lenin) nos llevaría a entender qué cosas habría que hacer ahora. Porque, sin negar las contradicciones, oponernos a un gobierno del PSOE y Unidas Podemos, respaldado por otras fuerzas políticas progresistas, haría que el panorama se tornara en favor de una derechona que une a su naturaleza neoliberal los cada vez más presentes tintes fascistas.
Todo un dilema, del que espero que nadie tenga que arrepentirse por no haberlo apoyado a su debido tiempo.
(Imagen: fotograma de la película La advertencia, dirigida por Juan Antonio Bardem)