martes, 2 de abril de 2019

Seis poemas para el fin de una guerra






















Han pasado 80 años desde el fin oficial de la Guerra Española: aquello de "en el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado 
las tropas nacionales sus últimos objetivos militares". Un 1 de abril que, lejos de poner fin al a contienda bélica, supuso su continuación por otras vías, en las que represión de cada momento y de cada día se cernió atrozmente contra quienes perdieron en el campo de batalla. Atrás quedó la traición última del coronel Casado y sus secuaces, a los que el propio Franco, que supo utilizarlos -y de qué manera- aplicó esa ley no escrita del "Roma no paga traidores". En esta  ocasión me voy a quedar en la poesía. En poemas escritos en ese tiempo en que la amargura invadía los corazones de la gente (Alberti), la ilusión se iba perdiendo ante la amenaza de la derrota (Cernuda), la rabia se hacía notar ante el drama de lo que quedaba por llegar (León Felipe), la lejanía de la distancia se iba alargando irremediablemente (Garfías), la esperanza aparecía como un deseo que acabó siendo baldío (Hernández), la llamada a los niños del mundo buscaba que esa esperanza nunca se perdiera (Vallejo)... Podía haber buscado más poetas, pero los seis que aquí presento, creo, sirven para recordar lo que tanta gente sintió y sufrió en ese tiempo.




De ayer para hoy

Después de este desorden impuesto, de esta prisa,
de esta urgente gramática necesaria en que vivo,
vuelva a mi toda virgen la palabra precisa,
virgen el verbo exacto con el justo adjetivo.

Que cuando califique de verde al monte, al prado,
repitiéndole al cielo su azul como a la mar,
mi corazón se sienta recién inaugurado
y mi lengua el inédito asombro de crear.

(Rafael Alberti, de Entre el clavel y la espada; en Antología poética, Buenos Aires, Losada, 1972)


Lamento y esperanza

Soñábamos algunos cuando niños, caídos
En una vasta hora de ocio solitario
Bajo la lámpara, ante las estampas de un libro,
Con la revolución. Y vimos su ala fúlgida
Plegar como una mies los cuerpos poderosos.

Jóvenes luego, el sueño quedó lejos
De un mundo donde desorden e injusticia,
Hinchando oscuramente la ávidas ciudades,
Se alzaban hasta el aire absorto de los campos.
Y en la revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul tragase tanta fría miseria.

El hombre es una nube de la que el sueño es viento.
¿Quién podrá al pensamiento separarlo del sueño?
Sabedlo bien vosotros, los que envidiéis mañana
En la calma este soplo de muerte que nos lleva
Pisando entre ruinas un fango con rocío de sangre.

Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar jirones de su esplendor antiguo.
Le alienta únicamente su propia gran historia dolorida.

Si con el dolor el alma se ha templado, es invencible;
Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo:
No lo digáis, sufridlo en esperanza. Así este pueblo iluso
Agonizará antes, presa ya de la muerte,
Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares.

(Luis Cernuda, de Las nubes; en Francisco Robles, Cernuda para jóvenes, Sevilla, Signatura, 2003)


Habla el prólogo

Oh, si la Poesía fuese tan sólo el callejón torcido de los sueños… un sitio equivocado de sombras y delirio… vahos subconscientes, como queráis vosotros… ¡una pesadilla! Y alguien, cualquiera, tú, por ejemplo, pudiese sacudirme ahora por los hombros y gritarme: ¡Eh, sonámbulo, despierta… sal de la cueva… mira la luz!

¡Ah, si aquí, en esta Elegía, no hubiese más que un mundo de trampa y de cortina… y alguien, cualquiera, tú, por ejemplo, pudiese decir al cabo de leerla: Eh, señores, riamos de nuevo, que todo han sido chanzas de juglar…!

¡Ah, si esto no fuese más que una comedia!... ¡otra comedia!... Y uno cualquiera del público, de arriba o de abajo, del patio o de las gradas, del bando rojo del exilio o del bando negro de la traición y la victoria de pronto de levantase de su asiento para increparme enfurecido: ¡Fuera! ¡Que esa no es la voz de la casta!

¡Ah, si mi verso no fuese sino sueño o burla… broma inofensiva… pura broma… veneno en broma… poison in jest!

(León Felipe, de El hacha. Elegía española; en Antología rota, Buenos Aires, Losada, 1974)


Cruzando la frontera

España de tiniebla y de amapola
cómo estos verdes frágiles
pueden fingirte ante mis ojos duros
que vienen deslumbrados de mirarte.
El corazón me pesa como un monte,
mis pasos se retardan esperándote,
tiro de ti como un barquero tira
de su barca a la orilla de los mares.
El mundo se entreabre a mi camino;
dicen que el mundo es grande...
Pero había tantos mundos todavía
que descubrir entre tus besos, Madre.

(Pedro Garfias, de Poesías de la guerra española; en Francisco Moreno Gómez, Pedro Garfias, poeta del exilio español en Méjico, Madrid, ACAHM, 2002)


Canción última

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

(Miguel Hernández, de El hombre acecha; en Cancionero y romancero de ausencias. El hombre acecha. Últimos poemas, Buenos Aires, Losada, 1975)


España, aparta de mí este cáliz

Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra madre con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
en su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera, aquella de la trenza;
la calavera, aquella de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menos de las pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir,
salid, niños, del mundo; id a buscarla!...

(César Vallejo, de España, aparta de mí este cáliz; en Obra poética completa, Madrid, Alianza Tres, 1983)