De ayer para hoy
Después de
este desorden impuesto, de esta prisa,
de esta
urgente gramática necesaria en que vivo,
vuelva a mi
toda virgen la palabra precisa,
virgen el
verbo exacto con el justo adjetivo.
Que cuando
califique de verde al monte, al prado,
repitiéndole
al cielo su azul como a la mar,
mi corazón
se sienta recién inaugurado
y mi lengua
el inédito asombro de crear.
(Rafael
Alberti, de Entre el clavel y la espada;
en Antología poética, Buenos Aires, Losada,
1972)
Lamento y esperanza
Soñábamos
algunos cuando niños, caídos
En una
vasta hora de ocio solitario
Bajo la
lámpara, ante las estampas de un libro,
Con la
revolución. Y vimos su ala fúlgida
Plegar como
una mies los cuerpos poderosos.
Jóvenes
luego, el sueño quedó lejos
De un mundo
donde desorden e injusticia,
Hinchando
oscuramente la ávidas ciudades,
Se alzaban
hasta el aire absorto de los campos.
Y en la
revolución pensábamos: un mar
Cuya ira
azul tragase tanta fría miseria.
El hombre
es una nube de la que el sueño es viento.
¿Quién
podrá al pensamiento separarlo del sueño?
Sabedlo
bien vosotros, los que envidiéis mañana
En la calma
este soplo de muerte que nos lleva
Pisando
entre ruinas un fango con rocío de sangre.
Un
continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho
de este loco país, está esperando
Que vencido
se hunda, solo ante su destino,
Para
arrancar jirones de su esplendor antiguo.
Le alienta
únicamente su propia gran historia dolorida.
Si con el
dolor el alma se ha templado, es invencible;
Pero, como
el amor, debe el dolor ser mudo:
No lo
digáis, sufridlo en esperanza. Así este pueblo iluso
Agonizará
antes, presa ya de la muerte,
Y vedle
luego abierto, rosa eterna en los mares.
(Luis
Cernuda, de Las nubes; en Francisco
Robles, Cernuda para jóvenes, Sevilla,
Signatura, 2003)
Habla el prólogo
Oh, si la
Poesía fuese tan sólo el callejón torcido de los sueños… un sitio equivocado de
sombras y delirio… vahos subconscientes, como queráis vosotros… ¡una pesadilla!
Y alguien, cualquiera, tú, por ejemplo, pudiese sacudirme ahora por los hombros
y gritarme: ¡Eh, sonámbulo, despierta… sal de la cueva… mira la luz!
¡Ah, si
aquí, en esta Elegía, no hubiese más que un mundo de trampa y de cortina… y
alguien, cualquiera, tú, por ejemplo, pudiese decir al cabo de leerla: Eh,
señores, riamos de nuevo, que todo han sido chanzas de juglar…!
¡Ah, si
esto no fuese más que una comedia!... ¡otra comedia!... Y uno cualquiera del
público, de arriba o de abajo, del patio o de las gradas, del bando rojo del
exilio o del bando negro de la traición y la victoria de pronto de levantase de
su asiento para increparme enfurecido: ¡Fuera! ¡Que esa no es la voz de la
casta!
¡Ah, si mi
verso no fuese sino sueño o burla… broma inofensiva… pura broma… veneno en
broma… poison in jest!
(León
Felipe, de El hacha. Elegía española;
en Antología rota, Buenos Aires, Losada,
1974)
Cruzando la frontera
España de
tiniebla y de amapola
cómo estos
verdes frágiles
pueden
fingirte ante mis ojos duros
que vienen
deslumbrados de mirarte.
El corazón
me pesa como un monte,
mis pasos
se retardan esperándote,
tiro de ti
como un barquero tira
de su barca
a la orilla de los mares.
El mundo se
entreabre a mi camino;
dicen que
el mundo es grande...
Pero había
tantos mundos todavía
que
descubrir entre tus besos, Madre.
(Pedro
Garfias, de Poesías de la guerra española;
en Francisco Moreno Gómez, Pedro Garfias,
poeta del exilio español en Méjico, Madrid, ACAHM, 2002)
Canción última
Pintada, no
vacía:
pintada
está mi casa
del color
de las grandes
pasiones y
desgracias.
Regresará
del llanto
adonde fue
llevada
con su
desierta mesa
con su
ruinosa cama.
Florecerán
los besos
sobre las
almohadas.
Y en torno
de los cuerpos
elevará la
sábana
su intensa
enredadera
nocturna,
perfumada.
El odio se
amortigua
detrás de
la ventana.
Será la
garra suave.
Dejadme la
esperanza.
(Miguel
Hernández, de El hombre acecha; en Cancionero y romancero de ausencias. El hombre
acecha. Últimos poemas, Buenos Aires, Losada, 1975)
España, aparta de mí este cáliz
Niños del
mundo,
si cae
España -digo, es un decir-
si cae
del cielo
abajo su antebrazo que asen,
en
cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué
edad la de las sienes cóncavas!
¡qué
temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto
en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo
vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del
mundo, está
la madre
España con su vientre a cuestas;
está
nuestra madre con sus férulas,
está madre
y maestra,
cruz y
madera, porque os dio la altura,
vértigo y
división y suma, niños;
está con
ella, padres procesales!
Si cae -digo,
es un decir- si cae
España, de
la tierra para abajo,
niños ¡cómo
vais a cesar de crecer!
¡cómo va a
castigar el año al mes!
¡cómo van a
quedarse en diez los dientes,
en palote
el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el
corderillo a continuar
atado por
la pata al gran tintero!
¡Cómo vais
a bajar las gradas del alfabeto
hasta la
letra en que nació la pena!
Niños,
hijos de
los guerreros, entretanto,
bajad la
voz que España está ahora mismo repartiendo
la energía
entre el reino animal,
las
florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la
voz, que está
en su
rigor, que es grande, sin saber
qué hacer,
y está en su mano
la
calavera, aquella de la trenza;
la
calavera, aquella de la vida!
¡Bajad la
voz, os digo;
bajad la
voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la
materia y el rumor menos de las pirámides, y aun
el de las
sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el
aliento, y si
el
antebrazo baja,
si las
férulas suenan, si es la noche,
si el cielo
cabe en dos limbos terrestres,
si hay
ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis
a nadie, si os asustan
los lápices
sin punta, si la madre
España cae -digo,
es un decir,
salid,
niños, del mundo; id a buscarla!...
(César
Vallejo, de España, aparta de mí este cáliz;
en Obra poética completa, Madrid,
Alianza Tres, 1983)