Ayer recogí un libro más: Tomar partido. Conversaciones con la izquierda transformadora (Tafalla, Txalaparta, 2019), de Sergio Gregori Marugán. Desde hace unas semanas estoy releyendo, poco a poco, otro: Historia General de Al Ándalus. Europa entre Oriente y Occidente (Córdoba, Almuzara, 2006), de Emilio González Ferrín. Hace unos días acabé Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras la alambradas (Barcelona, Penguin, 2019), de Carlos Hernández de Miguel. Ahora estoy con Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo (Barcelona, Pasado y Presente, 2013), de Ángel Viñas. Algo más atrás leí con mucha atención La clase trabajadora. ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI? (Madrid, Siglo XXI, 2018), coordinado por Adrián Tarín y José Manuel Rivas Otero. Y no me ha faltado uno sobre un tema de controvertida actualidad: El caso Alsasua (Tafalla, Txalaparta, 2019), de Aitor Agirrezábal y Aritz Intxusta. Historia, política, sociología...
En el mundo del arte, tan apasionante para mí, encontré al poco de empezar el año Mentira y sueño de Franco. Una parábola moderna (Fondation Archives Antonio Saura/Editions Medecine et Hygiène, 2017), donde los dibujos de Antonio Saura se mezclan con los comentarios de Eduardo Arroyo y Bartolomé Bennassar. Y desde este libro, me fui a otro, escrito como libelo por el mismo Antonio Saura y con un interesante Prefacio de Félix de Azúa: Contra el Guernica (Archives Antonio Saura/Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía/Ediciones de La Central, 2009).
No me ha faltado la literatura, claro está. He descubierto en las últimas semanas, indagando por la red electrónica, los poemas de Paul Celan, Chantal Mayllard, Maya Angelou, Yevgueni Yevtushenko, Paca Aguirre... En fin, la siempre para mí omnipresente poesía. Yendo hacia atrás hasta empezar el año, he leído la impactante autobiografía de la misma Angelou: Mamá y yo y mamá (Tafalla, Txalaparta, 2019). O las novelas históricas Yo, Julia (Barcelona, Planeta, 2018), de Santiago Posteguillo, Razones, esperanzas y sinrazones (Málaga, Promotora Cultural Malagueña, 2017), de Isabel Anaya Moreno. O los versos eróticos de Félix María de Samaniego en El jardín de Venus. O, la distopía, ya comentada por mí en este cuaderno, La ciudad simétrica, de Juan Barba García, y sus relatos breves en Sombras en el jardín. Y también Sísifo enamorado (Tafalla, Txalaparta, 2013), de Laura Mintegi. Y los cuentos de Emilia Pardo Bazán agrupados en El encaje roto (Zaragoza, Contraseña, 2018). Y la sucesión de narraciones de Marcel Proust editadas como Por el camino de Swann. En busca del tiempo perdido (Madrid, Unidad editorial, 1999).
Un guiño también al Club de Lectura Trafalgar, con quien inicié una aventura de encuentros a finales del año pasado. Después de mi bautismo con El Gatopardo, de Giupesse Tomasi de Lampedusa, he participado en otros dos encuentros: el dedicado a la para mí bella novela El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy; y el de la ya referida Yo, Julia, de Posteguillo. Lo siguiente será Madame Bovary, de Gustave Flaubert, que ya leí en otro momento, pero que me obligará a una relectura.
No sé si se me ha quedado algo por el camino. Con seguridad, algunas, no pocas, relecturas parciales y consultas de otros tantos libros. Los necesarios para poder documentarme cuando me dedico a la investigación histórica, para acompañar algunas de las cosas que escribo en este cuaderno o simplemente para recordar lo que me place. Ese flujo al que me referí al principio. Un fluir interminable. Y gozoso, por supuesto.