No es la primera vez que me he referido a este señor, con la condición en la Iglesia de monseñor, dada su categoría de obispo. Amante de frases antológicas, a José Antonio Reig Tapia le gusta referirse a la ideología de género como perversa, a los matrimonios canónicos como menos dados a la violencia doméstica, a la homosexualidad como pecado... (allá por 2010 le dediqué en exclusiva la entrada "Vaya canallada la del obispo"). Estos días ha vuelto a saltar a la actualidad como valedor y promotor de terapias contra la homosexualidad. Allá por donde ha ido como obispo (diócesis de Castellón, Cartagena y Alcalá de Henares) lo ha hecho acompañado de una asesora dedicada a impartir terapias para curar lo que consideran una enfermedad y un pecado.
El otro día el papa Francisco, durante al entrevista de Jordi Évole en el programa "Salvados", se refirió a la homosexualidad. Lo hizo con dudas, teniendo incluso que matizar sus primeras palabras sobre el tema. Lejos de condenarla como pecaminosa, no mencionó expresamente la palabra enfermedad, pero se refirió a ella como algo raro y de la que era necesario que en los primeros años de vida fuese tratada por profesionales. Un marco demasiado estrecho y una frontera lo suficientemente difusa que permite que obispos, como el ya citado, promuevan distintas modalidades de terapias, que no dejan de ser una forma de calificar el hecho como enfermedad. Terapias que esconden una homofobia entre descarada y compasiva.
Considerar que la homosexualidad se cura, resulta degradante, porque atenta contra la dignidad de las personas. Sí lo requiere, sin embargo, la homofobia.