Desde semanas antes no pararon de enviarse mensajes sobre el estreno en La 2 de TVE del documental El silencio de los otros, dirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar. Un trabajo esperado y más desde que a principios de año recibió un premio Goya del cine español. Después de haber visto otros documentales sobre el tema (el último por mí, ¡Dejadme llorar!), podría pensarse que es uno más. Pero no es así, porque cada uno de ellos sigue resultando imprescindible.
En el documental van desfilando personajes de las distintas generaciones que han ido coexistiendo a lo largo del tiempo. Y se va construyendo un relato que parte de un pasado, pero que entronca con un presente vivo. Porque lo es el permanente recuerdo de María Martín ante la fosa donde enterraron a las víctimas. Y la lucha de Ascensión Mendieta por encontrar los restos de su padre. Y la búsqueda de los niños y las niñas que se robaron incluso entrados los años ochenta. Y el empeño de "Chato" Galante, torturado reiteradamente por un policía que sigue premiado por sus gestas represivas, para llevar ante la justicia a quienes fueron responsables de la represión. Y el papel como jurista desarrollado por Carlos Slepoy, que experimentó en sus carnes el dolor de la tortura sufrida en sus Argentina natal. Y la coherencia de María Servini, la jueza también argentina que no ha desestimado en ningún momento el derecho de las víctimas en nombre de la justicia universal.
Un relato que debe seguir construyéndose. Porque queda mucho por descubrir y conseguir. Ahora, sin María y Carlos, que fallecieron durante el tiempo de filmación del documental. Con una Ascensión que ya ha conseguido el deseo de poder ser enterrada junto a su padre. De una "querella argentina" inconclusa, pero no muerta todavía, ante la tenaz resistencia de quienes, en su competencia de juzgar, han heredado la voluntad de seguir negando y ocultando.
En medio de la maraña de personajes reales no faltan otros, hechos de piedra, que ilustran un estado de cosas donde se une lo ocurrido con el devenir. Son las esculturas que Francisco Cedenilla ubicó en el Torno, una de las cimas que flanquean el valle del Jerte. Cuatro esculturas desnudas cuyas miradas transmiten la búsqueda de sus orígenes arrancados violentamente.
Ayer mismo, al día siguiente de ver el documental, me preguntaba un amigo qué me había parecido y le respondí de esta manera: "Interesante. Es lo que tenemos en este país. El fascismo triunfador en su día y que no cesa". Porque es lo que explica que todavía, después de ocho décadas, siga habiendo miedo y, lo que es peor, que quienes ganaron la guerra sigan campando a sus anchas, negando la dignidad de quienes tuvieron que sufrir todo tipo de atropellos.