Hace un par de semanas los presupuestos del estado estaban en juego, a la espera de que ERC y PDeCat tomaran una decisión final. Mientras tanto, al inicio del juicio del procès en el Tribunal Supremo le quedaba poco. Por eso el movimiento del gobierno de Pedro Sánchez anunciando la formación de una mesa de diálogo con un relator internacional parecía el gesto que buscaban los dos partidos catalanes. La reacción del conjunto de la derecha española fue rápida y contundente. También lo fue la de los sectores del PSOE que lo defenestraron en 2016 y siguen viéndolo con desconfianza. Con la convocatoria de la manifestación en Madrid PP, Ciudadanos y Vox habían dado un jaque que parecía ganador. Pero un nuevo movimiento del gobierno, casi inmediato, esta vez rompiendo la mesa de diálogo, sorprendió a la derecha española. Que fuera o no la causa de la escasa asistencia a la manifestación del domingo no lo sabemos. Quizás no, pero el movimiento del gobierno le abrió un horizonte más despejado. Es verdad que supuso que los presupuestos acabaran siendo rechazados, pero lo fueron con el voto conjunto de la derecha española y los dos partidos catalanes. El gobierno había dado la vuelta a la tortilla. Se desprendía así de los independentistas como aliados, que pasaban a serlo ahora del PP y Cs.
Hace unos días califiqué de ridículo lo hecho por Pedro Sánchez, cuando decidió romper la mesa de diálogo con relator. Ahora me pregunto si fue algo buscado o encontrado. Me explico. ¿Buscó que se diera la situación en la que nos encontramos a partir de su propuesta? ¿O encontró la salida tras la reacción de la derecha española y de los sectores de su partido opuestos? El caso es que la convocatoria de elecciones para el 28 de abril favorece de entrada a Sánchez. Se está presentando como quien quiso hacer, pero no le dejaron. Se presenta ante la población buscando en las urnas apoyos para que, solo o en compañía, pueda disponer de escaños suficientes para gobernar con tiempo y holgura.
Y para eso necesita tres cosas. Primero, rebañar votos por el centro, lo que podría conseguir favorecido del desplazamiento de Ciudadanos hacia la derecha. También, movilizar a quienes han pensado o piensan en clave de abstención o voto no partidario, sobre todo después de lo ocurrido en Andalucía. Y por último, conseguir votos por su izquierda, favorecido por la crisis de Podemos, fragmentado y desorientado, y recuperando lo del voto útil que parecía perdido. Una especie de campeón del progresismo, como ya lo fuera José Luis Rodríguez Zapatero. Lo que pueda ocurrir en Cataluña es otra cosa. En un principio ERC y PDeCat buscan dirimir quién será el más votado, para marcar el rumbo político de los próximos años. Si sus votos fueran necesarios para una investidura de Pedro Sánchez, se verá, pero, como ya ocurrió en junio pasado, no habría problemas para que sus escaños la permitiesen.
¿Quién ganará finalmente la partida de ajedrez? Puede que lo sepamos el 28 de abril. Pero tampoco es seguro. El juicio en el Tribunal Supremo sigue su marcha. Y también, la vida de la gente.