Con Donald Trump como presidente EEUU ha vuelto a centrarse en el conocido grito de James Monroe "¡América, para los americanos!". Es una divisa internacional que viene de lejos, de hace casi dos siglos, pero que en las dos últimas décadas, más centrados en otras regiones del mundo, descuidó. Y hasta tal punto, que ha tenido que ver cómo de un año a otro se iban sumando los países que buscaban una vía independiente en su desarrollo político y económico.
Pero la situación internacional ha cambiado. En todos los campos, en especial el económico y el geoestratégico. Siendo todavía EEUU la primera potencia mundial, su hegemonía está en declive. La emergencia de una nueva potencia, como es China, y la recuperación de la que fue su rival durante la Guerra Fría, Rusia, están en el trasfondo. Pero no sólo. Hay otras potencias emergentes, fuera del control total o parcial de EEUU, como son India, Irán o Turquía, que siguen creciendo y están asomándose por el mundo, haciendo que el juego de relaciones internacionales se vea alterado.
La debilidad económica de EEUU, consecuencia de la estructura construida bajo el modelo neoliberal y de la rivalidad de otros países, y los continuos reveses militares allí donde está interviniendo, ayudan a explicar el triunfo electoral de Trump. Su programa se ha centrado en mirar hacia dentro del país, aun cuando no haya aportado nada nuevo que no sea su empeño por emparedarse por la frontera sur, y en mantener la retórica imperial de "América es grande". Pero la realidad se va imponiendo poco a poco. Y es que no ha habido ningún imperio que se haya mantenido eternamente.
Venezuela tiene mucho valor para EEUU. Simbólico, porque ha sido la última de las humillaciones sufridas en América. Y real, porque es un país, petróleo aparte, enormemente rico en recursos naturales. Durante dos décadas la revolución bolivariana ha redistribuido la riqueza a unos niveles desconocidos hasta entonces, ha animado a los otros países del continente a seguir por una senda de independencia y se ha realineado con potencias y países de otros continentes. Un ejemplo que había que dinamitar.
Por ello el hostigamiento por parte de EEUU ha sido permanente. Y de ahí el trance tan difícil que está viviendo. La amenaza de intervención militar no es baladí. Otra cosa es la forma que adquiera. EEUU tiene a su favor la reacción conservadora surgida en países como Argentina y Brasil, que se han unido a sus tradicionales aliados, como Colombia, sobre todo, y Perú, o al caso nuevo de Ecuador, ahora realineado con EEUU. Sólo México, tras la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador, le está suponiendo un contratiempo.
Está contando también EEUU con el apoyo de varios países de la Unión Europea, que tiene al gobierno español a la cabeza de la vergüenza. Su inicial ultimátum para la convocatoria de elecciones legislativas y el reconocimiento final de Juan Guaidó como presidente interino, aun pareciendo una postura diferente, esconden el apoyo a la estrategia de Trump y su equipo. Una prueba de que hay muchos intereses económicos en juego. El petróleo, en especial. Y una prueba más del servilismo crónico europeo hacia el gran imperio.
No podemos olvidarnos de la actitud cautelosa, por ahora, del Vaticano y el papa Francisco a la cabeza. Apelado como mediador por el presidente Nicolás Maduro, está recibiendo críticas desde los ámbitos más conservadores de los distintos países. Incluido el nuestro. A la espera del devenir de los acontecimientos, sospecho que el distanciamiento de Francisco en el apoyo a la oposición venezolana tiene que ver con la correlación de fuerzas existente en América Latina entre las iglesias cristianas. El avance progresivo de las iglesias evangélicas, financiadas desde EEUU y claramente vinculadas a la reacción política, no resulta ajeno. Considero que la pérdida de influencia de la Iglesia Católica, en la que se mantienen las comunidades relacionadas con la teología de la liberación, explica la cautela y moderación del Papa.
¿Qué puede ocurrir? Lo iremos viendo en los días o semanas que siguen. La situación económica de Venezuela, derivada de la caída provocada del precio del petróleo y del hostigamiento promovido desde EEUU, es su punto más débil. La dimensión del estallido político y/o militar que se pueda producir, está por ver. Si nos atenemos a lo ocurrido en otras regiones del mundo, el riesgo de incendio es elevadísimo. EEUU no ha parado de provocarlos, sumiendo a muchos países a las más duras de las violencias, cuando no de su destrucción.