Ayer
estuve en Zahara de los Atunes viendo Una provinciana en París,
de Moliére. Un acto organizado por el Ayuntamiento de la entidad local
menor, que tuvo lugar en el colegio Cervantes, y con la compañía Teatro
Estudio 21 como protagonista. Un grupo ligado a EmE-Teatro
Centro de Formación Teatral Cádiz, que tiene en su dirección a Germán Corona.
Se
trata de una obra breve (de poco más de media de duración). Una especie de
sainete. "Escrita a modo de divertimento", se dice al principio del
folleto que nos entregaron. Una obra menor, si la comparamos con las obras
mayores del autor y que tanta fama le dieron (El Tartufo, El
avaro, El burgués gentilhombre, El enfermo imaginario...). Pero
no por ello dejamos de estar ante el auténtico Molière. El mismo que lanzaba
diatribas a diestro y siniestro contra la hipocresía o los convencionalismos
sociales. Que se mofaba de la nobleza y de la burguesía. Que
compaginaba su sentido crítico con la comicidad. Exagerada, estridente,
gesticulante... e ingeniosa. Lo que le costó caro a veces, porque, dentro de su
fama, no le faltó el castigo. Eran los tiempos del naciente absolutismo en Francia, con Luis XIV en el centro del poder, paraíso del formalismo en todas las facetas de lo humano.
En Una
provinciana en París está todo eso. Pero sintetizado. Molière se ríe
de la provinciana llamada Croquette que quiere hacer carrera en el París del
reciente Versalles para encontrar un buen partido. Lo hace también de un noble
despechado, el marqués de La Grange, que busca vengarse por ello a través de
dos de sus criados. De éstos, que, en su afán por cumplir con el papel
encomendado, llegaron para su señor demasiado lejos. Y de la madre, muy
preocupada como casamentera por que su hija aprovechara la oportunidad perdida.
Sólo la criada se salva, pese a su nombre de Pánfila, mientras
observa sumisa y sonriente el ir y venir de las situaciones que se suceden en
la casa. Y acaso, el criado Mascarilla, elevado efímeramente a la condición de
marqués, quien, ya desnudo y vuelto a su condición de vasallo, lanza su
mensaje final relativo a que se ve antes el engaño que la virtud.
No
lo hicieron mal, primero, actores y actrices en formación. Buen trabajo el de
Álvaro Villalba, en su papel de Mascarilla, con interesantes cambios en la
modulación de voz y los gestos. Y aceptable la dirección de Germán Corona y,
dentro de la sobriedad, la puesta en escena, con agilidad en los movimientos de
los personajes, y el vestuario de Emma Rubio. No debemos olvidar la
naturaleza de la compañía, dedicada a la formación de actores y actrices. Una
escuela, pero también un medio de difusión de obras de teatro. Lo que no es poco.