La derecha española, en sus tres versiones de partidos (PP, Ciudadanos y Vox), ha convocado para el próximo domingo una concentración en Madrid con el lema "Por una España unida. Elecciones ya". Pretenden llenar de gente la plaza de Colón para protestar contra la presencia de un relator internacional en la mesa de diálogo sobre la situación de Catalunya. La proximidad del inicio del juicio contra los y las dirigentes del procès catalán está en el trasfondo. Y los ojos de mucha gente en el mundo están pendientes de lo que pueda ocurrir.
Los discursos que están lanzando los dirigentes de los tres partidos están siendo durísimos, con el empleo reiterado de términos inimaginables hasta ahora. La palma se la está llevando con diferencia Pablo Casado, que está haciendo gala de un lenguaje extremo, más propio de Vox, al que busca emular, cuando no sobrepasar. La palabra traición es la que mejor sintetiza esos discursos, que nos llevan a ocho décadas atrás, en plena Segunda República, cuando el viejo bloque de poder tomó la decisión de poner fin al experimento democrático surgido en 1931.
Una situación que también, salvando las distancias, me lleva a pensar la Venezuela actual. Sí, el país donde un también joven político llamado Juan Guaidó se autoproclamó Presidente durante una masiva manifestación contra el gobierno bolivariano. Me llama la atención que el gobierno que preside Pedro Sánchez sea considerado como ilegítimo desde los partidos de la derecha. La unidad de España está en juego, dicen. Hasta en su propio partido existen voces que acompañan a ese coro.
Una excusa, eso de la unidad de España. O la excusa. Recuperar el gobierno para seguir marcando la senda del neoliberalismo económico, la pérdida de derechos y libertades civiles, y la recentralización territorial. Y también, claro está, para seguir tapando la corrupción endémica del PP.
Sánchez podría verse enredado en un escenario parecido al que se da allende los mares y en el que ha participado como uno de los protagonistas. Sólo que esta vez siendo él el muñeco al que hay que sacrificar. Es el signo de los tiempos. Con nubarrones demasiado oscuros.