La victoria de Pedro Sánchez en las elecciones primarias tiene varias vertientes. Y también, varias lecturas. Al margen de la derrota de quienes se habían agrupado en torno a la gestora, están por ver varias cosas todavía.
Una son las repercusiones electorales, que, según se desprende de los sondeos que se están publicando, parece que en términos generales el PSOE estaría conociendo una recuperación electoral y que lo haría a costa de Unidos Podemos.
Otra es la política de pactos, donde Sánchez y su gente están apostando por un escoramiento hacia el espacio de la izquierda y con ello un acercamiento hacia Unidos Podemos. Lo que está ocurriendo en Castilla-La Mancha, donde el barón antisanchista Emiliano García Page ha ofrecido un pacto de gobierno a Podemos, es una clara muestra de la preferencia por esa orientación hacia la izquierda.
Está también el posicionamiento ante el problema territorial en el estado. Rechazada la apuesta soberanista y del referéndum de octubre en Cataluña, Sánchez está apostando fuerte por la declaración formal de un estado plurinacional, en la línea del PSC, y de España como nación de naciones.
No falta su programa económico, que es donde más cauto, cuando no callado, se está mostrando. Más allá de su oposición retórica a la política del gobierno, no hay apenas concreciones, excepto quién es el responsable en materia económica del partido: el social-liberal Jordi Sevilla, que ya lo fuera con José Luis Rodríguez Zapatero.
Y está, pro supuesto, Andalucía, la taifa de Susana Díaz, que, lejos de rendirse, sigue con su pulso a Sánchez. Un territorio fuertemente controlado por ella y el aparato que la mantiene, lo que da una medida de la naturaleza de su poder: fue donde obtuvo más avales que votos en las primarias, y donde ha congregado una mayoría aplastante en el congreso recién celebrado.
Y fue precisamente ayer, durante los momentos finales del Congreso del PSOE- A, cuando se han escenificado las diferencias entre ambas figuras, que pueden ser las bases de futuros enfrentamientos. Las palabras de Díaz acerca de que "sólo te pido que no me obligues a tener que decidir entre dos lealtades" son altamente elocuentes. Porque, fuera de la retórica de las virtudes de su partido y el orgullo de su pasado, implícitamente se ha decantado por la lealtad andaluza-española. Dicho así, podría ser una frase no tan descabellada. El problema es que esa opción, también retórica, esconde una concepción política concreta, la de seguir siendo parte del sistema en todas sus vertientes: económica, política, territorial, internacional...
Ya he contado en reiteradas ocasiones el papel que jugó Díaz en la fulminación del pacto de gobierno con IU, en el descabezamiento del propio Sánchez... La rivalidad política que mantiene en Andalucía con el PP no va más allá que la que se desprende de controlar la administración autonómica y la red clientelar que le permite hacerlo. No digo que para hacer lo mismo en todo, pues ya sabemos que el PP va más allá en determinadas cosas (como las privatizaciones de servicios, el recorte o negación de derechos civiles, la negación de la memoria de las víctimas del franquismo...), pero sí para coincidir en lo sustancial. Y de eso hay muchos ejemplos, como la monarquía española, las relaciones con la banquera Botín, los eventos religiosos, el Canal Sur, las relaciones con el monarca marroquí, etc.
El futuro de Pedro Sánchez está por ver. Es cierto que con él el PSOE ha recuperado protagonismo. También, que está horadando en el electorado perdido que se fue a Podemos, lo que le permite aproximarse al PP, pero gracias también al trasvase de votos de éste hacia Ciudadanos. El mismo partido que ya firmó un acuerdo con el PSOE de Sánchez hace año y medio.