EEUU se distrajo a finales del siglo XX en América Latina. Después de tener el continente controlado tras sus sucesivas intervenciones directas e indirectas por el sur y el por centro durante las décadas de los setenta y ochenta, con los mandatos de Bill Clinton y George Bush jr. se centró en otras parte del mundo. Eso permitió que una nueva oleada de resistencia popular emergiera con fuerza. Una oleada liberadora, pero de nuevo tipo, que, sin olvidar la movilización y autoorganización, puso el acento en la participación política electoral e institucional.
Y en ello jugó un papel importante el movimiento bolivariano en Venezuela, con Hugo Chávez al frente, que fue capaz de crear un poderoso referente político para el resto de países. Los cambios políticos producidos en otros países, que no fueron iguales en todos los aspectos, tuvieron como elemento común la recuperación de la soberanía nacional frente a los poderes extranjeros, especialmente del imperio estadounidense. El grado de autonomía de los nuevos gobiernos con respecto a las viejas oligarquías fue diverso, pero en los casos donde fue menor, como ocurrió en Brasil, al menos se consiguieron ciertas conquistas que mejoraron las condiciones de vida de los sectores sociales más desfavorecidos.
Fue en Venezuela donde se llegó más lejos en todos los aspectos. En su distanciamiento con el imperio, en su pulso con la oligarquía económica y sus medios de comunicación, y en el intento de atraer al máximo de sectores sociales. Fue capaz de sofocar en los primeros años el golpe de estado auspiciado por el imperio y apoyado por gobernantes europeos, como hizo José Mª Aznar. Y también capaz de levantar un edificio político-institucional nuevo, revalidado sucesivamente por elecciones y referendos. Sentó las bases de una sociedad donde quienes no habían tenido nada vieron aumentar sus salarios y garantizar los productos básicos, y pudieron acceder a derechos sociales como la la educación y la salud. Una sociedad donde la riqueza se redistribuía hacia quienes, relegados a la miseria desde siglos, iban sintiendo que eran personas dignas.
Venezuela dispone de algo muy preciado: petróleo. Si hasta 1999 sus rentas y dividendos se habían quedado en manos de la oligarquía y se aprovechaban algunos sectores sociales intermedios, desde ese momento los enormes recursos económicos se pudieron al servicio de favorecer la redistribución de la riqueza. Y eso, por supuesto, no se lo iban a perdonar ni la oligarquía ni el imperio. Éste, que ha vuelto a mirar al continente que siempre consideró como propio y patio trasero, sabe del valor estratégico del petróleo. El mismo que le ha llevado a provocar guerras por todo el mundo y amenazar a países.
Lo que está ocurriendo en Venezuela es muy grave. Alejado su proceso revolucionario bolivariano y sus líderes de la aureola que otros procesos revolucionarios tuvieron, da la sensación que se encuentra solo. La insistencia machacona de los medios de comunicación del sistema por deformar la realidad, ayuda mucho. Venezuela como teme tiene tanta importancia, que desde dichos medios y desde los partidos de la derecha, e incluso el PSOE, se utiliza su nombre como un mantra diabólico. Maduro, violencia y dictadura forman parte de un todo demonizado, a la vez que la oposición es mostrada como paradigma de la libertad y la democracia.
Defender al gobierno venezolano y al proceso revolucionario que lo sustenta no tiene por qué comportar vergüenza. Si logra salir adelante, será provechoso para la mayor parte de la población del país y para los otros países del continente. Si fracasa, que lo será principalmente por culpa de quienes siempre mandaron y condenaron a la mayoría a los infiernos de la Tierra, acabará siendo motivo de lamentaciones.