miércoles, 19 de julio de 2017

Hacer Historia y mantener la memoria de las víctimas del fascismo

Entre los días 17 y 19 de julio de 1936 se fueron sucediendo los pronunciamientos de las guarniciones militares que secundaron el golpe de estado organizado por Emilio Mola y sus secuaces. El día 17 lo inició la guarnición de Melilla y al día siguiente lo hicieron las de las ciudades más importantes del país, entre ellas Las Palmas de Gran Canaria, a donde se había desplazado desde Santa Cruz de Tenerife Francisco Franco, presto a viajar al continente africano en el avión Dragon Rapide. Fue por esta razón por la que el 18 de julio pasó a ser la fecha de referencia del régimen franquista, motivo de celebraciones, de fiesta y también de la célebre paga extra.

Pero no importa el día, sino lo que ocurrió a partir de ese momento. Lo primero, la represión inmediata y expeditiva, como se había establecido en las "instrucciones reservadas" elaboradas por Mola para su aplicación con la única cobertura escrita de los bandos de guerra. Eso de que "la acción ha de ser  en extremo violenta". Para atemorizar, para paralizar. El baño de sangre que sobrevino fue una concatenación de situaciones, donde se sucedieron y superpusieron los bandos de guerra, la resistencia popular, la movilización de tropas por ambos bandos, las acciones expeditivas de uno y otro lado... 


Un baño de sangre que se sigue pretendiendo evaluar en distintos ámbitos políticos, académicos y mediáticos desde la equidistancia. Repartiendo la responsabilidad a partes iguales. Pero no todo es así, claro está, porque sigue habiendo quienes mantienen una posición de denuncia de lo que se ocultó y se pretende que así siga. Del deslindamiento de quienes fueron responsables de un hecho criminal e hicieron pagar a sus víctimas como si fueran culpables. La Historia, como ciencia humana, nunca debe estar exenta de rigor, porque si no lo sería. Pero no tiene por dejar a un lado la pasión, que en ocasiones o con frecuencia, es lo mismo, aflora.      


Recomiendo dos lecturas, de dos profesores universitarios que han escrito estos días sendos artículos sobre el estado de la cuestión en el tratamiento de la Guerra Civil en el campo de la historiografía: uno, publicado en El País, de Javier Moreno Luzón, titulado "Usos políticos de la Segunda República"; y el otro, aparecido en Público, de Pablo Sánchez León, "Los historiadores de la Segunda República y la Guerra del 36 que necesitamos (y los que no)". Tienen diferentes enfoques, que quizás ilustren a lo que antes aludí. 


El primero, Moreno Luzón, considera que hay demasiado partidismo en el campo de la Historia. De las últimas dos décadas destaca el antagonismo creado entre el grupo de pseudohistoriadores –así los denomina- que buscaron reinterpretar lo ocurrido recuperando viejas ideas de historiadores franquistas y lo que pluraliza como movimientos memorialistas que reivindicaron la memoria republicana. No se olvida decir que el mundo de la academia se ha enriquecido por importantes aportaciones, en muchos casos reconocidas internacionalmente, pero critica, empero, que pecan de adscribirse a las facciones creadas. Por eso acaba su artículo con estas palabras: "La política maniquea pervierte el conocimiento de la historia, y este, como la calidad de nuestros debates, sale perdiendo".    


Sánchez León se extiende más en su escrito y por ello pormenoriza más. Lo más importante es que defiende cosas que en el mundo de la academia se defiende poco. Reconoce la existencia de cambios en la investigación histórica del periodo que nos ocupa como consecuencia de la aportación y colaboración de otras disciplinas, como la antropología, la arqueología, la medicina forense o la jurisprudencia. Y critica que desde el campo histórico se han hecho pocos esfuerzos para formar parte de esa tarea colectiva. Tan pocos, que no se conocen historiadores o historiadoras relevantes que trabajen en colaboración con especialistas de otras disciplinas. 


Pone de relieve el retraso existente en nuestro país. En parte paliado por la labor de historiadores o historiadoras que no pertenecen al mundo de la academia, pero que no han dudado en poner su conocimiento y su empeño en investigar por su propia iniciativa y allá donde existen demandas sociales para hacerlo. Que no han dudado tampoco en colaborar con quienes buscan los mismos objetivos. Así se entienden las palabras finales del artículo de Sánchez León: "Es otra la tarea que nos incumbe, y para ella sean bienvenidos también los artistas, los creadores, los periodistas, los ciudadanos de a pie, con el común acuerdo de acabar con el monopolio del relato de la guerra en manos de especialistas incautos, ególatras y que nos quieren seguir privando del derecho a conformarnos colectivamente de modo activo y consciente". 


Hoy ha salido la noticia de una fosa común más, situada en Paterna (Valencia), con al menos medio centenar de cuerpos pertenecientes a personas fusiladas en 1940. Cada pocos días salen noticias relacionadas con localizaciones de fosas comunes, exhumaciones de cuerpos enterrados, exaltación de verdugos... Con ello cada día se va constatando que podemos conocer más cosas. Sin embargo, llama la atención no sólo el menosprecio de quienes han acogido como herencia las ideas de los vencedores de la guerra, sino la insensibilidad de quienes se creen gurús de la ciencia histórica. La misma gente que sigue empeñada en menospreciar la Memoria, anteponiéndola a la Historia. "Especialistas incautos, ególatras", en fin.