Estoy harto de los llamados emprendedores y su femenino. Llevamos años oyendo o leyendo la palabra, repetida hasta la saciedad y convertida en determinados ámbitos de la sociedad como parte incorporada del acervo económico. Es una de las preferidas por la derecha política y las pseudoizquierda. El mundo empresarial la utiliza de una forma permanente y los medios de comunicación, conservadores en su mayoría, la proyectan sobre nuestras mentes para "naturalizarla" en nuestro lenguaje cotidiano. En el mundo universitario se ha incorporado por importantes sectores del profesorado como parte sustancial de su corpus académico. De su seno salen cada año hornadas de estudiantes con el título bajo el brazo con la intención de hacer realidad el sueño del emprendimiento, es decir, la ilusión de conseguir el éxito profesional en forma de aventura hacia la riqueza.
Dentro del vocabulario utilizado por los primigenios economistas liberales ya se encontraba la palabra susodicha, una traducción al castellano del vocablo francés entrepeneur, que acabó asumido como un galicismo en el idioma inglés. Lo que inicialmente sirvió para designar a la persona que asumía riesgos en los negocios, fue desarrollado en la primera mitad del siglo XX por Joseph Schumpeter, un economista de origen moravo (cuando todavía existía el imperio austro-húngaro) que acabó nacionalizándose estadounidense. Para él el espíritu emprendedor era la forma de plasmar la práctica más eficiente en el libre juego del mercado, donde la audacia y la innovación técnica habrían de ser los resortes principales del crecimiento económico. El éxito le llegó post mortem, cuando a finales de los 70 empezaron a implementarse las políticas neoliberales que hoy campan irrespetuosamente por todo el mundo de la mano de quienes detentan el poder real y de quienes lo ejercen en su nombre. Y detrás, toda una tropa de emprendedores, emprendedoras y aspirantes a serlo, que se creen estar construyendo el camino de la felicidad.
Y de la más que numerosa pléyade de gente que se dice emprendedora van saliendo personajes de postín que van cayendo por su propia inercia. Si ayer fue Gerardo Díaz Ferrán, expresidente de le CEOE, ahora parece que le toca el turno a Arturo Fernández, vicepresidente y a la vez presidente de la patronal madrileña. El pajarraco, beneficiario de sustanciosas concesiones públicas en el mundo de la hostelería, ha sido cogido, no sé si in fraganti, pagando en negro y en barato a sus trabajadores y trabajadoras. Una fórmula muy extendida que, además, se acompaña con el dicho de "si lo quieres, lo tomas y si no, lo dejas". Hace unos días había lanzado una frase antológica cuando se refirió al "emprendimiento como opción de futuro, como salida a la crisis". Pues nada, mientras pueda, que se dedique a la reflexión, que es lo que se le ha ocurrido decir después de que se haya destapado el escándalo.