He leído hace unas semanas Cambios (2012, Barcelona, Seix Barral) la última obra del escrito chino Mo Yan, galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Se trata de un libro breve y de prosa sencilla. Una brevedad que considero sintética y una sencillez que atisbo rica. Un cuento, quizás. Sólo he leído de este escrito chino esta obra y ni siquiera he visto la adaptación al cine que se hizo de Sorgo rojo. Mon Yan no es un nombre real -se llama Guan Moye-, sino un pseudónimo, que se puede traducir como No Hables. Se ha escrito algo - o bastante, no sé- sobre el porqué, pero él mismo se ha referido a dos circunstancias que le llevaron a hacerlo: sus problemas con el lenguaje hasta los cinco años y las recomendaciones que su padre le dio durante los años de la Revolución Cultural para que no hablara más de lo necesario. Cuando finalmente decidió firmar con pseudónimo, lo hizo por interés "por las palabras verdaderas y no la palabrería" (leer entrevista en El Periódico).
Cambios es una novela con una fuerte carga autobiográfica, que abarca las algo más de cuatro décadas que transcurren desde su adolescencia, a finales de los sesenta, y la actualidad. Tres son los protagonistas principales, dos muchachos y una muchacha que coincidieron en el colegio durante la infancia y primera adolescencia, que iniciaron después caminos diferentes y que acabaron reencontrándose en la madurez. El narrador, el propio Mo, es uno de los protagonistas. Se trata de un muchacho tímido y con un origen social -digamos que pequeño-burgués- que le dificulta la promoción social en el contexto de fuerte lucha de clases que se vive en China durante la Revolución Cultural. He Zhiwu es el compañero que mezcla el atrevimiento, la rebelde y hasta la estridencia, lo que le confiere un gran prestigio entre buena parte de la clase, no así entre los profesores. Lu Wenli, por último, es la muchacha soñada por los dos, al aunar belleza, inteligencia, la excelencia deportiva en la práctica del ping pong y, ante todo, que su padre sea el conductor de un Gaz 51.
Dentro del marco trazado como un friso temporal donde se suceden situaciones cambiantes en lo personal y en lo colectivo, me ha llamado la atención el papel que juega el Gaz 51. Para mí, la metáfora del primer intento de modernización que en China se inició tras el triunfo revolucionario de 1949. La del país que se adentró en la senda del socialismo -o comunismo, es lo mismo- y que durante años tuvo como referente a la URSS, el pionero y modelo a imitar en lo social y político. Y el Gaz 51 es lo que mejor lo representa, al menos para unos niños que ven en ese mastodonte de cuatro ruedas el símbolo de la modernidad en medio de una China rural que arrastra el peso milenario del atraso y tiene ante sí el reto de un futuro esperanzador. Un camión que, como el propio Mo Yan acaba experimentando en su viaje a Pekín como soldado del Ejército de Liberación Nacional, tiene enormes defectos que lo convierten en inservible. La misma sensación que conoce su amigo He Zhiwu , quien, después de pagar un precio desorbitado por el camión que conducía el padre de Lu Wenli, acaba encerrándolo en el patio de la casa de su padre.
Al margen de los recorridos biográficos de cada cual, al final se presentan tres situaciones muy distintas. He Zhiwu es el prototipo de persona que se ha adaptado mejor a los cambios vividos en China tras la muerte de Mao y que supusieron el tránsito vertiginoso hacia la modernización económica y el capitalismo. Es el hombre que, desarrollando el atrevimiento que ya mostró desde niño, no le han faltado escrúpulos para buscar donde sea los resortes necesarios para enriquecerse. Y con ello, conseguir todo lo que pretende con un lema rotundo: "Es verdad, el dinero no lo puede todo (...), pero el que no tiene dinero no puede nada". De esa forma, en dos ocasiones diferentes, intenta conquistar a Lu Wenli, de la que sigue enamorada, fracasando.
Lu aparece como la gran perdedora. Sobre todo en el terreno personal. Ha fracasado en sus dos matrimonios. Y ha rechazado incluso la propuesta de He para convertirse en su amante. Con el fin de ayudar a su hija, se obligada a recurrir a Mo, escritor consagrado, para recomendarla en un concurso artístico. Aunque no hubo necesidad de que Mo influyera en la decisión, pues ya ha sido reconocida por el jurado por sus propios méritos, parece que el autor deja entrever una especie de volver a empezar cuando pone en boca de su trasunto: "tu hija lo tiene todo". Como lo tenía -o parecía tener- Lu en su juventud.
¿Y Mo? Aparece en la novela como la representación del equilibrio. Acaba triunfando en su carrera, la soñada de escritor, tras un recorrido arduo, pero dentro del contorno marcado en el sistema donde vive. Es a través del Ejército de Liberación Nacional, como ya su padre le recomendara que hiciera de niño, como puede romper las barreras que tenía interpuestas por su condición social. Lo hace sin caer en las formas, los fines y, si se quiere, el elevado nivel de corrupción que alcanza su amigo He, a quien al final opta por dejarlo: "Estuve dudando, pero al final puse un excusa para no ir". Lo hace pese a haber sido su héroe en la niñez y adolescencia, e incluso el nexo de unión entre el pasado y el presente cuando ya de mayores entablan cierta relación. Un equilibrio que tiene el suficiente grado de imperfección que puede parecer un guiño a la debilidad humana. Es lo que ocurre cuando acepta de Lu Wenli los diez mil yuanes que le entrega para invitar a los miembros del jurado.
China ha cambiado mucho en las últimas décadas. En su seno están en ebullición numerosos ingredientes, que hacen que sea una realidad muy compleja. Mo Yan nos ha ofrecido su visión. Con maestría. Quizás como un cuento.