Sánchez es rehén de varias cosas y una de ellas es el calificativo, no exento de razón, que le dirigió a Rajoy. ¿O acaso no es así siendo el presidente de un partido que está tan contaminado por la corrupción?
También es rehén de su propio partido y, más concretamente, de las líneas rojas que le marcaron en el Comité Federal: la explícita, rechazando un acuerdo de investidura que incluyera a los grupos independentistas; la implícita, rechazando un acuerdo de investidura y/o de gobierno con los grupos de izquierda. Lo suscrito con Ciudadanos fue siempre un acuerdo imposible de llevarse a cabo: era el que menos apoyos sumaba (130 escaños frente a los 163 de PP y C's o los 161 de PSOE, Podemos y UP-IU) y suponía que desde la derecha (PP) o la izquierda (Podemos, confluencias e UP-IU) se le diera un cheque en blanco.
De ser real una debacle electoral para el 26 de junio la postura del PSOE va a tener que decantarse ante un acuerdo con la derecha, en cualquiera de las variantes (gran coalición, abstención para que gobierne el PP solo o acompañado...), o un acuerdo con la izquierda (Podemos, confluencias y UP-IU). Lo primero condenaría al partido a una progresiva, cuando no brusca, pérdida de votantes, como está pasando con los partidos socialistas que han seguido la senda de la colaboración con la derecha. Lo segundo daría lugar a una ruptura interna, consecuencia del rechazo que manifiestan los amplios sectores que se oponen a pactar con los grupos de izquierda. Un dilema, en todo caso, dramático.