domingo, 15 de mayo de 2016

Indignación, cinco años después

Hoy se cumple el quinto aniversario del inicio del movimiento de la indignación. Con epicentro en la Plaza del Sol de Madrid, que fue donde alcanzó mayor afluencia de gente y notoriedad en los medios de comunicación, se expandió rápidamente por numerosas ciudades. Plazas y lugares emblemáticos de cada una de ellas se convirtieron en escenarios improvisados de una forma de democracia directa, rememorando las antiguas ágoras griegas. 

Pronto se pasó de la deliberación a la acción y las movilizaciones que convocaron, unidas a las que hicieron los numerosos colectivos afectados por la crisis y por las medidas que iban tomando los gobiernos (al principio, el PSOE, y luego, el PP)  se fueron sucediendo hasta llegar a niveles desconocidos. La represión policial siempre estuvo presente, las provocaciones de todos tipo no faltaron y el gobierno del PP acabó sacándose de la manga su ley mordaza, con una fuerte naturaleza, además de represora, antidemocrática. 

Desde entonces ha llovido bastante, pero los efectos que se han derivado son claros. Uno de ellos ha sido la caída en picado de las movilizaciones, que puede tener relación con varios factores: cierto cansancio de la gente, la pérdida de iniciativa de los sindicatos mayoritarios, la represión creciente y, sobre todo, el desplazamiento de la expresión del malestar hacia la vía electoral. La irrupción de Podemos en las europeas de 2014 puede ser el punto de inflexión, un momento en que, tras sus resultados sorprendentes, inició una escalada que la catapultó hacia la cúspide del escenario político.       

El mapa político se ha transformado y no sabemos hasta dónde puede llegar la cosa. El PP, aun manteniéndose como primera fuerza, se ha situado a unos niveles generales que no superan el 30%, con grandes diferencias territoriales. En su flanco algo más centrista le ha surgido un competidor, Ciudadanos, que, a la vez que ha acabado con UPyD, se ha apoderado de los sectores conservadores más jóvenes, dejando al PP como la opción preferida mayoritaria a partir de los 60 años. 

El PSOE, a su vez, pagano en 2011 de la acción del gobierno presidido por Zapatero, se está viendo constreñido por sus dos flancos: hacia Ciudadanos, por el derecho, y hacia Podemos y las confluencias, por el izquierdo. Ahora se encuentra en una situación difícil, dividido internamente, con perspectivas de pasar a ser la tercera fuerza y ante el dilema de dejar gobernar a la derecha, hacerlo con ella o aliarse con la izquierda.

La aparición de Podemos no ha sido la única novedad, debiéndose añadir también diversas plataformas político-electorales. En su conjunto han atraído con fuerza a los sectores de la población más jóvenes y a una parte importante de la abstención. Que estos grupos sean la opción favorita de quienes tienen menos de cuarenta años, no es producto del azar. Se trata de precisamente de quienes están sufriendo con mayor dureza las consecuencias de las transformaciones sociales y económicas implementadas desde los valores del neoliberalismo. El problema generacional no obedece a razones culturales, sino que se insertan en un modelo social diferente de una naturaleza clasista desgarradora y donde buena parte de la gente de mayor edad mantiene la doble ilusión, alienante, de conservar lo que tienen y de ayudar a mantener a sus vástagos, aun cuando los están condenando de por vida.

IU quedó en cierta medida desplazada de lo que parecía que podía ser un espacio que se iba ampliando en conexión con grupos ya existentes, los movimientos actuantes y las plataformas que iban surgiendo. Galicia, por ejemplo, fue ya en 2012 un antecedente con la confluencia en AGE de nacionalistas de izquierda (Anova), Esquerda Unida y ecologistas. Lo que se estaba dando en Aragón, con el acuerdo entre IU y la Chunta, o en las europeas, dentro de Izquierda Plural, eran otras muestras que apuntaban hacia formas de convergencia y colaboración abiertas bajo programas de izquierda.  

En todo caso, la voluntad unitaria de la mayor parte de esos grupos ha empezado a dar resultados importantes, como se reflejó en mayo del año pasado en las elecciones municipales, con el acceso a los gobiernos municipales de numerosas ciudades, algunas importantes, a través de diversas confluencias (Madrid, Barcelona, Zaragoza, La Coruña, Santiago de Compostela...), de acuerdos posteriores entre grupos (Valencia, Cádiz...) o por  el triunfo de uno de los partidos (IU, en Zamora).

Las elecciones generales de diciembre, por el contrario, dejaron constancia de los límites cuando se perdía el horizonte unitario. Sólo hubo confluencia en Cataluña y Galicia, con resultados positivos; no se dio completa en el País Valenciano, al quedarse descolgada EUPV, lo que impidió conseguir ser la primera fuerza; y, lo que fue peor, en el resto de territorios no se dio, en gran medida por la actitud de Podemos, que estaba actuando bajo los parámetros de su estrategia de la transversalidad y del desdén hacia IU, a la que consideraba fenecida.

Hoy las portadas de los medios de comunicación se refieren al 15M y, dependiendo de la línea editorial, se posicionan sobre el acontecimiento de hace cinco años. Uno de ellos, eldiario.es, nos recuerda 15 portadas de varios diarios, todos de la derecha, rezumando alarmismo. El mismo que están mostrando estos días, ante el nuevo reto que se ha presentado tras el acuerdo entre Podemos, IU, Equo y diversos . Éste, con el nombre, Unidos Podemos, y los existentes en Cataluña (En Comú Podem), Galicia (En Marea) y País Valenciano (A la Valenciana, donde también se ha incorporado EUPV) constituye un desafío, el de mayor calado, al sistema que se conformó en torno a la Constitución de 1978. Paradójicamente este sistema está teniendo como corolario el vaciamiento de sus aspectos más progresistas mediante la puesta en práctica de las medidas neoliberales impulsadas por los gobiernos del PSOE y el PP.