En noviembre de 1998 escribí para Debate Ciudadano (publicado en el número 31, dentro de la columna "Torre del Tajo") un artículo dedicado a la muerte del dictador Francisco Franco. Si entonces habían pasado 23 años, ahora, cuando estamos ya a 40, creo que sigue teniendo vigencia. Recordar a ese personaje, quintaesencia del fascismo español, es una forma de no olvidar lo que representó. Y tampoco lo que por entonces se estaba cociendo: una transición que permitió que pervivieran los grupos sociales dominantes, que dejó indemnes a los principales aparatos del estado y a buena parte del personal que los componía.
"El
otoño de 1975 está presente en la mente de muchas personas por la enfermedad y
muerte del viejo dictador. La intensa actividad clandestina entre los sectores
de la oposición, presurosa por encontrar fórmulas que hicieran posible el paso a
un régimen democrático, contrastaba con la atención pasiva que mostraba la
"mayoría silenciosa" (término muy utilizado por entonces desde los
círculos del poder para demostrar la desconexión de una buena parte de la
población con las intenciones de la oposición), espectadora (como hoy) de una
televisión vestida de fútbol y concursos. Si ya por entonces se sabía de la
desorientación existente entre las altas esferas del régimen, consecuencia de
las profundas discrepancias que existían
sobre el qué hacer después de muerto Franco, con el tiempo se ha ido sabiendo
más de lo que realmente ocurrió. Fueron meses de maquinaciones por querer
mantener el franquismo sin Franco, como pretendían los inmovilistas del búnker
(Girón, Piñar, Iniesta Cano, Utrera, Rodríguez de Valcárcel, etc.), o por
buscar el tránsito hacía un régimen de rostro menos vergonzante, como
pretendían los reformistas (Fernández Miranda, Fraga, Pío Cabanillas, Areilza,
etc.). En medio había toda una compleja operación, orquestada desde los centros
de poder del mundo occidental (departamento de estado de EE.UU., internacional
socialista, comunidad europea, etc.) que buscaba ("es preciso cambiar las
cosas para que todo siga igual", en palabras de Lampedusa) un encuentro
entre los sectores reformistas del franquismo y los más moderados de la
oposición. En esos momentos no se sabía cómo se iba concretar el proceso, como
de hecho se fue viendo en los meses siguientes por el cariz que fue tomando la
situación ante la creciente movilización política y social, de un lado, y la
respuesta represiva que los sucesivos gobiernos aplicaron, de otro. Si las
demandas de amnistía, de mejoras salariales o de un gobierno provisional
democrático fueron una buena muestra de los anhelos de la oposición, las
numerosas muertes, detenciones, multas, encarcelamientos, apaleamientos, etc.
sufridas por pacíficos manifestantes, huelguistas o militantes de partidos de
izquierda (casi siempre comunistas) demostraron los límites de los gobernantes.
Hubo figuras clave, como la de Torcuato Fernández Miranda, estratega de la
metamorfosis legal. O la del rey sucesor de Franco, más símbolo que autor, pese
a los reiterados intentos por sacralizarlo. O
el propio Adolfo Suárez, que hubo de esperar unos meses todavía, cuando
el gobierno Arias-Fraga-Areilza formado tras la muerte de Franco demostró su
incapacidad (o imposibilidad). Hoy parece claro que el nuevo PSOE surgido del congreso de Suresnes en 1974 fue otra
pieza clave en una estrategia política que contemplaba reformar el viejo régimen
aun cuando no todos los sectores políticos fueran reconocidos, en especial los
comunistas en sus distintas vertientes. No nos deben resultar extrañas así las
palabras recientes de Felipe González acerca de la detención de Pinochet, que
hubiera preferido a un Franco senador en 1963 que no en el poder hasta 1975. La
madrugada del 20 de noviembre fue el comienzo para muchas gentes de su desfile
necrófilo ante el cadáver de Franco o de la alegría bañada en fiesta y
burbujas. Fue también el comienzo de esa "operación Lucero" que
buscaba controlar desde las fuerzas oscuras del poder a las gentes descarriadas
que osaban pedir el fin de tanta farsa y democracia. Pero, sobre todo, esa
madrugada fue la que dio comienzo a la verdadera transición. La que acabó con la
fachada del franquismo, pero mantuvo sus sótanos, buena parte de su
funcionariado y sus dueños. No en vano, fueron los mejores vendedores de
encantos, Suárez y González, quienes en 1977 triunfaron en las elecciones".