No hace mucho se ha publicado un nuevo libro de Francisco Espinosa Maestre: Lucha de historias, lucha de memorias. España 2002-2015 (Sevilla, Aconcagua, 2015). Uno más en una dilatada trayectoria como investigador. A lo largo de casi 600 páginas aparecen recopilados 30 breves trabajos que tratan sobre los avatares sufridos por quienes se han atrevido a investigar en un campo vedado y vetado a la vez: la represión del fascismo español y el plan de exterminio que aplicaron sobre amplios sectores sociales. Son trabajos que proceden de artículos en algunas revistas de papel o electrónicas, escritos en medios de comunicación, conferencias y ponencias de jornadas, sin que falte alguno inédito. El libro está prologado por otro historiador de esa estirpe, Francisco Moreno Gómez, sufridores de las trampas de todo tipo que han tenido que sufrir e ir superando, cuando podido, para ofrecernos sus investigaciones.
Espinosa es una rara avis en el campo de la investigación histórica. No ha pertenecido al mundo académico universitario sino hasta hace unos pocos años. Durante mucho tiempo ha tenido que pelear por su cuenta para demostrar dos cosas: que es un excelente historiador y que la represión fascista en España ha sido una realidad de grandes dimensiones. He leído varios de sus libros: "Julio de 1936. Golpe militar y plan de exterminio", en Julián Casanova (coor.), Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco (Barcelona, crítica, 2002); La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz (Barcelona, Crítica, 2003); El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española (Badajoz, Del Oeste ediciones, 2005); La justicia de Queipo (Barcelona, Crítica, 2006); Contra el olvido. Historia y memoria de la guerra civil (Barcelona, Crítica, 2006); La primavera del Frente Popular. Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra civil (marzo-julio de 1936) (Barcelona, Crítica, 2007). En todos los casos son trabajos de una gran importancia, basados en un rastreo riguroso, incesante, inteligente y atrevido por numerosos archivos.
En Lucha de historias, lucha de memorias se compendia una tarea ardua, colectiva, donde se concatenan las demandas de un movimiento social que quiere saber y mantener la memoria de lo ocurrido entre los años 30 y 50, y el trabajo de historiadores e historiadoras, en su mayoría fuera del circuito académico universitario, que se empeñan en documentar lo ocurrido y sacarlo a la luz. Historia y memoria se unen, complementándose, para enriquecer el conocimiento y, ante todo, para mantener viva la memoria democrática.
Hay una alusión constante a los obstáculos sufridos, que no es otra cosa que una denuncia permanente. En primer lugar, a quienes procedentes del franquismo se dedicaron en las postrimerías de la dictadura y en la transición a ocultar y expurgar los documentos acumulados en décadas, evitando que se pudiera acceder con posterioridad a la información necesaria. En segundo lugar, a quienes en el campo de la derecha ponen todas las trabas para que no se sepa y, además, como ya se hiciera durante el franquismo, demonizando a la Segunda República, a la que niegan su carácter democrático, y a quienes la defendieron. En tercer lugar, a quienes desde el campo de la izquierda aceptaron durante la transición un pacto de silencio que tuvo en la amnistía de 1977 el episodio clave, con especial mención a los gobiernos de Felipe González, que se hicieron uso del no mirar para atrás. En cuarto lugar, a quienes ya en este siglo se han mostrado tibios a la hora de aplicar una ley de memoria que sirviera para conocer más y reparar a quienes sufrieron la represión, de nuevo con el PSOE y José Luis Rodríguez Zapatero como protagonistas de esa tibieza. En quinto lugar, a quienes, como los Santos Juliá y compañía, en el campo de la historia académica universitaria se han dedicado a menospreciar, cuando no negar su validez, a las personas que no han hecho otra cosa que cumplir con rigor y honestidad su tarea de investigación y rechazan que la memoria tenga validez como fuente de conocimiento. En sexto lugar, a esa nueva generación de profesionales de la academia que, siguiendo a la anterior y basándose en una neutralidad falsa, plantean que la historia de quienes defienden que en España hubo una represión fascista sin precedentes no es otra cosa que una historia de militantes antifranquistas. En séptimo lugar, a ese grupo de publicistas que han hecho de la (pseudo)historia, como los Moa y compañía, y la (mala) literatura, como los Cercás y Trapiello, una fuente de pingües beneficios económicos, mientras aportan elementos ideológicos que tienen como finalidad ocultar y manipular lo ocurrido en España durante medio siglo. Tampoco ahorra críticas, en octavo lugar, a quienes han manipulado la investigación, desvirtuando así el objetivo de conocer la verdad, que no puede serlo a cualquier precio.