(...)
Poesía es corazón.
Lo bello,
lo feo,
lo alegre,
lo triste,
lo propio,
lo ajeno,
lo de mayoría,
también los fracasos,
la ausencia de porvenir...
Corazón.
Poesía es desprendimiento,
es desnudarse,
dejar todo a la luz,
no guardarse nada,
ser uno mismo,
decir,
escribir lo que se siente,
lo que se piensa,
lo que se anhela,
lo que se aborrece.
Es eso.
Sufrir,
gozar,
vivir.
Sí, vivir.
La vida misma.
Espejo oculto que lo descubre todo.
Vedlo, si no,
no sólo en estos versos,
que, como dije, sólo yo los entiendo,
vedlo en los poetas
(y digo poetas,
no fabricantes de versos,
que existen),
grandes o pequeños,
consagrados o fracasados,
conocidos o desconocidos,
reconocidos o sorprendentes,
de ayer,
de hoy,
de siempre.
Vedlo en Hernández,
en Machado,
en Lorca, en Aleixandre,
en Neruda, en Benedetti,
en Mayakovski,
en Vallejo, en León Felipe,
en Bertold
y hasta en Juan Ramón
o Mao,
en Blas, en Celaya,
en Rafael,
Prados, Guillén, Salinas,
y Bécker y Rosalía,
y tantos y tantos
que a la memoria no me vienen
(no olvido a los de casa,
los Félix, Remigio, Josefina...
a quienes yo he leído,
he escuchado en la calle,
en recitales,
en festivales).
En ellos está el pájaro que canta,
los gañanes que trabajan,
el amor de las entrañas,
la música bajo tantos cabellos,
el cardo azul de Chile,
los militantes de la vida,
el martillo que construye,
la llamada a los niños del mundo,
el caminante que escribe,
el que llama contra seducción,
la pureza de la palabra,
la aurora luminosa,
la voz de todos,
el que grita "¡a la calle!",
los horizontes del mar sobre mañana,
el grito profundo de las entrañas,
la lealtad de la mayoría,
el amor, la duda,
la oscuridad y la poesía.
La poesía.
(...)
(1982)