Sí, así lo digo. Susana Díaz, presidenta en funciones de la Junta de Andalucía, debe dimitir. Es la principal responsable de la crisis política que está viviendo Andalucía, después que en enero tomara la decisión de romper el pacto de gobierno que su partido tenía con IU y convocara elecciones. Se inventó excusas peregrinas para justificar su decisión, porque, como buena voz de su amo, no podía decir la razón de fondo. Se sentía fuerte e imprescindible, y por ello hizo gala de una actitud muy arrogante. Apeló a "los andaluces", de la que dijo ser su expresión. Por eso su campaña fue tan personalista, hasta el punto de evitar al máximo el nombre de su partido y, sobre todo, de su secretario general, Pedro Sánchez. Todo ello utilizando un poderoso aparato mediático, que la tuvo a todas las horas en primera plana.
Es cierto que el PSOE fue la fuerza más votada en marzo, pero perdió votos y representación en relación a 2012, no teniendo los apoyos necesarios para gobernar en solitario. Su éxito fue relativo y consistió en una debacle del PP, el freno de Podemos y la pérdida de apoyos de IU. Apostó fuerte, porque se sintió fuerte e imprescindible. Supo atraer a mucha gente que sigue viendo al PSOE como el partido de la estabilidad. Mucha gente sigue sujeta al paternalismo neocaciquil puesto en práctica por el PSOE desde 1982. Es lo que ha permitido que apenas haya tenido en cuenta los casos de corrupción que van saliendo a la luz. Pero son los grupos de poder económico, en su mayoría externos, los que siguen viendo en el PSOE la garantía para el mantenimiento de sus intereses. Los mismos poderes que en diciembre presionaron a Díaz para que rompiera el pacto con IU y que desde el principio maniobraron para que el acuerdo de gobierno pudiera aplicarse.
Pese a sus contradicciones y al coste político pagado por IU, el acuerdo conllevaba importantes medidas populares y antineoliberales, a la vez que fue una garantía control de la corrupción. A lo largo de las conversaciones para garantizar su investidura Díaz y su partido no han sido capaces de atraer a ningún grupo, con vagas promesas de luchar contra corrupción y sin decir nada sobre el reforzamiento de lo público.
Los resultados de las urnas y de las tres votaciones habidas en la cámara parlamentaria para su investidura como presidenta la han llevado, pues, al fracaso. Y ahora le viene lo de la adjudicación llena de irregularidades de la mina de Aznalcóllar, que huele mucho a corrupción. Su respuesta, por ahora, está siendo la del victimismo. Responsabiliza a los demás grupos de la provisionalidad política, cuando es ella la que la ha generado. Mayor desfachatez, imposible. Que Susana Díaz se vaya, sería lo mejor para Andalucía.