El Reino Unido fue la punta de lanza lo que antaño se denominó como revolución conservadora. En el fondo,
la ofensiva neoliberal. Fue en un ya lejano 1979 cuando Margaret Thatcher ganó las elecciones e inició un camino que por ahora no ha tenido retorno. Los cambios económicos, sociales y políticos que conoció fueron incluso más llamativos que los habidos en EEUU, que le siguió en ese camino con las presidencias de Ronald Reagan y quienes le siguieron. La diferencia principal, que en este último país no se había conformado un estado tan protector de servicios sociales como en los países europeos occidentales. Thatchet arrasó con todo, incluida la clase obrera a la que derrotó primero y luego, en el proceso de transformaciones sociales posteriores, acabó diluida en una amalgama de sectores sociales inconexos y desideologizados. Fue el fin de una tradición de luchas e identidad de clase secular. Y como contrapartida el inicio de lo que por aquellos años empezó a denominarse como la sociedad de los tres tercios: el rico, el intermedio y el pobre.
La clave de los triunfos consecutivos de Thatcher y su sucesor, John Major, estuvo en ganarse a los sectores sociales intermedios, fuertemente impregnados de la ideología neoliberal que les prometía enriquecerse -el capitalismo popular- y desechar sin tapujos al vulgo pobre, que además se iba nutriendo cada vez más de la inmigración foránea, que era recluida en guetos urbanos.
La travesía en el desierto del Partido Laborista fue cortada por Tony Blair, que se erigió en el paladín de lo que se llamó el Nuevo Laborismo -la versión británica del social-liberalismo de los González, Schroder y demás-, que de lo segundo poco o nada tenía y ante todo se nutrió de ideología y praxis neoliberal. Sus triunfos fueron posibles gracias a la atracción de una buena parte de los sectores intermedios, a la que garantizó dinero y status. Se alejó, a la vez, de quienes habían sustentado electoralmente a su partido, ya mermados en pleno proceso de transformación social, pero también huyendo de la participación política hacia la abstención. La derrota laborista de 2010, esta vez con John Brown, estuvo relacionada con el desvío de parte de los votos hacia el Partido Liberal-Demócrata, que acabó pactando con el triunfante Partido Conservador liderado por David Cameron.
Los resultados de las recientes elecciones, sistema electoral aparte, no dejan de reflejar más de lo que estamos diciendo, con algunas novedades que, sin ser decisivas, no son desdeñables. Parecía que el laborismo podía recuperar el gobierno, teniendo en cuenta el malestar social derivado de la crisis económica. Las encuestas apuntaban a un empate, pero los resultados finales, no siendo muy distantes en porcentajes de votos (5%), han situado al Partido Conservador, gracias al sistema electoral, con mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes. ¿Qué ha pasado, pues, si además el Partido Liberal-Demócrata ha sufrido un fuerte varapalo? Veámoslo.
En el mapa político británico han ganado peso dos partidos: el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), de extrema derecha, eurófobo y xenófobo; y el Partido Nacionalista Escocés (SNP), escorado hacia la izquierda. En la batalla electoral el Partido Conservador ha buscado evitar fugas de votos hacia el UKIP, que en las europeas de 2014 consiguió unos resultados más que aceptables. Y a primera vista parece que ha tenido éxito, pues han dejado al UKIP desactivado parcialmente, con el 13% de los votos y solo un escaño.
El Partido Laborista, por su parte, ha jugado la baza de una mayor radicalidad, con una identidad de izquierda más explícita. Según los analistas del sistema esta postura ha asustado a parte de los sectores sociales intermedios, la misma que votó a Blair en su día y hace cinco años a los liberal-demócratas. Puede que sea así, al menos en parte, pero olvidan que el UKIP, con su 13%, se nutre tanto de los sectores intermedios como de los más bajos socialmente. Su discurso xenófobo, como en otros países, cala en los sectores más humildes, que identifican sus problemas con quienes creen que son rivales porque los ven diariamente. El laborismo ha tenido, además, un competidor en el SNP, que ha ganado en todas las circunscripciones de Escocia, menos en tres. Se sabe que el soberanismo y/o independentismo sigue ganando adhesiones en ese país y, dentro de él, en los sectores populares, antaño votantes laboristas. Y que ese movimiento socio-político, que estuvo a punto de ganar el referéndum en otoño de 2014, responde en gran mediada a un distanciamiento con el neoliberalismo. Que la participación electoral haya sido mayor que en los otros territorios británicos debe tenerse en cuenta.
Lo ocurrido el pasado jueves responde, pues, al modelo de país que se empezó a construir desde 1979 y que todavía se mantiene. El país de los tres tercios aún persiste, pero, por supuesto, con cambios en lo social y en lo político. Está por ver el alcance de lo que llaman la isla británica en medio tantas economías en crisis. Entre otras cosas porque esa isla próspera sólo es la de la City y quienes merodean a su alrededor. Por todas las ciudades y pueblos existen bolsas de precariedad y pobreza que crecen. Persiste como dominante, eso sí, la idea de que la riqueza es el objetivo a conseguir. Por eso tenerla o aspirar a ella atrae tanto. Por eso ha vuelto a ganar el Partido Conservador.