Tres generaciones y el mismo apellido: Le Pen. Y hasta ayer, el mismo partido: Front National, el Frente Nacional. Marie, la hija, se ha enfadado con el patriarca, el abuelo-padre, porque no ha admitido que haya dicho que la ocupación alemana entre 1940 y 1944 no fue tan mala. No ha hecho más que recordar sus simpatías por el nazismo y el régimen de Vichy que presidió el mariscal Petain, a la vez que su adscripción a lo que en Francia se conoce como negacionismo.
Es algo que Jean-Marie lleva defendiendo desde hace mucho tiempo, por no decir que desde sus orígenes políticos, que a la vez ha conformado uno de los componentes del partido que fundó hace más de cuatro décadas, cuando recogió los restos de lo que quedaba de los años del colaboracionismo y el malestar de quienes sintieron la independencia argelina como una traición. Fueron los primeros años de una travesía por el desierto político, no así en lo personal, pues fue el momento en que Jean-Marie se dotó de una fortuna pecuniaria nada desdeñable.
La cosa cambió en los años ochenta -dicen que con la ayuda de François Mitterrand, deseoso de dividir el voto de la derecha-, cuando el FN empezó un crecimiento que no ha parado hasta ahora. Para ello se ha alimentado de una fuerte xenofobia, un nacionalismo exacerbado y un antieuropeísmo feroz. Un discurso que ha ido calando en los medios más vulnerables de la sociedad francesa no inmigrante y entre las clases medias basadas en la pequeña propiedad, enlazando en parte con la tradición de los movimientos fascistas.
Con Marie llevando las riendas del partido se han ido enterrando aquellos aspectos del discurso que estorban al crecimiento electoral. Atrás han ido dejando el rancio antisemitismo, sustituido por una islamofobia más eficaz, y, por supuesto, el recuerdo de un colaboracionismo que poco tiene de patriota. Para ello Marie cuenta con el apoyo de la tercera generación familiar, la que representa Marion, su sobrina y, a la vez, nieta de Jean-Marie. Está por ver cómo queda la cosa, pero por de pronto el viejo cascarrabias, lejos de callarse, sigue queriendo hacer valer su orgullo personal y ascendiente político.