Hoy es 14 de abril. En el recuerdo está un día que dio paso a un periodo esperanzador, aunque de gran brevedad y cortado de raíz por la fuerza de las armas. Durante décadas, en dictadura o después de ella, ha habido una pasividad mayoritaria a la hora de reivindicar un modelo de jefatura de estado no basado en el privilegio. Una actitud que ha alimentado esa postura cómoda del "no soy monárquico, pero sí juancarlista". Sin embargo, corren malos tiempos para la monarquía. El mito del monarca demócrata, atrevido y hasta héroe se está desmoronando. Los últimos escándalos le están pasando factura. Propios (cacerías, mansiones, herencias...) y del entorno (de un yerno, de una hija...). El CIS ya no pregunta en sus encuestas por la institución. No lo hace desde octubre de 2011, cuando su valoración bajó del 5. Y peor todavía: suspende con claridad entre la gente joven, lo que le augura un futuro poco halagüeño. Público está sacando en estos días de wikileaks información bastante comprometedora acerca del papel jugado durante el tardofranquismo y la transición el que fue primero príncipe y luego acabó siendo rey. Fue una pieza primordial para el gobierno de EEUU en la estabilidad geoestratégica de la región. La prioridad no era la democracia, aunque ésta al final acabara siendo un subproducto. Ya hubo quienes plantearon con rigor esa relación (Garcés: Soberanos e intervenidos), pero las últimas revelaciones la confirman y amplían. Aún queda por esclarecer su papel el 23-F. Y saber más de lo que desde determinados ámbitos (Jesús Cacho: Asalto al poder; Patricia Sverlo: Un rey golpe a golpe...) se sacó a la luz sobre su fortuna, sus negocios, sus asesores (los Prado y Colón de Carvajal, De la Rosa, Conde...). Hoy, más que nunca, resulta coherente proclamar monarchia, delenda est. Mi deseo es que eso -como Tasio ha reflejado tan espléndidamente en su viñeta- llegue pronto.