Leí el otro día una noticia relacionada con José Mª Aznar en la que se decía que le gusta pasear con sus perros por una de las playas de Marbella sin que haya sido multado por ello. Y claro, la gente del lugar se ha quejado por trato discriminatorio. Hace un par de días ha salido la noticia de que la familia Aznar recibió hace unos años en el Club de Campo de Madrid -con una participación del ayuntamiento de un 51%- unas clases de golf por las no pagó nada. Su coste era alto, aunque con variaciones según las fuentes: 9.000, 12.000 euros... Ahora que se ha destapado el escándalo, han surgido situaciones rocambolescas. Pero no sólo. Resulta que José Álvarez del Manzano, que por entonces era el alcalde de Madrid, le soltó ayer a Ana Botella un "tú di que eso es falso, pero échame a mí la culpa". Los micrófonos, una vez más, les jugaron una mala pasada. También ayer desde el Club de Campo de Madrid se dijo que la propia familia Aznar iba a hacerse cargo del pago. Hoy se ha vuelto a anunciar lo mismo desde fuentes de la propia familia.
Son claras muestras de los niveles de moralidad en que se mueve ese tipo de gente. Esa moralidad que hace que existan centenares de cargos públicos, militantes y gente allegada al PP con graves imputaciones de corrupción y delitos diversos. Que estén jugando con la legalidad haciendo uso de una potente maquinaria jurídica, económica y mediática con la que burlan la justicia y manipulan la información. Esa moralidad que nos recuerda a ese caciquismo tan arraigado en nuestro país desde el siglo XIX. El de los señoritos dueños de los cortijos que campaban por sus respetos y hacían y deshacían a su antojo sobre las gentes a las que tenían sometidas.