En las primeras semanas de 1976 Salamanca conoció una gran efervescencia política y social, con varios frentes abiertos. Destacaron las importantes movilizaciones relacionadas con la fábrica nuclear de Juzbado, que coincidieron con la conflictividad permanente que vivía la Universidad y también, ya en febrero, con la huelga de los trabajadores de la construcción de la ciudad, que protagonizaron por primera vez un conflicto. Ya en marzo y abril tuvieron lugar, respectivamente, los conflictos relacionados con las muertes de Vitoria y las movilizaciones por la amnistía. Fueron unos meses de convulsos que en el conjunto del estado supusieron el momento de mayor conflictividad política, laboral y académica de la Transición. Estaba relacionada con el creciente proceso de oposición al gobierno de Arias Navarro formado tras la muerte de Franco, un gobierno que tenía como intención iniciar un proceso de reforma del régimen con la incorporación de ministros de talante más aperturista, como Manuel Fraga, Joaquín Garrigues o José Mª de Areilza.
De todas las movilizaciones habidas en Salamanca, la que tuvo un carácter provincial y específico fue la de la fábrica de combustible nuclear que se había proyectado para el término municipal de Juzbado. La oposición a su construcción había dado lugar a una extensa red social y política que trascendió los ámbitos típicos de la oposición al régimen. La Junta Democrática y otros grupos de oposición, asociaciones vecinales y personas de diversa procedencia, como los catedráticos José Luis Martín, Pedro Galán o Marcelo Vigil y hasta algunos empresarios de la provincia, mostraron su rechazo a la fábrica. El conflicto tuvo una amplia dimensión ciudadana que llegó a abarcar también a las poblaciones de numerosos pueblos, incluidos numerosos alcaldes de la comarca de Ledesma. Quizás estos factores fueran los que pesaran para que las autoridades decidieran que las fuerzas de orden público no intervinieran con dureza en las movilizaciones convocadas, algo infrecuente en esos años.
La comisión ciudadana formada hizo públicas las reivindicaciones, realizó formalmente la convocatoria de movilizaciones y llegó a entrevistarse con el gobernador civil. Las calles de Salamanca se llenaron de papeles de propaganda y pegatinas buscando la concienciación de la población y la participación en las movilizaciones. El domingo 15 de febrero se organizó una marcha a pie desde la capital al pueblo de Juzbado, un recorrido que estuvo salpicado por las tensiones derivadas de la presión permanente de la policía armada y de la guardia civil, que se hicieron visibles con gestos y objetos intimidatorios. La marcha tuvo como penúltima etapa la concentración desde el pueblo contiguo de Almenara, donde se unieron más personas llegadas en coches. Finalmente en la llamada campa de Juzbado se acabaron concentrando miles de personas, donde intervinieron representantes de varios colectivos, incluido el alcalde del pueblo.
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El domingo estuve en la marcha a Juzbado. Se ha montado una movida muy grande con la fábrica nuclear que quieren poner en ese pueblo. Hay mucha gente en contra y los partidos políticos de la oposición democrática se han opuesto a que se construya. Se ha formado una comisión ciudadana, que está organizando muchas cosas, haciendo panfletos, escribiendo en los periódicos... Hay catedráticos de la Universidad que están moviéndose mucho, como José Luis Martín, que es de Historia y pertenece como independiente a la Junta Democrática, o Pedro Galán, que es de Física. Dicen que el dinero lo está poniendo el dueño de la fábrica de leche La Narra, porque la fábrica perjudica a las vacas de los ganaderos que le suministran la leche. Se ha hecho una pegatina redonda que se ha puesto por todos los sitios donde está escrito “Salamanca Nuclear no”. También se ha hecho otra igual transparente para ponerla en los cristales de los coches. Se por todos los sitios.
Salimos temprano desde la Puerta Zamora y los grises no pararon de acosarnos. Detuvieron a varios, como siempre. Tuvimos que meternos por calles pequeñas, saliéndonos del recorrido previsto, y al final nos juntamos en la salida de los Pizarrales. Desde la carretera, mirando hacia atrás, pudimos ver a los grises en la parte alta de la colina del barrio, porque no pueden salir de la ciudad, al no ser de su competencia. Íbamos como doscientos o trescientos en fila y pronto empezaron a pasar jeeps de la guardia civil y algunos coches normales que seguro que eran de la social. Íbamos cantando y gritando consignas y cuando atravesamos los pueblos lo hacíamos más fuerte. Por Villamayor, Zorita o Valverdón… Yo estuve todo el rato con Pedro y nos lo pasamos muy bien. Mi hermano y otros del Partido estuvieron todo el rato de un lado para otro, repartiendo propaganda y avisándonos cuando había peligro. El Partido y la Joven están trabajando mucho en lo de Juzbado y hemos estado bastantes en la marcha del domingo.
Paramos a comer en Almenara, a unos 18 kilómetros, donde estaban los guardias civiles esperándonos. Nos obligaron rodear por las calles del pueblo y llegamos a un prado donde habíamos quedado para comer. Pese a ello no dejamos de gritar consignas. Hubo una anécdota muy buena cuando uno que llevaba barbas se topó de pronto con un guardia civil gritando “¡El pueblo unido, jamás será vencido!” y para disimular no se le ocurrió otra cosa que empezar a decir “¡Hala Unión!”. Cambió el puño por las palmas. No dejamos de reírnos un buen rato. Otra anécdota sucedió al poco, nada más llegar a un prado de las afueras del pueblo donde teníamos que comer. Mientras lo hacíamos, uno de Liberación se subió a una piedra grande, uno de esos berruecos de granito de los que hay tantos por ahí, y gritó con fuerza: “¡Compañeros, a socializar la comida!”. Pedro y yo nos sonreímos, mientras dábamos cumplida cuenta de los bocadillos.
Cuando acabamos de comer se fue uniendo más gente y cuando reanudamos la marcha para hacer los seis kilómetros que quedaban para llegar a Juzbado, más todavía. Ya éramos centenares o quizás más de un millar. El ambiente fue aumentando hasta que llegamos al destino, donde había mucha más gente esperando, que había llegado de la ciudad y los pueblos de los alrededores en coches. Nos juntamos en la campa, que estaba verde, y allí estuvimos sentados escuchando a los que intervinieron, mientras cantábamos, gritábamos y aplaudíamos. Habló Zorita, un obrero de la construcción de Comisiones Obreras, que tenía una mano vendada. Aunque estaba un poco nervioso, me quedé sorprendido de su valentía. También habló Del Amo, maestro, que vivió en las calles situadas más abajo de la mía. El que más aplausos recibió fue el alcalde del pueblo, que llevaba un traje verdoso oscuro y tenía en su mano derecha la vara de mando.
La vuelta ya no la hicimos andando todo el rato. Como había muchos coches, pasados unos kilómetros nos recogió a Pedro y a mí uno, y nos trajo a la ciudad. Pedro me dijo que iba a escribir una crónica de la jornada. Dice que le gustaría ser periodista. Cuando llegué a casa estaba muy cansado. A mí mi padre no me dijo nada, pero a mi hermano le riñó. Suavemente, la verdad. Le dijo que si no había pensado que tiene una fianza de mucho dinero y que la puede perder si le vuelven a detener. Mi hermano no contestó. La cosa quedó ahí.
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Al día siguiente de la marcha, ya en la capital, tuvo lugar una manifestación multitudinaria bajo el lema “No a la trampa nuclear”, con un recorrido entre la Plaza Mayor y la sede del Gobierno Civil en la Gran Vía. La comisión ciudadana entregó al gobernador las peticiones. La presencia de militantes del PTE y de la JGR fue muy activa en todas esas acciones, tanto en la preparación y desarrollo, como en el reparto de propaganda.
No sé si Pedro ha escrito la crónica. No me ha dicho nada. Yo ya la he acabado.