El pueblo abulense de Candelada, en el corazón de la sierra de Gredos, se ha visto alterado por dos sucesos, con motivos distintos, pero relacionados, que hunden sus raíces en ese tiempo nebuloso que se resiste a clarear. En una fosa común del pueblo fueron enterrados el 8 de septiembre de 1936 siete cuerpos, sin que se sepa dónde pudieron enterrarse otros más. Y allí han permanecido hasta hace casi un año, sepultados por la tierra levantada para ocultarlos y por la aún más pesada losa del olvido.
El deseo de recuperar la memoria de las víctimas, aprovechando el último suspiro de vida de quienes fueron testigos de esos años, llevó a que el pasado 15 de mayo se exhumaran los restos que había en la fosa, de los que en ese momento sólo se habían identificado los de cuatro personas. Julio Serapio Sánchez, con una edad cercana a los 90 años, fue testigo con apenas 12 de lo que ocurrió y gracias a él se ha podido llegar hasta allí.
En las actuaciones que le siguieron, el gobierno municipal, encabezado por un militante -¡ay!- del PSOE, no ha hecho más que poner impedimentos. Aunque aceptó que se levantara un mausoleo en el cementerio, se opuso a que aparecieran los colores de la bandera republicana, poniendo como justificación que sólo se levantara para “dignificar a las víctimas, siempre que no sea motivo de fricción”. Y hoy, cuando se procedía a su inauguración y en medio de la emoción de quienes, asistiendo, querían dar un poco de luz y color a la sombra del olvido, a once mujeres no se les ha ocurrido otra cosa que recurrir a los sones que teníamos que cantar durante los años del nacional-catolicismo.