Ayer di un paseo vespertino por Salamanca. Fui en busca de la última luz del día, con la intención prioritaria de ver la fachada de la Universidad. Aunque construida tres siglos después de su fundación, es, creo, la imagen que representa mejor que nada su larga y honda historia. El presentarme ante ella fue una forma de despedirme de su octavo centenario. Esos ochocientos años de andanzas, llenos de situaciones diversas, contradictorias, entre gloriosas y penosas.
Cuando al sol apenas le quedaba poco más de media hora para esconderse en la lejanía, la imagen que capté (en realidad fueron varias) refleja ese momento sobre la fachada plateresca. Tomada en diagonal, se percibe como una especie de retablo exterior que adorna, embelleciéndola, una estructura gótica. Una especie de tapiz de piedra arenisca, dorada, que la luz del atardecer la resalta en su colorido. Es lo que se ve en su nivel superior, cuando el sol parece que se resiste a abandonarla.
Ha pasado ya el 2018 y se ha iniciado la cuenta de otro siglo más. Como es lógico, será imposible que pueda conocerlo. No sé cuántos años me quedan para poder seguir observando ese tapiz de piedra, obra, al parecer, de un tal Juan de Talavera. Cuando supe de su autoría, que se ha conocido no hace mucho, me pareció entender parte de su misterio y ante todo el porqué de su mestizaje. La fachada está colocada sobre un edifico construido con arreglo al último estilo del medievo y, a su vez, está ordenada a la manera clásica importada de las ciudades italianas, que llevaban ya un siglo dando muestra de ello.
El que el autor añadiera el tapiz de piedra, plagado de una decoración exuberante de formas, le confirió su singularidad. Porque entre los estilos dominantes del pasado y del presente se interpuso otro, expresión desde siglos atrás de lo que fue la pertenencia a un mundo que se extendía en busca de
donde sale el sol. El mudejarismo representa lo más genuino de un mestizaje de culturas diversas que se entrecruzaron y recrearon en esta Península tan esquinada en nuestro continente y tan cercana al situado un poco más al sur. El horror vacui presente en la fachada puede explicarse por el origen de su autor. Porque el Toledo que le vio formarse como artista, es el marco donde mejor puede percibirse el mestizaje de lo mudéjar.
Cuando ayer me presenté ante la fachada, no había mucha gente, como tampoco la había a esas horas por la calles de la ciudad. Pude por ello contemplarla sin las estridencias de los momentos de aglomeración. No pretendía dedicarle mucho tiempo, ansioso por captar la última luz del sol sobre otros monumentos. Incluso, durante mi paseo, atrapé el momento en que el sol se perdía sobre el horizonte, más allá del río que dio sobrenombre al Lazarillo, y escoltado por las siluetas de los chopos desnudos en sus ramas.