La derecha se ha llevado siempre muy mal con la defensa de la autonomía andaluza. Se opuso ya durante la Transición, cuando UCD y AP obstaculizaron el proceso iniciado desde los ayuntamientos para alcanzar la autonomía a través del artículo 151 de la Constitución. La vía rápida, como era llamada, y que tuvo en el referéndum del 28 de febrero de 1980 su momento culminante. UCD, en el gobierno, y AP, un partido minoritario, defendieron el no y fueron derrotados. El pueblo andaluz, por amplia mayoría, logró una proeza. Ahí se encuentra una de las claves del suplicio electoral que ha sufrido la derecha desde entonces.
Aprobado el Estatuto en 1981, fue reformado en 2007 y de nuevo la derecha, esta vez con el PP en solitario, volvió a sus andadas. Durante la tramitación en el Parlamento de Andalucía a lo largo de 2006 se opuso, si bien, sorprendentemente, cambió de actitud en el Congreso. Eran los tiempos del Estatut catalán, donde el PP se mostró con ferocidad todas sus armas, y mantener tantos frentes abiertos le podía resultar perjudicial.
Ahora estamos en un presente diferente. Ha surgido una derecha muy radicalizada, Vox, que está haciendo una ostentación descarada en su programa del centralismo político-territorial. Eso conllevaría la desaparición del actual estado de las autonomías y con ello, claro está, de la autonomía andaluza. Los viejos fantasmas de la derecha en Andalucía, la del perverso señoritismo, andan sueltos. Mucho cuidado.