Haber visto la película de Adam Mckay me ha supuesto un ejercicio de recuerdo de mis vivencias. Los personajes (reales, en su mayoría) que han ido desfilando a lo largo de las dos horas de duración de la película, he podido identificarlos en su mayoría. Los personajes y sus hechos. Y teniendo en cuenta el país al que pertenecen, unos hechos de gran trascendencia. Toda una pléyade de hombres (sí, de varones) a cuál más relevante. Los presidentes Nixon, Ford, Bush padre y Bush hijo, excepto Carter, Reagan y Obama, aparecidos en imágenes reales, o el ausente Clinton. Los altos jerarcas del poder ejecutivo, como Kissinger, Rumsfeld, Rice o Powell, o del judicial, como Scalia... Y siempre, el propio Cheney.
De fondo, la guerra de Vietnam, el rearme militar con Reagan, la primera guerra de Irak, la caída de las Torres Gemelas, la guerra de Afganistán, la segunda guerra de Irak... Y Al Qaeda, la tortura, el ISIS... Y también el neoliberalismo, con la bajada de impuestos a las grandes fortunas, la desregulación laboral.... Y el rearme ideológico neoconservador, con la cruzada antiabortista, homofóbica, contra el medio ambiente... Y, cómo no, las controvertidas elecciones de 2000, con el polémico recuento de votos en el estado de Florida.
Y en medio de todo ello, nuestro protagonista, Dick Cheney. El hombre en la sombra, oscuro, gris, silencioso, agazapado... el burócrata. El Vice, como da título a la película en su versión original, alterado en castellano con otro en el que se juega con las palabras (vicio/vice) y se hace un añadido explicativo hasta convertirlo en El vicio del poder.
Si nos atenemos a los primeros años de su vida, podría haberse tratado de una persona mediocre. Lo fue en los estudios y en el (tan apreciado en EEUU) deporte. Más aún, fue un joven borracho y pendenciero. Y hasta le faltó haber prestado los servicios a la patria (imperial) en los años de la guerra de Vietnam. Pero hete ahí que nuestro hombre llegó pronto a los círculos del centro del poder. Primero, como un actor de tercera o cuarta fila, y luego, en menos tiempo, a los verdaderos círculos. Lo hizo de la mano de otro lince, Donald Rumsfel, aunque éste sí había cumplido con el cuasi obligado perfil de buen estudiante, excelente deportista y piloto del élite.
En la película juega un papel relevante la mujer, novia desde la adolescencia, muchacha responsable, brillante estudiante y, lo que es más importante, capaz de plantear a Dick un ultimátum decisivo muy a lo made in America. Y desde ahí, a no parar de animarlo en su progresivo ascenso por la jerarquía del poder. Real o no, exagerado o no, lo cierto es que es posible que así fuera.
Y como estamos ante el poder político en toda su dimensión y en el país más poderoso habido a lo largo de la historia, no podía faltar la mención recurrente del concepto de poder ejecutivo individual. Asociado en la película al juez Antonin Scalia, estuvo en todo momento en la base de la práctica de Cheney. La idea de un ejecutivo fuerte, con origen en el artífice de la Constitución Alexander Hamilton, le sirvió para sustentar el principio de que en la práctica política es necesario minimizar al máximo los controles parlamentarios. Nada nuevo, pues ha sido una pulsión permanente en la historia política de EEUU, pero suficiente para hacer uso de ella. Pero, siguiendo la narrativa de la película, le sirvió a Cheney para actuar, desde su papel en la vicepresidencia, como el poder principal del país. Aprovechando un vacío constitucional en torno a dicha institución, se erigió, ausente de cualquier control, en el facto factotum del poder, con presencia (esto es, con despachos) en la Casa Blanca, el Senado, la Cámara de Representantes o el Pentágono.
Ayudado por la legislación introducida durante la presidencia reaganiana referente al papel que debería jugar la prensa y por las crecientes donaciones (inversiones, en realidad) de las grandes fortunas y corporaciones en relación a la conformación de un corpus ideológico entre neoliberal y neoconservador, todo lo que se puso en práctica durante las presidencias de Reagan y Bush padre alcanzó su esplendor en la de Bush hijo, con Cheney, su vicepresidente, como hombre fuerte.
La película me ha recordado parcialmente en su formato a las que hace Michael Moore. Con un narrador omnisciente, continuos paréntesis explicativos y la apelación al humor, pese a lo lóbrego del paisaje y del ambiente. Como diferencia, eso sí, una mínima presencia de lo documental y la presentación de la historia desde la ficción dramática.
Invito a ver la película. Es esclarecedora sobre lo ocurrido. Ayuda a recordar cosas a veces olvidadas. A conocer personajes reales desconocidos. Y a mantener la conciencia del mundo donde vivimos y de quiénes siguen mandando.